Las mujeres también navegan

En España hallan a una náufraga tras cuatro días a la deriva

Una náufraga en el mar

Una náufraga en el mar

Credito: Agencias

Recuerdo la primera vez que oí la palabra "médica", la palabra "concejala", la palabra "jueza", entre la extrañeza y un orgullo pequeño y esforzado como una hormiga. Desde entonces vivo pendiente de aquellos términos cuyo femenino no se usa. Nos enseñaron que no se decía "jueza" o "ministra" porque no había mujeres desempeñado dichas profesiones. Puede ser. Que a medida que las mujeres fuéramos ocupando espacios tradicionalmente masculinos, la lengua se nos iría acercando como un animal con recelos. Sigue, sin embargo, resultándonos lejana la palabra "miembra", que el corrector de texto me señala como errónea, que se quedó en la boca de la ministra Bibiana Aído allá por 2008 en un barullo de análisis macho y argumentaciones rancias.
 
Imagino a la mujer que este fin de semana del verano recién estrenado se hace a la mar en el bote que acaba de comprarse. La barca lleva el nombre escrito en el lomo: Sol. La mujer no sabe si hubo otra antes que ella, la que la bautizó con ese nombre, o si un pescador trazó con el pincel en la madera el nombre de su amada. Ha decido que se trata de un nombre propio, y no de astro que allá arriba pica a esas horas con empeño infantil. En eso piensa cuando arranca el pequeño motor de espaldas a la costa. Quiere sentir la enormidad del mar abierto y quiere hacerlo sola. Comprarse el viejo bote forma parte de una nueva mirada sobre sí misma. A sus cincuenta, ha decidido empezar a hacer todo lo que ha ido deseando a lo largo de su vida, lo que ha visto hacer a otros sin plantearse que ella también podía.
 
Recuerdo la primera vez que oí la palabra "médica", la palabra "concejala", la palabra "jueza", entre la extrañeza y un orgullo pequeño y esforzado como una hormiga. Desde entonces vivo pendiente de aquellos términos cuyo femenino no se usa. Nos enseñaron que no se decía "jueza" o "ministra" porque no había mujeres desempeñado dichas profesiones. Puede ser. Que a medida que las mujeres fuéramos ocupando espacios tradicionalmente masculinos, la lengua se nos iría acercando como un animal con recelos. Sigue, sin embargo, resultándonos lejana la palabra "miembra", que el corrector de texto me señala como errónea, que se quedó en la boca de la ministra Bibiana Aído allá por 2008 en un barullo de análisis macho y argumentaciones rancias.
 
Imagino a la mujer que este fin de semana del verano recién estrenado se hace a la mar en el bote que acaba de comprarse. La barca lleva el nombre escrito en el lomo: Sol. La mujer no sabe si hubo otra antes que ella, la que la bautizó con ese nombre, o si un pescador trazó con el pincel en la madera el nombre de su amada. Ha decido que se trata de un nombre propio, y no de astro que allá arriba pica a esas horas con empeño infantil. En eso piensa cuando arranca el pequeño motor de espaldas a la costa. Quiere sentir la enormidad del mar abierto y quiere hacerlo sola. Comprarse el viejo bote forma parte de una nueva mirada sobre sí misma. A sus cincuenta, ha decidido empezar a hacer todo lo que ha ido deseando a lo largo de su vida, lo que ha visto hacer a otros sin plantearse que ella también podía.
 
Se ha dicho: Si ellos pueden, yo también. Ha empezado por la embarcación después de tantos años, décadas, de ver salir a los hombres desde su sitio en la arena.
 
Pero sucede que tres horas después, cuando ya lleva doscientos pensamientos sin avistar la costa, el motor deja de funcionar. En ningún momento ha pensado en la cobertura, el teléfono móvil ni asuntos que considera lejanos a la vibración de aventura íntima con la que lleva fantaseando en los últimos meses. Solo quería salir al mar, respirar hondo, hacerlo sola. De golpe, el mar es una inmensidad amenazante y ella está a la deriva. Al fin, cae la noche y ya sólo le quedan ánimos para pensar que alguien saldrá a buscarla, que la echarán de menos.
 
Cuatro días después, desde la popular playa de La Herradura, se informa al equipo de salvamento marítimo del avistamiento de un bote cerca de la costa. Parece flotar a la deriva y estar vacío. Cuando llegan hasta la barquilla, tumbada al fondo una mujer con el cuerpo mordido por el sol y la sal apenas respira. Se ha cubierto la cara con la camiseta, y su único signo de vida se concentra en el ligero temblor del pie derecho, una llamada de atención como un murmullo del cuerpo.
 
La noticia recorre toda la localidad, y más, llega a Granada, salta a los medios: "Hallan una náufraga tras cuatro días a la deriva".
 
Entonces, a medida que imagino esta pequeña historia, una nueva palabra se abre paso fragante, salada y brava: Náufraga. Pienso que quizás deberíamos naufragar más, que no naufragamos lo suficiente para que el lenguaje se nos acerque hasta hacernos ese traje a medida.

 



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