¿Cuántos de los que votaron por el Comandante Chávez en 1998 auguraron los profundos cambios que se operarían en el país durante su gobierno? ¿Cuántos creyeron que el nuevo gobierno desarrollaría programas gratuitos de educación y salud que incluirían a vastos sectores de la población, particularmente a la de bajos recursos? ¿Cuántos imaginaron que florecerían miles de cooperativas y de otras organizaciones sociales destinadas a crear una economía social cuyos beneficios los disfrutaría el pueblo y no los capitales transnacionales? ¿Cuántos pronosticaron que nuestro país se erguiría como un Estado independiente y soberano frente a las grandes potencias industriales y como decidido promotor de la solidaridad y de la integración entre los pueblos latinoamericanos?.
Muy pocos de nosotros. Muchos ni siquiera recordamos cuáles fueron las promesas que hizo Hugo Chávez durante su campaña electoral. ¿Por qué, entonces, votamos por Chávez Frías?
Casi nadie duda, ya sea chavista, opositor o neutral, que el Comandante Hugo Chávez Frías descolló como figura política cuando encarnó el rechazo del pueblo venezolano al bipartidismo que depauperó al país durante los últimos decenios del siglo XX. Sin embargo, conviene recordar qué era exactamente lo que execrábamos de ese sistema de poder con el fin de no reproducirlo y de no ilusionarse creyendo que la IV República murió en el parto de la quinta y que una nueva generación de inmaculados venezolanos dirigirá ahora al país.
¿Cuáles fueron, pues, las razones que nos motivaron a terminar con la IV República votando por Hugo Chávez Frías? Creo que fueron los dos productos más repulsivos del Pacto de Punto Fijo, de la bonanza petrolera de la década de los setenta y de la aplicación de las recetas neoliberales durante las décadas de los 80 y 90: El primero, las crecientes y acuciantes dificultades económicas que padecían grandes masas de la población, carencias que contrastaban con el desmedido enriquecimiento de un sector minoritario de dirigentes políticos y de empresarios cuyas enormes fortunas eran enviadas al extranjero. El segundo, la corrupción, que en sus diversas modalidad actuaba como mecanismo generador de la atroz injusticia distributiva y de la galopante descomposición social.
Hugo Chávez debuta en el escenario político en 1992, cuando comandó una insurrección militar contra el sistema de corrupción y desigualdad de la IV República. Chávez Frías y sus seguidores fracasaron en su intento y las razones hoy nos resultan obvias.
En aquel entonces, no conocíamos quiénes eran aquellos militares golpistas y por supuesto no disponían ellos de televisoras a su servicio como los golpistas del 2002. Sin embargo, el teniente Chávez utilizó los pocos segundos que le concedió la pantalla chica para vaticinar el fin del bipartidismo. La profunda convicción que emanaba de ese buen augurio, viniendo de un hombre que se sabía preso y quizás muerto, era una lección de dignidad, de coraje y de arrojo que logró sacudir a muchas conciencias adormecidas por la desesperanza.
Pagó con la cárcel su delito, pero al salir, quizás con una visión más nítida del horizonte, blandió una espada mucho más poderosa que los fusiles: su verbo. Siete triunfos electorales demostraron el cortante filo de ese venablo que terminaría cercenando los tentáculos de Acción Democrática y COPEI.
Pero el pueblo que apoyaba a Hugo Chávez sólo había identificado a los corruptos, y aún no prestaba atención a los corruptores que movían los hilos de las marionetas verdi-blancas. Privados de los partidos políticos que les sirvieron de intermediarios para cometer sus fechorías, los grandes amos tuvieron que aparecer en escena. Inicialmente intentaron su estrategia habitual: comprar al nuevo y carismático líder popular, pero para su gran sorpresa, para sorpresa de todos nosotros, ¡el mulato barinés no estaba en venta!
La oligarquía nacional y foránea aplicó entonces el plan B: desprestigiar y ridiculizar al nuevo Presidente para reducir drásticamente su popularidad y hacerlo más vulnerable. Ese plan se radicaliza inmediatamente después de la aprobación de las Leyes Habilitantes, leyes que ponían coto a sus mal habidos privilegios y truncaban el curso de sus turbias negociaciones. Utilizando los medios de comunicación, su principal instrumento de dominación de las masas, comenzaron un incesante bombardeo propagandístico dirigido a incitar toda clase de odios y terrores irracionales en la clase media. Siendo expertos en vender mentiras y bienes superfluos por medio de la publicidad, no tardaron en lograr su objetivo. Grandes sectores de la clase media empezaron a ver en el Presidente Chávez a un demonio comunista que atentaba contra el orden social que les había permitido medrar con las migajas que caían de la gran rapiña. No tardó en desatarse la consabida epidemia de odios y paranoias. Afloraron crudos racismos que habían estado adormecidos y hasta disfrazados de caridad gracias a la muda conformidad del “populacho”. Se vaciaron los estantes de las armerías, manos presurosas (de obreros, claro) levantaron murallas y garitas en las urbanizaciones y se diseñaron planes vecinales para exterminar con eficiencia a los posibles invasores “cerrícolas”. La pudiente “sociedad civil” se sintió rodeada y asediada por hordas bárbaras bajo el mando de un vulgar negro “sin clase”.
Por su parte, el irreverente discurso presidencial ofendía a quienes bien merecían la ofensa, pero a la vez dibujaba el perfil de un nuevo orden social que asignaba a los sectores populares un papel protagónico en la vida del país. Ese protagonismo requería la revelación del proceso histórico que condujo a la formación de la IV República y de los mecanismos internos y externos que fueron utilizados para crear la injusticia y la desigualdad de aquel sistema de poder; ese conocimiento conduciría a los venezolanos tradicionalmente marginados y a los sectores progresistas de la sociedad a la emancipación del dominio oligárquico y a la creación de un nuevo esquema social mas justo y equitativo. Revelación, emancipación y creación, tres procesos fundamentales que determinarían el devenir de la revolución en ciernes.
En abril de 2002, los empresarios agrupados en FEDECAMARAS, los dirigentes sindicales de la CTV, la jerarquía eclesiástica, algunas federaciones de gremios profesionales, parte del Alto Mando militar y agentes de países imperialistas o pro-imperialistas, juzgaron que el caldeado ambiente era propicio para derrocar al Presidente legítimamente electo. Erraron en sus cálculos, terminaron ellos mismos creyendo en la realidad virtual creada por los medios de comunicación y no percibieron la Venezuela inédita que nacía: pueblo y fuerzas armadas defendiendo juntos su nueva Constitución Nacional. Ese abril, el proceso bolivariano se gradúa y obtiene el bien ganado título de “Revolución”, la revolución política.
Los saurios y hienas del viejo sistema no tardaron en emplear su arma más poderosa para apuñalear el flanco débil del gobierno bolivariano. En diciembre de 2002 sabotean la industria petrolera y declaran la huelga patronal indefinida, intentando interrumpir abruptamente la circulación de los fluidos vitales de la economía nacional para causarle un infarto fulminante. Nuevamente se equivocaron. Los tejidos orgánicos y sociales suelen limitar el daño abriendo vías de circulación colateral cuando las arterias principales se ocluyen. Esta segunda derrota de una oligarquía resueltamente criminal permitió la reconquista de P.D.V.S.A. y selló la segunda revolución, la revolución económica.
Los oligarcas defenestrados apelaron entonces a un medio que les resulta natural: al crimen organizado. “Guarimbas” para desencadenar la guerra civil y propiciar la intervención militar extranjera, importación de paramilitares, intentos de magnicidio y fraudes electorales. En esta tercera modalidad de ataque tendrán que persistir, pues ya agotaron sus otros recursos. Este nuevo ataque y las oportunidades que abrieron las anteriores confrontaciones sirvieron de acicate para el desarrollo de la tercera revolución: la revolución social. Las misiones, los medios de comunicación alternativos, las organizaciones comunitarias, las cooperativas, los círculos bolivarianos, las brigadas internacionales, las federaciones profesionales bolivarianas, la clase media en positivo, los sindicatos bolivarianos: organizaciones todas en desbordante crecimiento e imbricación que hoy constituyen la raigambre popular e imperecedera de la revolución bolivariana
Estamos ahora ante las puertas de un nuevo triunfo del pueblo venezolano, Florentino herrará las ancas del diablo con un “¡NO!” que también quedará grabado en la historia americana. El porvenir de Latinoamérica, el futuro del país y la vida misma de cada uno de nosotros están apostados a ese triunfo. Si los enemigos de Chávez logran tomar de nuevo al poder, no cabe duda que desencadenarán una persecución implacable y sangrienta de toda tendencia progresista que les suene a “chavismo”, todo ello con el beneplácito y el silencio cómplice de los medios de comunicación nacionales e internacionales y de los sectores que hoy claman por derechos que no han sido violados. Ejemplos de este proceder de las oligarquías sobran en Latinoamérica, y ya tuvimos una muestra que no deja lugar a dudas durante las escasas horas que duró la dictadura de Pedro Carmona. La conciliación nacional que hoy pregonan los oligarcas en su propaganda por el “sí” revocatorio, sin duda será lograda sepultando a sus adversarios.
Afortunadamente, el sentido común, las encuestas y la evolución de los acontecimientos permiten prever un rotundo y nuevo triunfo del Presidente Chávez. Pero todos aquellos que nos sentimos parte de esta Revolución Bolivariana, deberemos seguir velando por su buen desarrollo y continuarla fortaleciendo con cada adversidad. Los embates de sus poderosos enemigos no cesarán y seguramente serán progresivamente más violentos y criminales. Aún así, ya nunca erradicarán las ideas y sueños que irrumpieron en nuestro espacio interior para quedarse por siempre. Sólo un enemigo podría extirpar de nuestros corazones esta sed de justicia, esta esperanza desbordante. Es un enemigo que llevamos en nosotros mismos, el “Alien”, el “Octavo Pasajero”, para parafrasear un filme de ficción científica en el que la heroína, sin saberlo, lleva en el vientre un embrión del monstruo que destruirá a la humanidad.
Ese embrión es el que inseminaron en la sociedad venezolana los empresarios, los políticos, los sindicalistas y las demás especies de depredadores de la IV República: El embrión de la corrupción y de la insaciable avidez por la riqueza y el consumo. Los vicios del bipartidismo prevalecen en la nueva república y gran parte del aparato burocrático del Estado parece estar contaminado. Muchos contratos y postulaciones aún se otorgan según la adhesión política (ahora fácilmente identificable por los procesos revocatorios), la filiación personal o al mejor postor. El robo, la malversación y la complicidad criminal siguen siendo prácticas comunes y la impunidad no ha dejado de ser la regla. Es tal la degradación social generada por la IV República que todas esas execrables prácticas aún son aceptadas por la mayoría como hechos normales o necesarios.
Cuando no se otorga la cédula de identidad al ciudadano común porque se niega a rezar el credo chavista, cuando se excluye a una humilde mujer analfabeta de la misión Robinsón por firmar la solicitud de revocatorio presidencial, cuando no se postula para un cargo público a un obrero que aún siente agradecimientos injustificados por el viejo sindicato adeco, estamos reproduciendo y reavivando el bipartidismo adeco-copeyano. Todos esos actos, asumidos por quien los perpetra como legítima defensa de la revolución, no son más que canalladas que traicionan y laceran hondamente la esencia y el espíritu de la Revolución Bolivariana. Son, como sugiere Savater en su libro ,“Ética para Amador”, faltas a la ética que manifiestan una redomada imbecilidad.
Mientras el Presidente Chávez responde a las múltiples agresiones que ha recibido con la multiplicación del bien y con la defensa incondicional de los derechos sociales y políticos de sus adversarios, un sector creciente de la esfera política y burocrática allegada al “chavismo” se empeña en perpetuar las malsanas, inmorales y decadentes prácticas de los gobiernos corruptos del viejo bipartidismo. Es ese mismo sector el que asoma la miserable posibilidad de un “chavismo sin Chávez”.
La Revolución Bolivariana tendrá que expulsar de su templo a estos mercaderes. Para ello, deberán aplicarse eficientes mecanismos de control social e institucional de la gestión gubernamental regional y nacional (contralorías sociales) y reformar profundamente el sistema judicial para erradicar todo vestigio de impunidad.
También será necesario un esfuerzo titánico para modificar los paradigmas del venezolano: la habilidad para eludir o desconocer normas y leyes deberá ser vista como señal inequívoca de estupidez; el enriquecimiento desmedido tendrá que despertar sospechas y desdén; el afán desbocado de consumo deberá ser sustituido por el ansia de conocimiento y por la práctica permanente de la virtud.
Cada venezolano deberá instalar en su espíritu un tribunal implacable que juzgue si su propio proceder está guiado por un principio que propende al bien común o si, por el contrario, está utilizando a los demás o a las ideas que defiende como meros instrumentos para su bienestar individual. Ese juez interior deberá conminarnos a vernos en el lugar del otro y así decapitar racismos e intolerancias. Cada acto deberá medirse por su capacidad de generar otros similares en los demás provocando la diseminación del bien. Cada venezolano deberá someterse voluntaria y racionalmente al imperio de la Ley, por lo que tendrá que consultar constantemente la Constitución y las leyes, para que también, cuando sea preciso, procure reformarlas haciéndolas más justas y equitativas.
Mucho de esa imprescindible transformación ya está ocurriendo. El clamor de las organizaciones de base pidiendo una revolución dentro de la revolución, el enorme esfuerzo de solidaridad que entrañan las misiones sociales y la dignidad que lograron recuperar grandes sectores de la población son todas manifestaciones de un vuelco grandioso en la condición espiritual de los venezolanos. La cuarta revolución irá tomando poco a poco la vanguardia, hablo de la más difícil de las revoluciones, la que pocas veces ha ocurrido: la revolución moral. Cuando ella sea patrimonio de la mayor parte de los venezolanos habremos arribado a la utopía que en 1998 nos impulsó a votar por Hugo Chávez Frías.