¡La roja no!

En el país pasan muchas cosas. Y las hay graciosas, al menos según la óptica con la cual se les vea. Claro dan ganas de reír pero si se analiza esto que voy a contarles, verán el grave problema que se esconde frente a una pequeña expresión sin verbo.

En los consultorios en los cuales acude la gente pudiente a llevar a sus niños, siempre tienen disponible algunos cotillones para que los niños que esperan por ser atendidos o aquellos que se marchan se conforten con un pequeño regalito.

Es el caso que dentro de esos obsequios siempre hay bombas, que los pequeños sacan de una cesta o de una caja dispuesta para tales fines. Visualicen ustedes a la madre chequera en mano para hacer el pago correspondiente y al retoño metiendo la mano para sacar su bomba. Indefectiblemente usted oirá, si escoge una bomba roja, la voz chillona diciendo “no, la roja no”; ustedes saben, así como hablan ellos. Con esa forma de afirmar como si tuviesen la verdad en sus labios. Con esa forma de decretar, de sancionar, de distinguirse.

¿Se acuerdan cuando dijeron que reivindicarían el color rojo? no pueden, no pueden desprenderse del odio, la rabia y la cábala. Tal vez piensen que el rojo le va a transmitir malos pensamientos a los chamos. Un amigo me contó que su pequeñín se le ocurrió decir, delante de las tías disociadas, que su amigo Chávez le regalaría un vergatario. Santo remedio para que de las caras saliera un odio feroz contra el padre y la criatura, santo remedio para comenzar la cantaleta contra el presidente. No les importa que los niños vean esas expresiones de odio y escuchen esas frases sin sentido.

Esta gente de la oposición se ocupa y ha ocupado de proteger a sus niños de todas las enfermedades posibles. No hay vacuna que no les pongan, no hay letra de vitamina que no consuman. Pero no pensaron lo que les pasaría a esos niños cuando crecieran y se vieran en un país del cual sus padres habían despotricado tanto. No pensaron lo que pasaría cuando sus chipilines llegaran a adolescentes y tuviesen miedo crónico de tanto oír esas cosas que ellos inventan para afirmar sus ideas y salirse con la suya.

La gente de la oposición se ha acostumbrado tanto a mentir y a exagerar que esa forma de pensar y sentir es ya para ellos una segunda piel. Hace unos días le decía a una vecina que no estaba bien el que hicieran un llamado para una asamblea con un argumento de miedo y espanto que se habían inventado. Ella estuvo de acuerdo. Cuando se comunicó al resto de los vecinos que el argumento de la invasión no se había dicho en el llamado, una de las personas preguntó: ¿Cuál es el problema en meterles miedo? ¡Así no dejan de venir!

Entre: la roja no, meter miedos, exagerar cualquier cosa, inventar tragedias y hablar mal de Chávez, se van haciendo menos racionales, menos capaces de diálogo, menos bondadosos. Un día terminan como esa señora que no usa el apellido materno y que al ver gente diferente a ella misma sintió que la habían emboscado y le dijo al país que ella sólo discute en sus espacios, que es como decir que no sabe leer sino en su libro.


mromero@ciberesquina.una.edu.ve


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Maruja Romero Yépez


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