¿Es verdad que San Martín pensaba igual que Bolívar? (V)

Es así como el 28 de Enero de 1820, encontramos que San Martín escribe a O’Higgins solicitándole una ayuda de 6.000 hombres, pues su estrategia inmediata era invadir al Perú. La respuesta fue inmediata con la oferta de 4.000 hombres, con equipo completo y los servicios de la escuadra para conducirlos a las costas peruanas. Pero un contratiempo inesperado se le presenta al recibir la orden del gobierno argentino que le ordenaba regresar con la totalidad del ejército de los Andes a Buenos Aires para atacar la revolución de las “montoneras”, que en esos días ya se acercaban victoriosas a la capital del Plata.

San Martín disciplinado por instinto pensó en acatar la orden y así se lo anuncia a Rondeau; pero al mismo tiempo se entera que el ejército de Buenos Aires ha sido disuelto ante el ataque general de la milicias rebeldes, esto lo hace reflexionar y reafirmarse en su génesis idealista de que sólo la “solución monárquica”, pactada con los españoles en el Perú, podía reestablecer en la América Meridional una autoridad capaz de contener el torrente revolucionario, en el cual nunca creyó y cuyas acciones avanzadas se desencadenaban en el Plata. Esta base idealista lo convulsiona y lo hace tomar decisiones personales, asume la responsabilidad de la desobediencia a sus superiores y pretextando una enfermedad que le atacaba (ataque de reuma), se dirigió a Chile a los baños termales de Caquenes, después de solicitar a O’Higgins reuniera en el valle del Aconcagua todas las mulas y caballerías que pudiera disponer, para atender el transporte del ejército de los Andes.

Para su suerte, esta decisión, que muchos tomaron como traición, brutalidad, le dio la razón aparentemente, pues el 1º de Febrero de 1820 las “montoneras” derrotaron en Cepeda a los orgullosos ejércitos del patriciado bonaerense; el Congreso se disolvió y la nación se dividió en pequeños estados soberanos, de cada uno de los cuales se adueñó el caudillo afortunado que había sabido ganarse la voluntad de las “montoneras” y podía satisfacer permanentemente sus apetitos.”La posición del ejército de los Andes-escribe Mitre- y la de San Martín era doblemente anómala. El ejército, con la bandera nacional, no tenia gobierno a quien obedecer, solo dependía de un general que había desobedecido al gobierno que acababa de desaparecer. El general, se la había jugado con su licencia, ahora se atribuiría facultades supremas y podía realizar libremente sus designios, se encontraba sin patria en cuyo nombre obraría y no tendría gobierno ante quien justificarse o que diera sanción a sus actos. Para regularizar esta situación, como él la entendía, o para rehabilitarse con nuevos poderes, entregó a la deliberación de sus subordinados su autoridad militar y la prosecución de sus designios”.

No fallo, tal y como lo esperaba San Martín, el consejo de oficiales, convocados por él, le confirió el grado de “generalísimo”, lo cual se hizo constar en un documento muy famoso: “El Acta de Rancagua”. Tomada esta decisión, que separaba al ejército de los Andes de la nación Argentina, las tropas cruzaron nuevamente los Andes y se acuartelaron en las cercanías de Valparaíso, donde los primeros días de Julio de 1820, se les reunió San Martín para dirigir su embarque en la armada chilena, comandada por el marino inglés Cochrane. El 20 de Agosto se alejaron de las costas, rumbo al Perú, la expedición trabajosamente alistada por San Martín y O’Higgins, cuyos efectivos ascendían a 4.300 hombres de infantería y 625 jinetes, fueron conducidos en 16 transportes y escoltados por ocho buques de guerra.

Están claro los propósitos de San Martín, desde el inicio de su campaña indicaba lo que buscaba, estaban dirigidos objetivamente a una política, a la cual sacrificaba voluntariamente su fundada fama de militar. Se separaba de las ordenes de Cochrane, quien era partidario de dirigir la expedición a las proximidades del Callao para atacar inmediatamente Lima, pero por su parte individualmente San Martín prefirió encaminarse al Sur del Perú, a la playa de Pisco, para comenzar allí la ejecución de sus planes, ignorados por casi todos, pues su reserva era total. Desde allí y después de las operaciones de desembarque, el 9 de Septiembre, el ya “generalísimo” argentino trabaja arduamente las gestiones diplomáticas para encontrar el camino que condujera a una primera entrevista entre comisionados del Virrey del Perú y sus representantes personales. Entrevista que logra y se efectúa en el sitio llamado Miraflores, a l1kilometros de la capital.

La pregunta histórica ¿Qué se trato en ella? ¿Cuáles fueron sus resultados positivos? pues San Martín y sus hombres mas allegados guardaron sobre estas gestiones diplomáticas un silencio muy oscuro, solo se pudo conocer posteriormente algunos detalles más tarde y eso por una carta que el Virrey Pezuela le envió a su embajador ante la corte de Brasil. “Trate de ponerme en comunicación con el general San Martín -le dice- para llegar a una transacción o a lo menos a una suspensión de hostilidades. No ha sido posible conseguirlo, no queriendo admitirse otra base que la independencia del Perú; ni mi honor ni mis facultades me autorizaban para entrar en un convenio que la supiese. El medio que los diputados de San Martín indicaron, diciendo que no sería difícil encontrar en los principios de equidad y justicia la coronación en América de un príncipe de la casa reinante en España, también me fue preciso rechazarlo por lo que a mí me toca, y reservar su examen al Gobierno Supremo”.

Esta negativa del Virrey Pezuela se convirtió en una calamidad para San Martín e influyó en su conducta posterior, llevándole a una serie de movimientos desesperados. Aconsejado por Monteagudo, el más capaz de sus amigos, modificó sus planes en el sentido de no contar por más tiempo con la cooperación de las autoridades españoles y buscar en cambio, un pacto directo con la aristocracia peruana, con la mira de apoyarse en ella para realizar su sueño: LA MONARQUIA AMERICANA.

(Continuará…)



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Víctor J. Rodríguez Calderón


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