(otra genio, víctima de la guerra fría cultural)

Mi amistad con Ramón J. Sender

No me consideren escritor ni mucho menos un intelectual. Refiero estos recuerdos como alguien que tuvo la suerte de conocer a uno de los españoles más importantes del siglo XX como político, soldado, pensador, novelista, poeta y hasta como pintor: el aragonés don Ramón J. Sender.

Con la caída de la República en 1936, a Sender le corresponderá recorrer un camino asaz peligroso minado de enemigos de derecha y de la izquierda. En 1938 se pelea con el general comunista Enríque Líster y acaba abandonando al Partido rojo. En 1939 cuando huye a París el recelo y la envidia de los viejos camaradas le sofocan y lo cercan y solicita una visa a la embajada americana. Vive entonces entre la locura y el deseo de matarse. Me contó: “si tú hubieras visto el aspecto que tenía en esa época. Por allí se conservan unas fotografías.”

Fue una conmoción moral muy extendida entre sus compatriotas: un sentimiento de estafa y de frustración. La guerra perdida, los sueños de la juventud destrozados, la familia desintegrada, sus mejores amigos, su mujer y un hermano fusilados. Los partidos y los ideales de una revolución proletaria en el mundo habían terminado para España, Italia, Francia y Alemania en un pavoroso fiasco. Siempre la misma maldición; no se trata de los ideales sino de los hombres. Pero alguien o algo tenía que pagar por todo aquello. En los que más se habían arriesgado no quedaba la menor duda de que Rusia los había traicionado a todos, y que Stalin no dejaría vivo a ninguno de los que habían salvado de la guerra civil. Entonces nacía entre aquellos hombres heridos y atormentados un furibundo anticomunismo. Los que mejor desarrollaron ese anticomunismo fueron los trostkistas. Todo este comportamiento aún permanece inexplicable: ¿por qué fue entre los trostkistas de donde surgieron los más recalcitrantes conservadores, y más aún los que habrían de enrolarse con la CIA para tratar de destruir al comunismo?

Es uno de los más complejos misterios que envuelven toda esta escabrosa trama que surge a partir de 1947, con la implementación de la Doctrina Truman. Desde esta época se trata de identificar fascismo y totalitarismo con comunismo. Aunque gran parte de esta explicación se encuentra en el horror que llegó a provocar en el mundo la política de Stalin, no puede entenderse cómo en personas forjadas en luchas de varias décadas, con sólidos conocimientos de filosofía, con carácter y valores humanos acendrados y profundos, se hubiese podido generar en ellos una posición tan frontalmente opuesta a lo que durante décadas constituyo la razón de sus trabajos creativos, de sus vidas.

En mis investigaciones sobre algunos intelectuales de izquierda de los años cincuenta, he encontrado que la CIA consiguió hacerles un muy fino y cuidadoso lavado de cerebro. En particular, un ejemplo de esta disociación mental la tenemos en Ramón J. Sender, a quien estuve tratando con cierta regularidad durante cuatro años. Hablaré de cómo fue el fuego cerrado, los bombardeos sicológicos de la CIA para dislocar la posición de Sender y de un grupo de españoles que participaron en la guerra civil del lado de la República. Don Ramón, y esto no parece para nada casual, fue conquistado sin ninguna duda por orden de la CIA, por la señora Florence Hall quien trabajaba para la Sección de Asuntos Culturales Latinoamericanos del Departamento de Estado norteamericano (con quien se casó). Esta “captación” de Sender a favor de la lucha ideológica del poder estadounidense, se adaptaba perfectamente a las instrucciones que entonces impartía el escritor húngaro (ex bolchevique) Arthur Koestler, quien sostenía que la mejor manera para destruir a los comunistas era utilizando ex comunistas.

Ramón J. Sender, para la época en que lo conocí, me decía que él se consideraba más bien (y así en realidad lo había sido toda su vida) anarquista. Era un profundo admirador de las obras de Mijael Bakunín y del príncipe Peter Kropotkin; admiraba a Durruti, y a final de cuentas concluía que los anarquistas en la guerra civil habían sido los más honestos y los más valientes. Esta posición se refleja perfectamente en todas sus obras. Como don Ramón, todavía en la década de los cincuenta mantenía intacta su fe en ciertos ideales socialistas, para estrategas al servicio del Departamento de Estado como Koestler, resultaba ideal para ser utilizado contra los “fellowes travel”. Ya para principios de la década de los 50, la CIA incluyó a Sender en la lista de los INC (Non-Comunist Left, NO COMUNISTAS DE IZQUIERDA).

Leo en “El País” de España (19-01-08), una reseña sobre la más reciente biografía de Sender escrita por Jesús Vived Mairal, en la que se reseña que don Ramón “fue periodista, militar en dos ocasiones, propagandista republicano enganchado a todas las causas -y sus contrarias- posregeneracionista juvenil, anarquista después y para siempre, compañero de viaje de los comunistas de los que se separó violentamente, al fin honesto ciudadano norteamericano socialdemócrata y leal con el gobierno de su nuevo país hasta en medio de la guerra del Vietnam, de cuya legitimidad fue propagandista, el colmo, pues su vocación era la de perder todas las guerras. Fue un escritor imparable que se comprometía en las causas a las que se acercaba, hosco, rebelde e indisciplinado, aunque todos hablan siempre sobre su honradez a toda prueba, su ternura y generosidad derrochadas con la que derramó su vida a manos llenas.”

Pienso, que si hoy me encontrase con aquel Sender, con todo el conocimiento que ahora tengo de América Latina, quizá mi amistad con él no habría sido la misma. Entonces hubiesen sido muchas las cosas que a él le habría rebatido. Definitivamente el trato hubiera sido distinto. Él me lo repitió muchas veces, que nuestra amistad era posible por la gran diferencia de edad que había entre los dos. Pero también el desnivel insalvable entre lo que yo entonces conocía y entendía del mundo y lo que él había sufrido tratando de salvar su propia vida. Para salvarla también tuvo que renegar de gran parte de su pasado.

A partir de esta época de 1947, se produce una vorágine de publicaciones ambiguas escritas más por la Inteligencia de la Central que por la inteligencia de sus autores (como llega a decir la historiadora Frances Stornor Sauders.) Según Koestler, la fe no sólo sirve para mover montañas sino para hacerle creer a la gente que un arenque es un caballo de carreras. Entonces, fue cuando para el experto en asuntos latinoamericanos y asesor de J. F. Kennedy, Arthur Schlensinger, le dio puertas francas en editoriales, periódicos y centros culturales a una “revolución silenciosa” dentro de los frustrados y desesperados ex comunistas. Puertas francas que habrían de ser muy bien acogidas por las publicaciones que desde París dirigirá el ex troskista Julián Gorkin.

El estudio del uso planificado de la propaganda norteamericana para comunicar ideas que intoxicaran de dudas los corazones, para producir comportamientos ambiguos o confusos, opiniones desalentadoras sobre el futuro de América Latina y de España; actitudes y emociones contradictorias, para hacer en fin que cierta elite se consiguiera mover en la dirección “correcta”, fue verdaderamente el plan inicial para provocar una verdadera hecatombe esquizofrénica, digo, dentro de las filas comunistas.

El capital invertido por el Departamento de Estado norteamericano en este proyecto de guerra psicológica fue tanto o mayor que el contemplado en el Plan Marshall para salvar a Europa. Mejor dicho, era parte del mismo Plan, y se dimensionó, además para provocar desaliento en las filas de izquierda, insuflar un abismal encantamiento difundiendo que se avecinaba un horror con el comunismo ya tocando a nuestras puertas. Millones de revistas, programas de radio, actos culturales se desparramaron entonces por el mundo para tratar de apartar a la intelectualidad europea de la fascinación por el marxismo o el comunismo.

Efectivamente, los expertos que rodearon a Truman para desarrollar esta lucha de contrainsurgencia cultural, le hicieron ver el enorme interés que se estaba despertando en el mundo por la revolución bolchevique y el estudio del marxismo. Entonces se le advirtió que para evitarle peligros futuros a la influencia norteamericana en el planeta (indudablemente a sus negocios comerciales), una de las salidas era la persuasión intelectual a través de la cultura. Así como sostenía Francisco Umbral que el escritor es la puta más cara del político, Washington necesitaba de estas putas con urgencia. A esta clase intelectual que requería en definitiva, sería la que les daría la dirección “correcta” a los pueblos; la que acabaría imponiendo los liderazgos, los valores morales del capitalismo y los pensamientos dominantes. Todo esto es una mina (por ser todavía explorada) para tratar de comprender este fenómeno cuyos elementos básicos se encuentran en la obra “La CIA y la guerra fría cultural”, de Frances Stonor Saunders[1].

Hay que insistir en que la esquizofrenia anticomunista, tuvo que ver también con la forma como Stalin se desentendió de los movimientos revolucionarios que habían dado pruebas extraordinarias de valor durante la guerra civil española. Esto mezclado con el intenso trabajo, como veremos, del “Congreso para La Libertad de la Cultura”, CLC, especialmente creado por la CIA para escindir las mentes de muchos pensadores de la época. Los resultados para finales de la década de los setenta, cuando conozco a Sender, son devastadores, todo un holocausto moral y humano. Sender, claro, murió sin enterarse cómo lo habían manipulado.

Esta intoxicación cultural, alcanzó a muchas otras generaciones, incluso a talentos que se creían muy listos, como el mismo Francisco Umbral. Él y toda su generación fueron otras pequeñas cobayas en este infernal laboratorio de guerra psicológica. Basta con ver cómo se prestó para convertirse en la puta predilecta del director del diario “El Mundo”, Pedro J. Ramírez, y de la manera como se regodeaba pletórico con los premios que le llovían, asido a los huevos del rey Juan Carlos y de Camilo José Cela.

Muchos de aquellos escritores que estuvieron en la España republicana, acabaron suicidándose; otros terminaron en centros psiquiátricos, la mayoría entró en un estado de decepción, de soledad y escepticismo del cual más nunca se repondrían.

Esta historia comenzó en los primeros años de la década de los setenta cuando me topé con “El Bandido Adolescente”, y entonces me dediqué a coleccionar, leer y releer cuantas novelas y ensayos de don caían en mis manos. Tuve desde entonces la certeza de que algún día lo conocería. Cumplida esa aspiración no hay día en que no lo recuerde, en que no revise sus libros entrañables para mí, e incluso casi siempre sueño con que nos encontramos y repasamos planes, ideas, pensamientos que durante cuatros años fueron parte de nuestros encuentros y conversaciones. De todos esos recuerdos nació mi novela “Muerte ad Honores”.

Fue una amistad cargada de un profundo afecto y llena de una admiración por esos últimos años de su vida sencilla, humilde, apartada del mundo. Por ese respeto hacia él, me eximí de quedarme con una sola fotografía de las tantas que se tomaron en mi casa de San Diego cuando él me visitaba. Se las entregaba todas para que él decidiera que hacer con ellas, incluso con los propios negativos. Hoy verdaderamente reconozco que nada de malo tenía con que yo me quedara con unas copias de aquellas fotografías. Un día, en un portal de Internet encontré una de ellas, en la que él aparece con el pajarito “Trilly” (que vivía en mi casa) en su hombro. Esa fotografía se la tomé en la casa en que entonces vivía en el campus de la Universidad de California, en La Joya.

Ese era un pajarito que llevaba viviendo con mi familia desde hacía más de un año, y de la manera más libre volaba por toda la casa. Muy temprano, apenas salía el sol se iba con sus amigos o amigas y volvía por la tardecita; dormía en lo alto de un cortinero. Ese pajarito, en ocasiones cuando yo estudiaba, me picoteaba el lápiz o si yo estaba trabajando con la máquina de escribir se metía entre las teclas y me exigía que le atendiera. Volaba por la casa colocándosele en la cabeza o en el hombro de mi esposa o de mis hijos. Todo un misterio. Llevé a casa a Sender para que lo conociera porque él no podía creerlo. Luego don Ramón escribió sobre este pajarito, y yo lo metí en una novela que nunca publiqué.

Es inevitable que deba hablar antes un poco de mi vida para que se pueda entender cómo fue que Sender llegó a aceptarme como su amigo. Don Ramón se mantenía en guardia con el mundo, vivía en medio de una extrema soledad y se podía decir que era muy difícil que aceptara visitas en su apartamento de San Diego. Yo fui testigo de como a más de uno, e incluso a profesores con mucho pedigrí académico, les decía asomado con la manilla en la mano: “Señor, lo siento mucho pero no puedo atenderle”, y respetuosamente les cerraba la puerta. Aquel privilegio me creaba responsabilidades y compromisos bastante complejos, que de algún modo consideraba yo debía retribuírselos con acciones que le demostrasen de mi parte lealtad y alguna capacidad de creación y de estudio para merecer su atención.

Para 1972, sentí que la vida se me iba en divagaciones, de café en café, de cuento en cuento, en recurrentes y monocordes planes sobre un viaje sin retorno a África o a la India que nunca se daba; con un grupo de amigos me metí en la tarea de organizar un movimiento político-cultural para liberar los cuadros de Armando Reverón secuestrados en El Museo de Bellas Artes por los ricachones de Caracas. Igualmente pasábamos horas, días, tratando sobre un proyecto de invasión a Guyana. O proyectábamos planes para el recorrido del paso de Los Andes, el mismo que hizo Bolívar en 1819. Para mantenernos en forma recibíamos clases militares en El Ávila con unos viejos guerrilleros que anduvieron por los lados de Humocaro Alto. Nos parecía siempre que a la vuelta de la esquina nos sobrevendría una revolución y debíamos estar prevenidos y entrenados. Por esa época conocimos a algunos jeques de la Reforma Universitaria: a Carlos Blanco y Rigoberto Lanz. Este par de ideólogos de la Facultad de Economía de la Universidad Central de Venezuela dirigía una célula y una revista revolucionarias. Carlos Blanco era un burguesito muy modoso y tan educado como golfo que se caía de culo cuando les recitábamos aquella frase de Hamlet: “Desgraciado de mí, el mundo está fuera de quicio y tener que ser yo quien lo ponga en orden…” Rigoberto recelaba de Carlos pero estaba como hipnotizado por los inmensos bienes de fortuna que éste poseía. Yo, sin tener ningún grupo que me respaldara en el Pedagógico Nacional me hacía pasar como representante estudiantil de este Instituto en las discusiones sobre la Reforma Universitaria. Rigoberto siempre estaba alardeando de que un día de estos se iba a ir a las guerrillas, y para prepararse y dar ese salto supremo en su vida, se calzaba unas descomunales botas de campaña que le llegaban casi hasta las rodillas. Nunca se fue. A nosotros nos daba mucha risa la pareja dispareja que formaban Rigoberto y Carlos, y mi amigo Winston Campos lo pronosticó: “Rigoberto se morirá de viejo queriendo ser guerrillero y Carlos Blanco no pasará de ser un alto funcionario de gobierno, un triste burócrata, seguramente ministro, adeco o copeyano.”

Estábamos a punto de dar los primeros pasos para crear una revista literaria, cuando adquirimos un viejo jeep y nos fuimos a Brasil. Luego viajamos a la España franquista, estuvimos después en París y conocimos a varios miembros de ETA. Soplaban vientos de grandes aventuras, y recorrí medio mundo con Winston Campos, quien fue un jodedor implacable (quien repentinamente en 1976 se nos iría en un fatal accidente... sin Winston, coño, quedamos dando vueltas como una peonza, y preguntándonos: ¿y a ahora a dónde carajo iremos…?)

Por cierto, a Winston no le gustaba que usáramos la palabra “sueño”. Le parecía una putada; siempre nos estaba alertando: “Déjense de la pendejada de estar soñando porque les va a dar sueño.” Entonces nosotros llevábamos un anti-diccionario donde íbamos incorporando palabras que nunca debíamos usar.

En 1974, regresamos a Venezuela, y traía yo en el bolsillo el recorte de un artículo de don Ramón Sender que hablaba de los anarquistas y de los hombres sin miedo y sin esperanzas. Lo leía y trataba de que me llegara a los tuétanos. Fue cuando para no salir por ahí con un rifle, nos enrolamos en unos cursos de cine en El Ateneo, porque ya sabíamos que el arma de destrucción o de construcción masiva más importante iban a ser el cine y la televisión. Conocimos en estos estudios a un químico madrileño de nombre Francisco Antolin, hoy todo un genio de la escultura y de la pintura españolas. Creamos una productora (con Winston Campos y Francisco Antolin) que se llamó “El Grupo Sade”, y un corto cinematográfico llamado “La Apología del acto gratuito.” Aquel curso comenzó a llenarse de gente envidiosa y miserable, y un personajillo de apellido Nazoa, violentado la puerta del laboratorio donde editábamos nuestros trabajos, logró causar irreparables daños a gran parte de un material de nuestro corto. Realmente nos estábamos ahogando en la mierda. Para completar, los Otero (dueños del diario “El Nacional”) impusieron como director del curso de cine que tomábamos, a un farsante y pícaro italiano, llamado Franco Rubartelli. Aquello acabó mal; se formó la Dios es Cristo cuando en una trifulca le gritamos a Rubartelli que no nos viniera a enseñar cómo hacer películas de vaquero o novelitas rosa como su bazofia “Veruska”. Los Otero se habían adueñado de las docenas de cámaras 16 mm con las que el gobierno había hecho una famosa película, de unas cien horas, llamada “Caracas Cuatricentenaria”. Aquellas cámaras terminaron en manos de Rubertalli, y de allí en adelante éste se haría famoso, los Otero más ricos, pero ya el curso de cine se dedicaría a hacer propaganda comercial y spots para políticos de partido y los magnates de la oligarquía nacional.

Nuestro corto cinematográfico, que no pudo terminarse, llevaba diálogos extraídos de “Las Cuevas del Vaticano” de André Gide y de la novela “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre” de Sender.

A partir de aquel frustrado curso en el Ateneo de Caracas, se nos cerraron muchas puertas y salidas; aquello era lo que se llamaba cultura en Venezuela y estaba en manos de la exquisita y burda burguesía del Este de la capital. Entonces los grandes saraos y atracos culturales se hacían en nombre del “comunismo” y de la “revolución”. Era la moda intelectual. La gente de “El Nacional”, con sus humoristas, saqueaba a los guerrilleros que se habían acogido a la pacificación y expoliaban también a la Revolución Cubana.

En 1976, cayó en mis manos, recién publicada, la novela de Sender, “Efemérides” que significó para mí un perfecto baño de ácido sulfúrico. Fue cuando me pareció que lo más honesto era dedicarme a las matemáticas y emigrar. Antolin vivía en Chacaito, trabajaba en un colegió católico como profesor de química y en los ratos libres pintaba y tomábamos café. Un día nos mostró sus trabajos de pintura y quedamos positivamente impresionados. Le dijimos que su destino era hacerse creador. “Tú eres un artista”, le dijimos. Claro, lo tomó en serio. Francisco abandonó la docencia y se dedicó de lleno a leer y a pintar. Volvió a Madrid y hoy es uno de los artistas, como dije, más importantes de España. Duele decirlo, por unas puerilidades insignificantes, años más tarde, Antolin y yo nos peleamos y no nos volvimos a tratar. Una lástima.

En julio de 1976, viajé a Los Ángeles, ya con la decidida determinación de hacer un doctorado en Matemáticas. Me dirigí a la Universidad de California, en la ciudad de San Diego, donde vivía retirado Ramón Sender. A este escritor aragonés por aquellos años, selectos grupos intelectuales latinos y norteamericanos lo estaban proponiendo para el Premio Nóbel de Literatura. Cargaba en esa época conmigo, además de muchos artículos de Sender que se publicaban en el diario “El Universal” de Venezuela, sus novelas “El Bandido Adolescente”, “La Aventura Equinoccial de Lope de Aguirre”, “Epitalamio de Prieto Trinidad”, “Efemérides” y “Crónicas del Alba”.

Valga la pena decir que el diario “El Universal” de Caracas donde la agencia Latinoamericana, ALA publicaba los artículos de Sender, es de los más reaccionarios y derechistas que se conozcan en el hemisferio. Fue fundado prácticamente para defender a las compañías petroleras, como igualmente defender las dictaduras que tuvimos desde Juan Vicente Gómez. Allí publicaba Sender porque la Agencia ALA, que dirigía el ex trostkista y funcionario de la CIA Joaquín Maurín, distribuía sus artículos por casi todo el hemisferio. Me he preguntado una y mil veces el por qué de esa espantosa ironía que españoles que lucharon a muerte contra Franco, luego se volverían anticomunistas, legitimando la permanencia con sus posiciones al propio régimen totalitario del Caudillo.

Dice la escritora Frances Stonor Saunders[2]: “De cualquier manera, documentos relacionados con la Guerra Fría Cultural sistemáticamente desmienten el altruismo norteamericano. Decía un oficial de la CIA que entrevisté: “lo que la Agencia se proponía era formar personas que, a partir de sus propios razonamientos, estuvieran convencidas de que todo lo que hacía el gobierno de los Estados Unidos era correcto”. Tenemos una frase crucial, “a partir de sus propios razonamientos”. Nada más directo o poco sutil que forzar a los cerebros de una generación a que equiparen la paz de los Estados Unidos con el ideal de la libertad. “No se trataba de comprar o subvertir a escritores e intelectuales, sino de crear un sistema de valores arbitrario y artificial con el que los académicos fueran promovidos; los editores, designados; y los estudiosos, subsidiados y publicados; no por sus méritos –que en ocasiones eran considerables—sino por su filiación”.

Abruma y aturde la cantidad de ex comunistas españoles, que una vez en el exilio comienzan a jugar un papel fundamental en los trabajos de espionaje (de contra-información) y de penetración cultural a favor del imperio norteamericano, tanto en Europa como en América Latina.

Deambulando por Los Ángeles, me conseguí con “Réquiem por un campesino español” considerado en Estados Unidos como uno de los libros más importante en lengua hispana. Sender realmente me parecía el más autentico creador en lengua castellana y el menos español en el mal sentido. Él se había arrancado mucho de ese rancio españolismo tan plagado de atávicos prejuicios; un hombre que al trasplantarse a América había adquirido un nuevo estilo menos recargado de retórica, apoyado con una muy filosa y fina ironía (aunque Francisco Umbral, creo, le llamó galdosiano). Su libro “El Bandido Adolescente” es lo menos español que se pueda leer de un español, y se lo dije un día que estaba en compañía de mi amigo Antolin. Visitábamos El Parque Balboa al que le gustaba recorrer para llevarles cacahuetes a las ardillas. A raíz de este comentario, don Ramón me pidió que lo visitara.

Me imaginaba que sentado en uno de esos bancos del Balboa Park, meditando sobre lo efímero y misterioso de la vida, rodeado de ardillas, fue como concibió su novela “Adela y yo”, publicada en 1978.

Yo le había organizado a Francisco Antolin una exposición de sus pinturas en la Universidad de California. Sender y yo escribimos la presentación del catálogo.

Comencé a visitar, pues, a Sender y hablábamos de literatura y de política. Hubo meses en que iba todos los días por la tarde, cuando ya él había trabajado intensamente en sus libros. Él quería que yo escribiera y entonces comenzó a darme clases, a tratar de enseñarme el oficio. Él me decía que en cuanto dominara la técnica todo lo demás iba a ser muy fácil. Cuán equivocado estaba. En aquel tiempo me dio más de cuarenta libros escritos por él. Creo que llegué a leer toda su obra. Cada vez que me despedía en su apartamento me aconsejaba: “Mira, si no escribes el diablo te va a llevar”. Yo le contestaba que eso ya no tenía remedio.

- ¿Tú fumas? –me preguntó en una ocasión que íbamos a ver una película en Balboa Park.

- No, don Ramón –le contesté- Tengo otros vicios.

- Bueno, haces bien. Yo fui un gran fumador. A lo mejor de eso me viene este mal del asma que padezco.

- ¿Del alma? -hice como si no le hubiese entendido, y entonces sonrió.

- Es verdad. Todos los males vienen de allí.

Después me di cuenta de que su sensibilidad era tal que sufría ataques de asmas por un recuerdo, por una mala impresión en un encuentro con algún criptocomunista, un relato mal escrito, un mal poema.

El Kongress für Kulturelle Freiheit (EL CONGRESO POR LA LIBERTAD CULTURAL, CLC) surgió en junio de 1950 en Berlín, en la zona de ocupación estadounidense. Asistieron 118 intelectuales procedentes de diferentes países con distintas posiciones políticos para expresar de la manera más libre cuanto sintiesen sobre sus gobiernos, sobre los partidos, sobre el totalitarismo, y se haría para sentar las bases de una poderosa organización internacional.

El fenómeno del anticomunismo requeriría de todo un voluminoso trabajo de psiquiatría. Para la década de los 40, la sola palabra comunismo causaba pánico en casi todos los pueblos de América Latina. Era un terror que difundían los ricos, las familias adineradas que hablaban de una revolución en Rusia que había desconocido la propiedad privada, que amenazaba con la destrucción de la religión de Cristo y en la que gobernarían los menos capaces, la chusma, borrachos, asesinos y locos. Toda una guerra propagandística que se reforzaría muy agresivamente con la guerra fría a partir de 1948. En la Reforma la Constitucional en julio de 1936 en Venezuela, se proscribieron las ideologías Comunista y Anarquista, y el mismo Presidente Eleazar López Contreras expresaba que uno de sus fines políticos primordiales era salvar a Venezuela del comunismo. Recordemos los venezolanos un acalorado debate en la Cámara de diputados, el 15 de junio de 1937, en el que Rómulo Gallegos ofendidísimo protestó porque lo habían llamado desde negro hasta comunista.

En el encuentro del Comité Internacional del CLC que se hizo en Bruselas (28 y el 30 de noviembre de 1950), entre los miembros del Comité Ejecutivo estuvieron: Irving Brown, Arthur Koestler, Eugen Kogon, David Rousset, Ignazio Silote, Stephen Spender (T. R. Fyvel) y Denis de Rougemont, quien fue elegido presidente del Comité Ejecutivo. Todos estos siete personajes trabajaban todos y de manera consciente como miembros activos (y financiados) por la CIA.

Como Presidentes de Honor del CLC se confirmaron a filósofos mundialmente reconocidos como Bertrand Russell, Benedetto Croce, John Dewey, Karl Jaspers y Jacques Maritain. Posteriormente se agregarían como Presidentes, a Salvador de Madariaga y Reinhold Niebuhr, Theodor Heuss, Leopold S. Senghor, Ernst Reuter, Jayaprakash Narayan.

Por supuesto, el CLC, tendría su sede en la Ciudad de la Luces, París. Pronto se realizaría la movilización más vasta y descomunal jamás vista en la historia de pensadores, periodistas, escritores y académicos, todos en una febril campaña mundial por “recuperar aquellas libertades perdidas, y para preservar y ampliar las disponibles”. Decía el manifiesto con el que salían a la luz: “Sostenemos que es evidente que la libertad intelectual es uno de los derechos inalienables del hombre... tal libertad significa en primer lugar y por encima de todo, el derecho a expresar y mantener las opiniones propias, y particularmente aquellas opiniones que difieren de las de los gobernantes. Cuando a un hombre se le priva del derecho a decir “no”, se le convierte en un esclavo”. Para esta gente la paz y la libertad eran inseparables. Enviaban signos encantadores como este: “solo es posible mantener la paz si cada gobierno somete sus actos al dominio y a la consideración de aquellos a quienes gobierna… y mantener la tolerancia de opiniones divergentes. El principio de la tolerancia no necesariamente permite la práctica de la intolerancia”. Ninguna “raza, nación, clase o religión puede arrogarse el derecho exclusivo a representar el ideal de la libertad, ni el derecho a restringir la libertad de otros grupos o credos, en nombre de ningún ideal o motivo elevado cualquiera que sea”.

Sender, dedicado a producir como nunca en su etapa de San Diego

Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura fue la primera publicación en castellano del CLC, financiada por la Fundación Farfield (una de las más poderosas tapaderas de la CIA en el mundo). El escritor Gilles Scott Smith dice que estos Cuadernos recibían fondos junto con la revista Preuves, y que ambas para el año 1955 contaron con veintisiete mil quinientos treinta y dos dólares. Para el año 1956 recibieron ciento sesenta y seis mil seiscientos treinta y siete dólares[3]. El perfil político de los colaboradores debe ser formado por “socialistas, liberales, independientes” y algunos, “democristianos”.

En el primer editorial de Cuadernos, de Julián Gorkin, nos encontramos con la monocorde cartilla que todos los días por prensa, radio y televisión nos vienen recitando los llamados “demócratas”. Ya hoy está rancia, pero es que no tiene otra forma y la repiten porque idiotas es lo que sobra en este mundo. Se la están recitando a los pueblos de América Latina desde 1950 para que no lleguen al poder demonios como Salvador Allende, Jacobo Arbenz, Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa o Fidel Castro: “Después de dos guerras mundiales para asegurar la libertad, la cultura y la paz, nunca se vieron éstas tan amenazadas como ahora. (…) Nunca como ahora vivió el hombre tan bajo el signo del miedo: miedo a perder la vida o miedo a perder lo que la hace digna y agradable. Largos siglos de progreso y de conquistas civilizadoras están amenazados por los totalitarismos modernos. ¿Quién puede permanecer indiferente a esta trágica realidad? Los propios hombres de ciencia tiemblan a la idea de que sus investigaciones y sus descubrimientos puedan servir a la obra de destrucción y no a la obra de creación, a la muerte y no a la vida (…) Los seres humanos y los pueblos ansían como nunca vivir en paz y en comunicación espiritual, por encima de fronteras y de prejuicios morales y de razas; sin embargo las propagandas dirigidas los dividen y los enfrentan. (…) ¿Qué decir cuando son los propios Estados los que pretenden reducir a los artífices de la Cultura, bajo pena de deportación y de muerte, a simples traductores o defensores de las tiranías? ¿No constituye esto el peor de los atentados? (…) El pensamiento dirigido y controlado es la agonía del pensamiento. Se equivocan los que creen que la lejanía de las fronteras totalitarias y de los focos de conflicto los protege de su contaminación y de sus repercusiones y consecuencias. Que es posible gozar de bienestar y de creación libre y serena en un lugar mientras hay tiranía y esclavitud en otros. Y que es posible la paz en un continente cuando la guerra asola o amenaza con asolar a otros continentes.[4]”

Claro, todo esto trataban de inscribirlo en una supuesta democracia, que no podía ser otra cosa que una brutal dictadura global, la del Gran Hermano Planetario.

Uno de los trucos del CLC con ciertos intelectuales de izquierda, fue el de ir empujándolos primero, hacia una posición neutral. Es así como al poco tiempo de estar escribiendo don Ramón Sender para Cuadernos le encontramos elogiando los méritos en Santayana por ser un hombre en política muy neutro. Un pensador que mantenía la firme idea de que “el margen [era] si no el lugar de la verdad, por lo menos el de la duda, tan amada por los filósofos de todos los tiempos”.

“Una posición escéptica, situada fuera de las dicotomías y convencionalismos, es también una cualidad positiva para Luis Araquistáin, quien en su artículo destaca que Donoso Cortés “para las izquierdas era demasiado reaccionario, y para las derechas demasiado liberal y no bastante ortodoxo”, lo que, por otra parte, no impide que critique duramente muchas posiciones defendidas por este pensador.[5]”

Con todos estos ripios y pajonales Cuadernos se presentaba como una revista militante de la libertad, una publicación crítica, desafiante y rebelde, independiente de cualquier ideología concreta o de la influencia de cualquier grupo de presión. “A pesar de ello, esta revista “fundamentalmente política”, como la califica Araquistáin, financiada por la CIA, distaba de ser una tribuna libre… Los fondos del Congreso sirvieron también para fundar más tarde la revista Mañana. Tribuna de la Democracia Española61 (1965-1966), dirigida por Julián Gorkin; Censura contra las Artes y el Pensamiento, editada por Ignacio Iglesias desde París (1964-1966); y Mundo Nuevo (1966-1971), cuyo objetivo era representar la nueva doctrina de la izquierda latinoamericana de fidelismo sin Fidel, dirigida hasta el año 1968 por el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, y a partir de entonces por un comité coordinado desde Buenos Aires por Horacio Daniel Rodríguez. En Madrid se creó a comienzos de los años sesenta el Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura y algunos de sus miembros fueron Dionisio Ridruejo, Pablo Martí-Zarro, Julián Marías, Enrique Tierno Galván, José Luis Caro, Paulino Garagorri y Joaquín Ruiz Giménez. Tras fracasar en el intento de editar su propia revista, Tiempo de España, el Comité interior colaboró de forma muy estrecha con Ínsula, Revista de Occidente y Cuadernos para el diálogo.[6]” Así pues, la derecha y la vieja izquierda española unidas por el CLC.

Entre los miembros del PSOE más destacados en el exilio, que colaboraban con Cuadernos para atacar a los comunistas, se encontraba pues, don Luis Araquistáin a quien Gorkin decía en una de sus cartas: “para mí -para esta casa en general usted es el colaborador más eminente y estimado[7]”. Además de Araquistaín nos encontramos con otros decididos defensores de la republica como Américo Castro, Salvador de Madariaga, Francisco Ayala, Arturo Barea, José Ferrater Mora, Francisco García Lorca, Jorge Guillén, Juan Ramón Jímenez, Federico de Onís, Claudio Sánchez Albornoz, Ramón Sender y Ángel del Río. Hubo algo que toda esta gente jamás pudo superar y eran los recelos que unos con otros se tenían. Una reserva producto, quizá, de las espantosas traiciones que habían brotado en todos los frentes de lucha. En ese “sálvense quien pueda” se generalizó una desconfianza que a final de cuentas supo aprovechar muy bien la derecha.

Todas estas molestas Cassandras (ex comunistas o renegados), como diría Koestler, eran ángeles caídos que tenían el mal gusto de revelar que el cielo no es lo que se suponía. Pero ellos entonces comenzaron a idealizar otro cielo, el de capitalismo, el de la lucha por la libertad que dirigía Washington, y para ellos ese otro cielo tenía muchísimas cosas menos malas que el paraíso soviético. Por ejemplo, Gorkin jamás cometía el “error” de criticar la política estadounidense aunque para la época en que dirigía Cuadernos el imperio estuviese imponiendo y manteniendo las más horribles y monstruosas tiranías en América Latina. Eso estaba muy bien y era muy válido que se hiciera.

“La liturgia de la lámpara y el toro”- Pertenece a Sant Roz

En aquel mar permanentemente caldeado de tránsfugas, renegados y carajos a toda vela, don Ramón Sender no me consideraba en absoluto hombre de partido. Por eso me trató con confianza, hablándome de los mercenarios “moscovitantes”. Para don Ramón las ideologías todas terminaban en guerras y estrepitosos fracasos, y en su desesperada tranquilidad observaba con sumo cuidado las frases y sobre todo los silencios capciosos de sus amigos. “Todos somos criminales en potencia”, me decía en broma (y en serio) por las tremendas decepciones sufridas. Yo sabía que él había llegado a lo más terrible de verdades desnudas que muy pocos toleran. Cargaba con toda la culpa de lo que le había pasado a España, con las desdichas y catástrofes incluso de quienes le mataron a su esposa y a su hermano. Todo un océano sin fin de humillaciones. “Ojalá don Ramón pudiera perder la memoria para que la esperanza le renazca”, me decía. Sus obras a veces están empañadas de una gran desconfianza hacia el mundo que le rodeaba, a la vez que de un amor franco sin límites y sin esperanzas. Pensaba que los grandes amores insatisfechos acababan por hacernos divinos. Podía él callar y darse un buen trago de whisky, y luego de un rato soltar una de esas genialidades que lo dejaban a uno cachicorneto: “Mira, todas las mujeres deben estar enamoradas de alguien para que se puedan tolerar a sí mismas.” Después pensaba en una amiga suramericana, porque sólo éstas le daban nota, y recalcaba que “aquello” nunca se acababa... Y no lo olvidaban las mujeres por lo que él alguna vez les había dicho con originalidad y desdén. Cuando una amiga de esas “libres” lo invitaban a alguna reunión o fiesta, contestaba: “Mira, chica, tú sabes que si yo no jodo no me divierto.”

Para don Ramón, Pablo Picasso, en sus últimos años, ya no era comunista. Esta intoxicación sobre la supuesta estampida de Picasso del frente de los moscovitantes, le llegaba por vía de numerosas cartas y panfletos que se distribuían por el mundo. Picasso, su gran amigo, quien le hizo un retrato (el cual aparece en la portada de una de las ediciones de su novela “Monte Odina”, 1981). Me refería Sender que Picasso se había burlado sangrientamente de los moscovitantes y que la paloma de paz que él especialmente había diseñado para los rusos simulaba un tanque de guerra.

Esta supuesta explosiva idealización de esta paloma de la paz fue finamente preparada por la sección de guerra psicológica de la CIA. En cada frente de combate, la ingeniosidad y agudeza de los intelectuales de esa época se estaban usando en gran parte para tratar de penetrar y confundir, ablandar, ridiculizar, desmoralizar a los cerebros de sus oponentes. En una conferencia por la paz realizada en París en abril de 1949, Picasso presentó su famosa paloma de la paz que se convertiría en el prestigioso símbolo de los pacifistas comunistas. Y no fue que Picasso la diseñó para esa ocasión sino que el comunista, poeta y novelista francés Louis Aragón, uno de los organizadores de la conferencia, la encontró entre cartapacios de esbozos y papeles en los estudios del pintor malagueño; era una paloma cuyas plumas parecían polainas blancas que le cubrían las patas. Entonces, el grupo de intelectuales que se organizaron para sabotear esa conferencia en París, fundaron el movimiento dirigido por la CIA, “Paix et Liberté”, y comenzaron a ridiculizar la referida paloma. La llamaban “¡la paloma que hace bum!”, la colombe que fair Boum! Entonces Washington ordenó reproducir por millones en el mundo dibujos de ella, con la leyenda esa de la colombe que fair Boum! Sender se divertía contándome estas historias y a él no le cabía la menor duda de que Picasso le había echado una fina y grandísima broma a los rusos.

Era tal el barullo anticomunista que se le había metido en la sangre a Sender, que en 1980 no comprendía en absoluto cómo era posible que los latinoamericanos considerásemos a Estados Unidos nuestro enemigo. Él pensaba que todas las políticas que Estados Unidos desarrollaban en la región eran por nuestro bien, pero que la culpa estaba en nuestra estupidez y locura que nunca sabíamos apreciarlas ni aprovecharlas bien.

Era lo malo, siempre se escuchaba un comentario en la Casa Blanca, que luego que Estados Unidos les daba el apoyo a cada gobernante para que llegasen a la Presidencia de sus países, estos “hombrecitos” perdían todo sentido de responsabilidad y se creían con el derecho de imponer políticas del todo desviadas de los principios y de los valores democráticos que sustentaba Norteamérica. Era una desgracia con la que frecuentemente el Coloso tenía que lidiar. Así también llegó a pensar Sender.

Un trabajo muy interesante sería investigar la relación que pudo haber existido entre Florence Hall y el talentoso escritor Arthur Schlesinger quien tenía una especial predilección por hacer amistades entre quienes habían desertado de partidos comunistas. Schlesinger dominaba muy bien el español y conocía profundamente la historia y la política de los países latinoamericanos. Además puede decirse que él estuvo desde muy joven ligado a los mayores centros de espionajes de Norteamérica desde los tiempos en que existía la OSS, la Oficina de Servicios Estratégicos y de la que nacería después la CIA. Fue de los principales políticas desde 1945 y Allan Dulles le invitó a formar parte del Comité Ejecutivo de Radio Europa Libre (Radio Free Europe).

Además de ser Schlesinger gran amigo de los ex comunistas José Figueres (ex Presidente de Costa Rica) y Rómulo Betancourt (ex Presidente de Venezuela), Schlesinger durante la década de los cincuenta recorrió gran parte de Europa en un trabajo propagandístico muy arduo al lado del famoso ex comunista Sydney Hook. Al igual que ex comunista Arthur Koestler, Hook se convirtió en un abominable soplón para la CIA y en un perfecto “reptil contrarrevolucionario”. Schlesinger, además fue uno de los cerebros del Congreso por la Libertad Cultural y siempre en una febril actividad estrechamente relacionada con el Departamento de Estado. Fue Schlesinger quien persuadió al filósofo Bertrand Russel para asumiera la Presidencia del CLC.

En Venezuela se mantenía desde la década de los cincuenta, una ardorosa polémica sobre el libro de Salvador de Madariaga sobre Bolívar. Observaba que Sender le tenía respeto y estima a Madariaga no tanto como escritor sino como político. Lo consideraba un sincero republicano y un hombre que amaba a la España profunda, a la España de Don Quijote, Quevedo, Antonio Machado y Federico García Lorca. Para entonces yo no sabía que Madariaga era quien había sustituido a partid de 1952 al monárquico ultra-conservador Benedetto Croce en la Presidencia del CLC. Sender me hablaba de libro de Madariaga sobre Bolívar, y debo confesar que comencé mi gran interés por leer la obra del Libertador a raíz de mis largas conversaciones con él, porque Sender consideraba que el Bolívar era el hombre más noble y humano que había parido la América.

SENDER, QUIZÁ EN MÉXICO

Su interés por Bolívar era el mismo que por Cristo, dos seres horriblemente traicionados, fracasados al intentar salvar a sus semejantes. Jesús el Redentor estaba en todos sus libros, como el ser más indefenso e ínfimo de la Tierra, y muchas de sus reflexiones sobre la impotencia de El Salvador las había recibido de Simone Weil quien dedicó un ensayo a las palabras: “Señor, por qué me has abandonado”. A Bolívar lo definía totalmente para él todas las cartas de sus últimos días, la proclama final y su expresión: “He arado en el mar”.

A mí me parecía muy tendenciosa y manipuladora la manera como Madariaga analizó la vida y obra de nuestro Libertador, porque Madariaga no le perdonaba a Bolívar, sus juicios contra los españoles y también contra los norteamericanos. La razón de esto lo vine a entender muchos años más tarde. Irremediable y desgraciadamente ningún español ha jamás entendido el tremendo drama de América Latina, porque aunque lo nieguen sean comunistas o monárquicos siempre nos han visto con una carga monstruosas de prejuicios. Tanto a Sender como a Madariaga les costaba entender y aceptar nuestra cultura indígena y se les salía el conquistador y se imaginaban que andaban a caballo con la adarga bajo el brazo cada vez que se les cruzaba un indio mejicano, boliviano o peruano.

Respetuosamente le planteé a don Ramón que el señor Madariaga en su obra se había documentando, para presentar como pruebas irrefutables de la vesánica ambición de Bolívar, lo que contra él escribieron sus peores detractores como Ducoudray Holstein, José Domingo Díaz y Hippisley.

Hasta la gloria de habernos independizado de España pretende arrebatárnoslo Madariaga, cuando escribe: “Quisiera saber uno, si tal empresa hubiera sido posible, con esa carga tan dramática de lucha y de creación política, de dolor, de tragedia y de lírica pasión soberana, sin Bolívar. Pasarán mil años, y España no conocerá entre sus políticos, entre sus estadistas, un hombre como Bolívar, y por el contrario le sobrarán Godoys, Fernando VII, y doñas veleidosas como la reina María Luisa.”

Sabemos del papel nefasto que introdujeron los curas en la justificación de la dominación de los indígenas y en la introducción de los esclavos en este continente, pero Madariaga sostiene que la Iglesia española aportó al Nuevo Mundo el principio de la libertad de los indios y el de la igualdad cristiana, cuando pasaron a cuchillo a millones de indefensos seres que poblaban estas tierras. En el capítulo “El Hombre” de su libro “Bolívar”, se extiende sobremanera en este punto, dándole soporte a esa columna básica de la dominación de nuestros pueblos (junto con lo militar y la oligarquía mercantilista): la religión católica, en un todo y perfecto acuerdo hoy con la CIA. Sabemos que casi todos los obispos de América Latina, desde Argentina, Uruguay, Paraguay, pasando por Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Brasil, Colombia, todo el Caribe y Centroamérica, han trabajado codo a codo con el Departamento de Estado norteamericano para mantener en jaque y hundir, o ahogar en sangre si es posible, cualquier gobierno que intente dirigir su destino soberanamente.

Es para sublevarse, conociendo la pavorosa falta de instrucción que padeció y padece nuestra América, que Madariaga diga: “La Iglesia fundó las más de las instituciones de enseñanza y de caridad que pronto cubrieron todo el continente, y en general actuó siempre como la abogada del débil y del indefenso, sin prejuicio alguno de color”.

Cuando Bolívar ataca a los españoles con el verbo de sus clarividentes e inapelables sentencias, entonces Madariaga primero recula y luego se va sobre él y dice que lo deberían encerrar en un manicomio. “Un continente –dice Bolívar- separado de la España por mares inmensos, más poblado y más rico que ella, sometido tres siglos a una dependencia degradante y tiránica... Tres siglos gimió la América bajo esta tiranía, la más dura que ha afligido a la especie humana. El español feroz, vomitando sobre las costas de Colombia, para convertir la porción más bella de la naturaleza en un vasto y odioso imperio de crueldad y rapiña... Señaló su entrada en el Nuevo Mundo con la muerte y la desolación: hizo desaparecer de la tierra su casta primitiva, y cuando su saña rabiosa no halló más seres que destruir, se volvió contra los propios hijos que tenía en el suelo que había usurpado”.

Además de racista y pro-colonialista y por eso encajaba muy bien en el CLC, Salvador de Madariaga coincidía en todo con esa brutal manera como España quiso civilizarnos. La escritora Julia Elena Rial[8] dice que “las masacres que hasta ayer azotaban a nuestro mundo latinoamericano, no sólo en el sentido de destrucción del hombre sino como delito social y transgresión de los derechos humanos, hoy son causa de preocupación universal. La ortodoxia sobre ellas supone una doctrina básica dominante (colonialismo, positivismo, liberalismo, neoliberalismo, neocolonialismo) en los momentos históricos durante los cuales se produjeron y donde, por lo general, prevalecían concepciones deterministas. Las masacres se realizan para no interrumpir el encadenamiento ascendente en el cual se considera que la etapa histórica presente debe ser superior a la precedente, sin que nada la enturbie”. Y añade que sobre los fusilamientos en Cholula, Salvador de Madariaga los justificó en su historia sobre Hernán Cortés, tomando una cita del historiador inglés Munro, a quien atribuye estas palabras: “La matanza de Cholula fue una necesidad militar para un hombre que guerreaba como Cortés” (Madariaga. 1951, p. 290). Agrega la escritora Rial que el inglés le “sirve a Madariaga para apoyar su tesis colonialista y para referirnos el porqué de una masacre con un bi-discurso que describe un Cortés pedante y altanero, que se sentía con derecho para atacar cualquier aldea desarmada, pero también era “valiente y legalista”. La distorsión que muestra el lenguaje y la prepotencia histórica se entremezclan para desvirtuar los hechos. Es oportuno recordar aquí a José Carlos Mariátegui quien pensaba que sin sensibilidad política y clarividencia histórica no puede haber profunda interpretación del espíritu literario[9]”.

Esa manera sin sensibilidad humana y política, le brota a Madariaga por los poros cuando escribe que los pueblos de las Indias amaban a Fernando VII, porque “la Corona de España había sostenido tradicionalmente los derechos de los pueblos frente a los excesos de los encomenderos y en general de las clases altas criollas[10]”. Esta barbaridad no se la cree absolutamente nadie, que aún en el 2005, en una encuesta que se hizo en Madrid, casi un 80% de españoles no sabe ni siquiera si América estuvo colonizada por España, mucho menos iban a saber nuestros pueblos de entonces que provenía de la Corona española toda “aquella gracia y bienestar, seguridad y protección de sus derechos de los que ampliamente disfrutaban”. Cuando las querellas tardaban siglos en llegar a la Península para que luego estos informes fuesen desechados y olvidados. Y otra vez Madariaga atribuye esta noble virtud realista a la benéfica influencia de la Iglesia, en particular de los frailes.

Sender comenzó, a partir de los cincuenta a tener una gran admiración por los Estados Unidos, aunque consideraba que la tecnología era una mierda (“la hija que le salió puta a la ciencia”), y que el capitalismo tarde o temprano nos conduciría al infierno, a una guerra total. Además de Bolívar, Sender conocía de Venezuela lo que había escrito Humboldt en “Viaje a las regiones equinocciales”, algunos trabajos del escritor Rufino Blanco Bombona (quien había sido propuesto al Premio Nobel de Literatura), “Doña Bárbara” de Rómulo Gallegos y las dos maravillosas obras de Teresa de la Parra: “Memorias de Mamá Blanca” y “Ifigenia.” Nunca se perdonó Sender, que encontrándose Teresa de la Parra muy enferma, a principios de 1936, en un hospital de Madrid, él no hubiese podido ir a verla.

Pero al igual que Madariaga no le perdonaba a Rufino Blanco Bombona, por ejemplo, sus terribles juicios sobre los conquistadores y colonizadores españoles.

Como se había enrolado en el frente anticomunista que dirigían en el mundo personajes como Julián Gorkin y el mismo Madariaga, no soportaba la figura de Fidel Castro a quien llamaba la “Mujer Barbuda del circo”. Y en la misma línea me contaba que él había conocido a muchos hijos de puta en su larga vida pero como a Neruda ninguno. A veces, cuando sonaba el intercomunicar de su apartamento y nadie le respondía, estallaba: “Esos son los grandes hijos de la cerda comunistas que se cansan de fastidiarme.”

Cuando en ocasiones mencionábamos a Neruda, y estaba presente la señora Florence Hall, Sender me decía: “Pregúntale a ella quién era el poeta judeo-cristiano Neptalí Reyes”. La historia se la había escuchado muchas veces: Neruda frecuentaba la sección de Literatura Hispanoamericana del Departamento de Estado y le solicita a la señora Hall que por favor le consiguiera una conferencia, un recital “porque este poeta está pasando hambre. El poeta Neruda necesita una ayuda. Por favor, señora…” Esto me hacía recordar que mi hermano Adolfo (dirigente del partido comunista) quien admiraba a Neruda, trató por diferentes medios de organizarle un recital en San Juan de Los Morros. En 1959, el poeta se alojaba en casa del escritor Miguel Otero Silva, y finalmente, luego de muchos intentos mi hermano consiguió hablar con él, y Neruda le explicó: “Oiga joven, usted debe saber que el poeta Neruda cobra sus recitales en dólares. ¿Tienen ustedes con qué pagarme?”

Pero se ve que el odio de muchos republicanos contra Neruda le venía también por la campaña atroz que desde la revista Cuadernos difundía su director Joaquín Gorkin. “La campaña contra Neruda llevada a cabo por el Congreso por la Libertad de la Cultura durante años, se acentuó en 1963, cuando el poeta apareció como un firme candidato al premio Nóbel. Dice Gorkin que Neruda “encubre y justifica” los crímenes de Stalin y que se ha convertido en un “bonzo político o intelectual” a sueldo del Kremlin. También le echa cara la fortuna ligada al Premio Stalin, concedido por el Kremlin, comparado con los tristes destinos de los escritores-víctimas, Essenin, Bloch y Mayakovski, y con los miles que han muerto en los campos de concentración de Rusia.

Gorkin encontró toda una cantera “crímenes” en Neruda como para atacarle a fuego cerrado por más de una década: habla del Neruda diplomático que en Francia, le buscó refugio en Chile sólo a los españoles seleccionados por una comisión comunista, operación. “Si bien es cierto que Neruda fue exponente de un “stalinismo flagrante” y que escribió “lamentables” poemas dedicados a Stalin, y que tampoco condenó la invasión de Hungría y sólo dijo que se equivocó respecto al estalinismo en 1971, también es cierto que son calumniosas las acusaciones de Gorkin al respecto del supuesto afán del poeta de rescatar tan sólo a los comunistas en su acción de ayuda a los republicanos exiliados. A raíz de este artículo vemos que Gorkin miente, cuando atacado posteriormente en la América Latina por Neruda, dirá que “él no ha provocado a Pablo Neruda”.[11]”

Sender conoció a Neruda en México. Me contaba que era muy fácil “poemizar” como lo hacía Neruda, e incluso me escribía unos versos allí en una servilleta donde tomábamos licor y me decía: “hay tienes un verso nerudiano”. Sender se ahoga en el medio cultural mejicano (donde a los españoles le llamaban “gachupines”) y allí no tenía amigos: le perdió toda confianza a Luis Buñuel y a Max Aub, porque seguían siendo según él, “pro-soviéticos”. Me decía que al mejicano le gusta que lo maltraten: “al gringo que les explota, que les humilla y que les ha arrancado más de la mitad del territorio le admiran y le adulan; fíjate como importan artistas de otros países para hacer películas y telenovelas, porque les ofende y denigra ser indios… Ya hasta en las escuelas le prohíben a los niños llevar vestimentas indígenas”, me decía.

Para Sender México tenía muy pocos auténticos escritores, a excepción de Alfonzo Reyes a quien consideraba más bien europeo. Para él, las tres grandes obras mejicanas eran, “La Serpiente emplumada” de G. H. Lawrence, “Tirano Banderas” de don Ramón del Valle Inclán y su “Epitalamio de Prieto Trinidad”. México era un país que le deprimía, sobre todo cuando veía a los hijos de Pancho Villa y Emiliano Zapata deambular por las calles de Los Ángeles o de San Diego, buscando un trabajito y llamando a los gringos con expresiones propias de esclavos: “no tiene algo patroncito en qué servirle...” Un día que paseábamos por Balboa Park como uno perrito chihuahua le diera por ladrarle furiosamente y seguirle un largo tramo con mucho estruendo, me dijo: “Buenos chico, el hijo de puta como que me ha identificado; se acuerda de todos los que se comieron mis antepasados.”

Sobre la figura del Presidente Lázaro Cárdenas, don Ramón tenía el peor concepto: “le pagaron un millón de dólares para permitir la eliminación de León Trostky”. Hay que tener en cuenta que Sender conoció muy de cerca al legendario Trostky y en varias ocasiones lo visitó en “su fortaleza” de Coyoacan. Me decía Sender que viendo la cantidad de hombres armados que le protegían, le advirtió: “Mire, tantos hombres protegiéndole lo que hará será llamar al crimen”.

Como Trostky era judío y tocando el tema de la diáspora, don Ramón me aseguraba que el problema de esta gente es que son los más parecidos a quienes trataron de exterminarlos: son lo que más admiran (con devoción profunda) al nazismo de Hitler, y quienes tratan emularlo en todo.

En 1980, le pedí que fuera el padrino de mi hijo Winston quien entonces cumplía siente años. Con gusto accedió a mi petición aunque me dijo que no iría a la ceremonia en la iglesia. Me contaba que los curas lo odiaban y que durante muchos años le estuvieron fastidiando terriblemente; que no soportaba verlos embutidos en esas sotanas, engañando a todo el mundo. Le parecía que esta gente cultivaba la más indigna de las profesiones: asumir la tarea de seguir los mandamientos de Cristo cuando tienen toda la libertad del mundo para ser santos si realmente lo desearan.

Por aquellos días, quise abandonar las matemáticas e irme a España a llenarme de castellanismos; dedicarme exclusivamente a la literatura. Cuando se lo plantee, me detuvo: “No hombre; termina tu carrera de matemáticas y deja la escritura como un lujo.”

Casi todas las tardes nos sentábamos a conversar en el balconcito que daba a la calle. Tomábamos whisky “Teacher”, y en la mesita disponíamos de una gran cantidad de frasquitos con pastillas de vitamina que en ocasiones yo le acompañaba porque me decía: “tómate una que eso no te hace daño”. Sender comía muy poco; aquellos tragos los amortiguaba con unos palitos de harina de trigo que nosotros en Venezuela llamamos “señoritas”; a medida que conversábamos él los mojaba en salsa de tomate ketchup. “Uno con esas pastillitas –me decía- puede llegar a vivir cien años”.

Su ex esposa Florence Hall lo visitaba casi todas las tardes para tratar de mitigar un poco aquella gran soledad. A veces ella se la recrudecía. Sobre todo le producía algún descanso hablar español con ella. Sender llevaba en sus nervios, en lo más profundo de sí a España, y cuando hablábamos de un posible regreso a su querida tierra me contestaba con nostalgia: “Ya ahí no queda casi nadie de mi generación.”, y prefería evitar el tema. Todo eso lo dejaba para su imaginación y sus libros maravillosos como “Segundo solanar y lucernario”.

Sender entonces vivía en San Diego (Edificio Andorra, 3520, Third Avenue, Apartment 209) luego de haberse jubilado como profesor de la UCLA en Los Ángeles). Doña Florence nos acompañaba en los traguitos y cuando comenzaba a oscurecer se iba muy “encendida” para su casa que quedaba a unas dos cuadras. En ocasiones yo acompañaba a Sender hasta la casa de la señora Hall, y allí tomábamos una sopita. Para llegar a su casa pasábamos por unos frondosos jardines donde abundaban los grillos, y cuando hacían harto ruido me decía: “acuérdate de mí, mañana va a llover.”

La señora Florence estaba ya un poco alcoholizada, pero era una mujer extraordinariamente fuerte y me decía don Ramón con cierta resignación: “Chico, ella nos va a sobrevivir a todos”; dominaba doña Hall a la perfección unos cinco idiomas. Sender me decía que se conocía toda la literatura española y latinoamericana mejor que cualquier profesor de literatura de las mejores universidades pero que era incapaz de redactar algo que valiera la pena.

Un día de noviembre de 1981, en una de mis visitas regulares, encontré su apartamento medio vacío. Se estaba despidiendo don Ramón. Me regaló tres cuadros (parte de una exposición que había hecho en Madrid) y toda la colección de los Premios Planeta. Por cierto él no creía en premios literarios y todos los que han seguido su vida saben lo que contó de Planeta: que fueron a su casa de San Diego para ofrecerle el premio (de 1969), con la novela “En la vida de Ignacio Morel”. A mí me pareció una maravillosa obra, extraordinariamente lograda, pero él la miraba con desden desde que se la premiaron. Le pregunté por qué entonces había aceptado el premio, y me dijo: “bueno, porque me ofrecieron que tirarían una gran edición, y tú sabes que después de todo al escritor lo que le interesa es que lo lean.”


“La niña y la gata” – Colección de Sant Roz

[1] Editorial Debate, Madrid, 2001.

[2] Conferencia en La Habana, febrero de 2003, traducción de Dense Ocampo.

[3] Ut supra.

[4] Julián Gorkin, “El congreso por la Libertad de la Cultura en Hispanoamérica”, III (septiembre-noviembre de 1953), p. 97.

[5] Citado en Trabajo de Investigación de Olga Glondys: Reivindicación de la Independencia Intelectual en la primera época de Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura: I (marzo-mayo de 1953) - XXVII (noviembre-diciembre de 1957). Director: Dr. Manuel Aznar Soler. Departamento de Filología Española. Universidad Autónoma de Barcelona, 2007.)

[6] Ut supra.

[7] Ut supra.

[8] En su página www.hispanista.com.br/revista/artigo67.

[9] Ut supra.

[10] “Bolívar”, Salvador de Madariaga, Editorial, Cutura, Santo Domingo, 1979, pág. 230.

[11] Trabajo de Investigación de Olga Glondys: Reivindicación de la Independencia Intelectual en la primera época de Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura: I (marzo-mayo de 1953) - XXVII (noviembre-diciembre de 1957). Director: Dr. Manuel Aznar Soler. Departamento de Filología Española. Universidad Autónoma de Barcelona, 2007.)


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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