Unas palabras a Marisabel

Es una verdad muy gastada afirmar que todo el mundo tiene el derecho de expresar libremente sus opiniones. Eso lo hacemos todos y algunos hasta tenemos el privilegio de contar con un espacio en un importante medio de comunicación para hacerlo.

Es una de las grandes virtudes de una democracia. Debemos agradecer todos los días porque eso es así y procurar que siga siéndolo.

Lamentablemente no todos hacen uso de ese derecho con la ética, la honestidad y la responsabilidad que implica la comunicación social. En el actual escenario político hemos visto desfilar por los micrófonos de los medios opositores un variopinto abanico de opinadores.

Los hay de oficio, acostumbrados y entrenados para ello; son los eternos invitados a los programas de televisión, los que saben hablar casi de cualquier cosa; son expertos en la vida, pues. Hay otros que recién se están estrenando en el baile y hasta toman cursos para hacerlo. Unos salidos de las aulas de clase y aclamados como héroes por haber sorteado con éxito algunos gases lacrimógenos y por haber dispensado unas cuantas patadas a los agentes del orden público. Hay otros, incluso, venidos del seno de la propia madre; esos son los hijos que se voltearon y devuelven ahora lo aprendido como si se tratase de un revulsivo. Pero hay algunos, y éste es el caso, que no tienen un mérito propio; no les asiste ninguna filiación política ni dirigen ningún movimiento; no son líderes de nada (lo cual no importaría si uno se representa a sí mismo con cierto decoro) sino más bien son simples instrumentos que se toman y de desechan cuando dejan de ser útiles.

Es muy triste llegar a la vida pública de un país de la mano de alguien, desaparecer, y luego volver a aparecer sin tener otro logro personal o profesional. Marisabel Rodríguez llegó a la Asamblea Constituyente porque era la esposa del Primer Mandatario nacional. Dejó de ser Primera Dama y desapareció. Ahora reaparece en su rol de ex. Nadie le conoce ningún otro mérito. Eso es realmente lamentable; prestarse a usar un micrófono valiéndose de la intimidad que se ha vivido con una persona es realmente bochornoso. Que le pidan a uno la opinión profesional o política sobre un tema en el que se le reconoce autoridad es absolutamente válido.

Pero que le pregunten a alguien qué piensa sobre algo en lo que no es experto, sino porque su conocimiento íntimo, personal, privado, tiene la carga intangible del escándalo, es francamente penoso.

La señora Rodríguez ha aparecido en la prensa acompañada de su pequeña hija. En su segundo debut, la dama ha clamado por protección para su hija porque se ha sentido amenazada. Pero ella parece haber olvidado un pequeño detalle: esa, su hija, lo es también del Presidente de la República, odiado por muchos de los que ahora hipócritamente la aclaman. La señora es libre de expresar sus opiniones cuándo y cómo quiera. Allá ella. Pero sólo me permito hacerle una pregunta: señora, ¿tenía usted derecho de sacar fotografiada a su niña cuando el odio está en plena efervescencia, para opinar francamente en contra de quien es su propio padre? Eso, cuando menos, es expresión de irreflexiva inmadurez.

mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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