Resultados electorales y cambios dentro del proceso de cambios

Los ajustes que se avecinan en el gabinete ejecutivo y distintos comandos de organización corren el riesgo de comportar una acción de maquillaje si no se revisa a fondo el lineamiento funcional que priva en cada sede y si no se toma de cada punto una variable para el control. Tendrá el presidente que sistematizar las reuniones con su gabinete y en macro evaluar las acciones de cada instancia institucional, pero escogiendo a intervalos -en micro- compenetrarse a fondo con los detalles de una cartera a la vez. Las figuras de la Vicepresidencia o una Secretaría de Gobierno están llamadas a realmente a hacer posible la delegación de ocupaciones presidenciales teniendo que, necesariamente, ser ejercidas por actores dedicados cien por ciento a la causa y de extrema confianza, aunque corran los riesgos de convertirse en blanco de soterradas antipatías que nazcan del entorno presidencial.


Sin duda viene una “movida de mata” y un necesario fortalecimiento de puestos comando ejecutivos, tomando como base que los resultados del referendo de cualquier modo constituyen una especie de avalúo de funciones de particulares gestiones. El Comando Zamora (aunque con un Coordinador Nacional que hizo un mea culpa público), la Vicepresidencia de la República, el Ministerio para el Poder Popular de Interiores y Justicia, el de Economía Popular, el de Alimentación, el Consejo Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL) y algunos otros entes que no resistieron la prueba de la última empresa electoral (u embestida opositora, según se vea), como el Instituto Nacional de Defensa del Consumidor y los Usuarios (INDECU), aparentemente no escaparían a la "depuración general" que desde la alta esfera del poder se espera se promueva. La lógica grita que tampoco habrían de escapar las alcaldías capitalinas, en cuyas jurisdicciones no se dirá ya que ganó el NO sino que la gente se desmotivó en un 50 por ciento a la hora de votar por la causa del SÍ.


Se trata de acciones correctivas puntuales relacionadas con una específica fisiología que falló, pero que debe constituir una ocasión de oro para introducir ajustes y una reflexión que se haga extensiva para la globalidad del ejecutivo, presidente de la república incluido. Jamás se debe perder la conciencia de que la política es un arte que, si en uno de sus rasgos presenta desproporción, no logrará el efecto estético buscado de conquistar el corazón del pueblo, por más que el artista sea movido por sentimientos o propuestas de nobleza en su fuero interno, mismos que, por sí solos, per se, son cosa muerta si no entran en la dinámica de un concierto.


Cuando se encabeza un proceso de cambios tan delicado como el de Venezuela, que levanta ronchas de poder por los cuatro polos del mundo, el aspecto político, menos que nunca, puede ser descuidado, pues el apoyo del pueblo es el único conjuro contra las fuerzas adversas que amenazan la labor de la transformación. Para dejarnos de palabreríos, digamos de una vez que el contenido noble, estético, humanista, revolucionario o lo que sea, jamás calará por si solo en la masa sino es a través de los mecanismos prácticos consagrados por la historia y la ciencia en el conocimiento del hombre, el animal político. La política, pues, en tanto apunta a la psicología de las masas, es la única musa de un político, sin menoscabar necesariamente el contenido humanista de su propuesta y sin necesariamente caer en deshonrosas familiaridades o pactos que amenacen su pureza. Cada objetivo o propuesta comporta una estrategia o táctica políticas.

De forma que los correctivos y la toma de conciencia son necesarios. Como dice una vieja máxima, la apariencia de un retroceso cumple su papel táctico hasta que descubre el enemigo que en realidad se ha avanzado.


No obstante, semejante mandato correctivo de la lógica podría incurrir en algunas injusticias que comulgarían con la apariencia de sofismas que tienen las cosas. Por ejemplo, la superficialidad de la lógica jamás estaría en capacidad de develar el profundo problema de la inseguridad ciudadana que vive el país, cuyo sofisma siempre será presentar a su autoridad competente como un inútil a cargo. Es claro, para seguir con el ejemplo focal, que el asunto no se resolvería con un simple cambio de ministro, y aquí es donde entra el alerta sobre el maquillaje que daría la impresión de cambios. Se requiere una acción de Estado para corregirla, que incida en la cultura de masas, sin exagerar. Igual ocurre con el asunto del tránsito automotor, para algo variar la materia.


En fin, sin ánimo de defender o acusar, sólo se deja sentado que se comprendería por qué se realizaría un cambio allí donde la situación es ligera y con previsiones se hubiera incidido en resultados; pero allí donde el problema es orgánico, vertical, crónico, un simple cambio de ministro no pasa de ser un maquillaje si no se acompaña con una acción de Estado, y ofrecerá siempre una problemática explotable por factores políticos adversos, en coyuntura electoral o no. Por supuesto, demás está decir que la resolución del problema no comporta una preocupación específica por los resultados electorales, sino por mejorar como sociedad en general; ¿pero como se logra esto si, políticamente, no se asegura una suficiente permanencia en el poder que dé tiempo para ello?

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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