El día que todos perdimos la batalla

La guerra y la mentira son las enormes cargas de pesimismo histórico, pero la traición que es el atascamiento de los cobardes, siempre ha sido el naufragio, la frustración libertaria de nuestros sagrados pueblos.

Resulta tarea difícil siempre para escritores, periodistas, historiadores, fijar distancia donde la intención y el espíritu con que se escribe, estampe, no una leyenda épica o un culto mítico; a todos aquellos hombres, combatientes, guerrilleros, de nuestra gesta libertadora, tal y como se ha querido hacer de: ANTONIO JOSE DE SUCRE, a quien no se le puede asignar sino el calificativo de revolucionario de la independencia latinoamericana.

La figura del Mariscal de Ayacucho, en este momento histórico que vive la patria es una lección que se impone, porqué cuando Colombia se enrumba en el destino de su desaparición, Sucre, era uno de los hombres, por no decir el único, que podía salvarla y lo podía hacer porque mantenía su prestigio, la autoridad, el respeto, la juventud, la lealtad y el ideal a la causa Bolivariana.

Recordemos que para 1830, en toda su mitad del tiempo, Bolívar ya nada podía hacer, su desmoralización causada sin piedad por sus adversarios, su enfermedad, lo tenía completamente derrotado. Pero, a un en ese momento aciago, Bolívar sabia que el Mariscal Sucre, era Bolívar, con salud, liderazgo, y decisión. Lo que nunca llego a imaginarse era que este hombre por sus cualidades, ya estaba también sentenciado a muerte por el monstruo de la traición.

Los enemigos del Mariscal Sucre son los mismos que han terminado con el Libertador, José Maria Obando y José Hilario López, ambos sienten envidia, una ira corrosiva hacia el Mariscal de Ayacucho. Fracasado el intento de asesinar a Bolívar, Obando uno de los más intrigantes y resentido de todos, sabe que en el próximo intento no se puede fallar y es así como con Hilario López trazan una acción que con un tiro acaben con dos hombres revolucionarios y con toda la fuerza de la causa.

Obando sostenía que el Libertador era ya un cadáver político y que por tanto su muerte estaba decretada en toda Colombia, pero estos cobardes también saben que mientras Sucre este vivo, Colombia hablará de unión y libertad y que el “embeleco” (como le decían a Bolívar) se mantendría con vida.

Es así como deciden darle acción a ese plan siniestro, cuando se enteran que el Mariscal va atravesar las tierras de Buenaventura camino de Quito. Ellos aducen que Sucre no puede vivir sin su mujer y que obligatoriamente tendrá que buscar ese camino tarde que temprano. Ambos vociferaban: cuando esto suceda “los despacharemos pal’ otro mundo”.

Son muchos los problemas políticos que se desarrollan en Colombia, Bolívar se ha separado de la Presidencia y ha anunciado su determinación, no solo de retirarse de las responsabilidades públicas, sino de embarcarse para Europa, en espera de que su ausencia contribuya a la paz de los pueblos. Se encamina a Cartagena. Sucre va a visitar al Libertador a Bogotá, pero este ya lo ha abandonado, el acoso de sus enemigos lo han obligado enrumbarse hacia el exilio. Entonces el Mariscal no tiene mas remedio que las letras y le dice a su General: “Cuando he ido a la casa de Ud. Para acompañarlo ya se había marchado. Acaso es esto un bien, pues me ha evitado el dolor de las mas penosa despedida. Ahora mismo, comprimido mi corazón no sé que decir a Ud.

Sucre llega a Popayán, va acompañado de dos edecanes y su fiel Agapito, en el camino se encuentra con Joaquín Mosquera quien va a Bogotá a posesionarse de la Presidencia de Colombia. El Mariscal sabe que Colombia ha muerto con la expulsión de su creador. Mosquera le advierte que lo pueden asesinar y le recomienda conversar en la ciudad con Tomás Cipriano Mosquera, su hermano, quien le reitera lo dicho por Joaquín.

En la conversación sostenida y llena de advertencias, el Gran Mariscal de Ayacucho le aclara a Tomás.

-Ya no quiero continuar con esto, no tengo ambiciones, solo aspiro a retirarme, a descansar, así que cual interés puedo despertar para asesinarme, Tomás.

-Usted es el Mariscal de Ayacucho, vive en Colombia y es el único que puede empuñar la espada del Libertador, además esta perturbando la ambiciones de tres bandidos que se llaman, Obando, Hilario y Juan José Florez. Mi querido Mariscal.

Pero ya todo está listo, los bandidos han ultimado detalle por detalle y han contratado a la mano asesina ejecutora.

Sucre sale a primera hora de la mañana del 4 de Junio de 1830 de la Venta, entre Popayán y Pasto, es un trayecto peligroso, refugio de criminales, desistió de la protección de una escolta de 20 hombres que le ofreció Tomás, solo le acompañan sus dos escoltas y Agapito, quien se aleja del grupo momentáneamente al sentirse con un malestar al internarse en la selva. El Mariscal continúa pensando que la verdad ha muerto, cuando un estruendoso ruido estremece toda aquella selva y este cae para siempre hundiéndose en murmullos con su propia sangre. Es Berruecos, el que entierra para siempre a Colombia, y es el día en que todos perdimos la batalla.


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Víctor J. Rodríguez Calderón


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