Falsos Positivos: Mentira imperial en la búsqueda de un Chivo expiatorio

En los últimos años, se ha detectado a nivel global un fenómeno preocupante: las potencias principales, especialmente Estados Unidos, han utilizado la manipulación de información y la creación de "falsos positivos" para justificar intervenciones tanto militares como políticas en naciones con soberanía. Esta estrategia no es algo reciente, sino una herramienta común que se ha perfeccionado y ampliado en el contexto del declive de la influencia estadounidense.

Venezuela representa el caso más significativo de esta táctica. La construcción de una historia alrededor de una "crisis humanitaria" y un "gobierno autoritario" ha sido cuidadosamente elaborada para respaldar la presión, así como las sanciones y la intervención externa. Este enfoque busca no solo establecer un dominio geopolítico; también destaca la debilidad y el desespero de un imperio que intenta mantener su estilo de vida a pesar de los recursos limitados.

Para entender la situación actual, es crucial mirar hacia el pasado. La estrategia de los "falsos positivos" no es una innovación reciente. Ejemplos destacados son el Incidente del Golfo de Tonkín en Vietnam, que se utilizó para justificar una escalada en la guerra, o las falsedades sobre armas de destrucción masiva en Irak, que justificaron una invasión que desestabilizó una región entera. Estas acciones demuestran que la desinformación es un recurso consolidado y perfeccionado.

El lingüista y activista Noam Chomsky ha examinado ampliamente el papel de los medios y la propaganda en este contexto. En su obra "Fabricando el Consentimiento: La Economía Política de los Medios de Comunicación", Chomsky argumenta que las autoridades dominantes manipulan la percepción pública para obtener apoyo para guerras y políticas agresivas. La opinión pública no se desarrolla a partir de un debate genuino, sino que es un consenso cuidadosamente construido.

En esta estrategia de política exterior, existe un componente psicológico. La convicción en la superioridad moral, a menudo con un trasfondo racial, es un pilar de la estrategia estadounidense, lo que permite a sus líderes justificar actos de violencia contra otros pueblos. El concepto de "asesinato como trofeo" ejemplifica la deshumanización del adversario, donde la muerte de "otros" se convierte en un medio para reafirmar la propia supremacía. (Este caso no confirmado del peñero supuestamente cargado de drogas, que fue volado sin previo aviso, y que, según el ministro de información, parece un video producido por inteligencia artificial).

Aunque las teorías políticas como el "realismo ofensivo" propuesto por John Mearsheimer tratan el deseo de poder de un Estado, no logran reflejar el componente ideológico de este evento. Para entenderlo mejor, es necesario recurrir a Edward Said, cuyo libro "Orientalismo" detalla cómo se forma una imagen de un "otro" menospreciado (en esta situación, América Latina, los narcotraficantes, las bandas delictivas, los terroristas, los ignorantes, los primates, entre otros términos peyorativos) que legitima la dominación y la intervención. La intervención va más allá de ser simplemente un tema de intereses nacionales, ya que se presenta como un acto que reafirma una supuesta superioridad.

El examen de la situación en Venezuela resalta una generación de "falsos positivos" a gran escala. La narrativa oficial ha creado argumentos para respaldar sanciones económicas extremas y amenazas de intervención militar. Incidentes como el supuesto "intento de asesinato" de Juan Guaidó o las acusaciones de "narcotráfico" dirigidas a líderes venezolanos, como en el caso de Alex Saab, así como secuestros de aeronaves, aunque carecen de pruebas definitivas, han servido para alimentar las justificaciones de intervención, utilizando a funcionarios que, de alguna forma, carecen de la moral o la ética necesarias para desempeñar su rol.

El ex-relator de la ONU Alfred de Zayas ha documentado las consecuencias de estas sanciones, señalando que constituyen una forma de castigo colectivo que viola las leyes internacionales. Su informe enfatiza que, en lugar de ofrecer apoyo a la población, las sanciones han agravado la crisis, evidenciando que su verdadero propósito es la desestabilización, en casos como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

La estrategia de los "falsos positivos" en Venezuela no refleja fortaleza, sino que es un símbolo de decadencia. La necesidad de mantener un estilo de vida basado en el consumismo masivo, sin disponer de los recursos productivos y financieros esenciales para sustentarlo, es lo que impulsa la búsqueda de nuevos territorios y recursos. Venezuela, con su rica reserva de petróleo y minerales, se convierte en un objetivo primordial.

La "trampa de la deuda" y la impresión de dinero sin respaldo son claros signos de esta debilidad estructural. La geopolítica de la desinformación es, en esencia, un intento desesperado de un imperio en declive para conservar su dominio sobre recursos y mercados en todo el mundo. Es una súplica disfrazada de fuerza.

Por lo tanto, la táctica de los "falsos positivos" en Venezuela se manifiesta como una política externa fundamentada en la falsedad y la manipulación. No representa poder, sino que es una evidente indicación de la grave vulnerabilidad y el desasosiego de un imperio que está en su fase descendente. En este contexto, es crucial que la ciudadanía esté informada y critique las narrativas que justifican la violencia y la intromisión. En este aspecto, las instituciones educativas en Venezuela juegan un rol clave. La incorporación de temas de geopolítica e historia política y económica global facilitará la comprensión de la historia de la caída de sistemas políticos y globales que no benefician a los ciudadanos, sino que incrementan la riqueza de las élites. La aspiración a un orden internacional más justo no puede basarse en la falsedad y la deshumanización, por lo que las organizaciones bilaterales en América Latina deben unirse formando un gran bloque para defender a esta parte del Sur Global.

Los efectos secundarios de la guerra improvisada de Donald Trump contra el terrorismo y el narcotráfico son de poco interés para los personajes malignos que habitan en la Casa Blanca. Las embarcaciones de pesca y comercio que navegan desde Venezuela hacia el arco del Caribe están expuestas a numerosos riesgos. Ya comenzamos a observar una inseguridad marítima, con un aumento en los actos de piratería, robos y abordajes ilegales en áreas cercanas a Trinidad, Aruba y Curazao. De igual forma, esto incita a los países caribeños, que se someten a políticas agresivas e injerencias, a establecer controles excesivos y bloqueos arbitrarios que perjudicarán el comercio. Esto se traduce en provocaciones donde guardacostas extranjeros interceptarán bajo el pretexto de "seguridad regional" o "contrabando", sintiéndose con el derecho de entrar en nuestras aguas y detener a venezolanos, muchos de ellos inocentes, afectando así la soberanía de Venezuela. A partir de una situación que ya es evidente y pública, pues así lo ha decidido el presidente Trump, se busca eliminar el mayor número de personas posible, hasta que Nicolás no pueda más y responda; lo que encendería la chispa para bombardear al país entero, con el fin de que nos dirijamos a Colombia y Brasil, dejándolo vacío para que ellos entren y aseguren las riquezas que realmente desean.

Simultáneamente, se crearían condiciones precarias para la navegación de nuestras embarcaciones, por lo que muchas no cumplirían con los estándares de seguridad internacional establecidos por acuerdos como el de Torremolinos (Proteger la vida humana en el mar.). Estas naves, más parecidas a piratas y mercenarios, invadirián nuestros mares en busca de nuestras riquezas (paradoja con un pasado de 500 años). Por ello, el conflicto podría intensificarse en un escenario desastroso, llevando a enfrentamientos en la frontera, con guerrillas, buscadores de oro o con naciones vecinas bajo el control de potencias extranjeras (Estados Unidos, Países Bajos, Francia), causando tensiones legales y diplomáticas.

Lo que observamos a través de redes, medios impresos y digitales, y televisión en Estados Unidos, es la implementación de la "Ley del Garrote" en su variación actual, que no se presenta como una amenaza directa, sino como un sistema de sanciones, bloqueos financieros y presiones diplomáticas que buscan estrangular las rutas comerciales, restringir el acceso a recursos y desmantelar comunidades. Es una forma de violencia estructural diseñada para despojarnos de nuestra identidad, mediante algoritmos e imposiciones, como si Venezuela fuera considerada un patio trasero en resistencia, donde pescar, comerciar o navegar en nuestras aguas se convierte en un crimen. Lo que se manifiesta es cómo el "demonio en la Casa Blanca" refleja el ímpetu imperial, el anhelo de control absoluto disfrazado de diplomacia. La "jauría desenfrenada" está compuesta por actores satélites: gobiernos, ONGs, medios de comunicación y fuerzas militares que llevan a cabo agresiones indirectas. La "espiritualidad malévola" del imperio y sus secuaces es la necesidad del sufrimiento ajeno para mantener un sistema que se alimenta del dolor como una moneda de legitimidad. La muerte se convierte en un espectáculo y el show apenas comienza, con el acto I de la lancha.


 



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Renny Loyo

Doctor en Educación. Dramaturgo

 drloyophd@gmail.com

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