El mundo de los influencers, esa cuerda de payasos que, efectivamente, son muy inteligentes. ¿Por qué digo esto? Porque ellos sí han descubierto una nueva profesión: la profesión de mentir y ganar audiencias a través de falsos positivos, mediante las redes sociales, que les otorgan ingentes visitas, likes, "me gusta" y todo ese tipo de tonterías que convierten un juego de hedonismo, un yoismo de ocurrencias en supuestas figuras que van a influenciar a la humanidad.
La inteligencia de ellos radica en que, en los países donde se establecen y viven, han descubierto que mintiendo y haciendo todas esas payasadas contra Venezuela han logrado consolidar uno de los nuevos trabajos que el mundo tiene preparado para los tontos: la nueva clase trabajadora que no le trabaja a nadie, sino que trabaja para sí misma, liberándose —según ellos— de la opresión que implica ser un asalariado, sin entender que ese es uno de los preceptos y principios del socialismo. Pero bien, ellos no lo saben, no lo entienden y no lo comprenden.
No se han dado cuenta de que ha sido precisamente un creador de China quien generó una herramienta que los va tragando y atontando, aunque les paga para que, al final, terminen siendo unos boths repetidores. La vida cambiará con el tiempo, y ya lo dijo Bill Gates: más de treinta mil puestos de trabajo serán sustituidos por la inteligencia artificial. No por los "inteligentes" influencers, sino por la inteligencia artificial, porque esta pensará por ti, te manipulará y te hará "feliz" para que, a través de estas herramientas, ganes dinero. Pero después —y falta poco— les van a cobrar impuestos.
De tal manera que, lo que realmente preocupa a estos espectaculares influencers es que el pueblo de Venezuela no se rinde. Y aquí es donde viene el verdadero meollo del asunto y las ideas principales de este artículo, caracterizado por hacer un análisis de una idea central y dos ideas secundarias que quiero desarrollar para comprender por qué Venezuela no cae en la turbulencia que generan las redes sociales con sus fake news, sus mentiras y falsos positivos. Aquí les va.
La guerra cognitiva, entendida como el intento de desestabilizar una nación modificando la percepción de la realidad, la moral y la voluntad colectiva a través de la difusión masiva de desinformación y narrativas de terror, representa uno de los desafíos contemporáneos más sofisticados para la soberanía.
En el caso venezolano, esta estrategia —impulsada por actores externos como el gobierno de Estados Unidos y sus aliados mediáticos— se ha desplegado con una intensidad sin precedentes en plataformas digitales y medios tradicionales. Sin embargo, el objetivo de este artículo es examinar la notable capacidad de la mayoría de los venezolanos para neutralizar y rechazar estas operaciones psicológicas.
En ese sentido, esta resistencia no es accidental: surge de una profunda conciencia histórica y de la experiencia directa con ciclos de crisis y desestabilización. Estas vivencias han dotado a la población de un escepticismo epistemológico y una memoria histórica que actúan como filtros críticos contra la propaganda.
Argumentaremos que la resistencia cognitiva venezolana se caracteriza por el pragmatismo de supervivencia, la capacidad de contraste entre el relato mediático y la realidad vivida, y el refuerzo de la cohesión social y la comunicación comunitaria. Estas características no solo les permiten vencer el miedo y el terror de las falsas informaciones, sino que también reafirman la soberanía informativa de la nación desde la base social.
La profunda conciencia histórica y la experiencia directa con la desestabilización política han dotado a la mayoría de los venezolanos de una resistencia cognitiva intrínseca que les permite discernir, contextualizar y rechazar las narrativas de miedo y terror difundidas a través de medios y redes sociales, contrarrestando eficazmente la guerra de desinformación impulsada por actores externos —como el gobierno de Estados Unidos— y sus aliados internos.
La exposición continua a ciclos de crisis, golpes de Estado fallidos y sanciones económicas, especialmente desde el inicio de la Revolución Bolivariana, ha cultivado una memoria histórica colectiva. Esta memoria actúa como un filtro crítico que permite identificar patrones recurrentes en las campañas mediáticas: la demonización de líderes, la exageración de la crisis humanitaria para justificar la intervención y la promesa de una rápida "liberación".
Por lo que, los venezolanos no son audiencias pasivas; evalúan la información contrastándola con sus experiencias vividas y con el conocimiento previo de los intereses geopolíticos.
Ahora bien, la limitada confianza en los medios de comunicación hegemónicos, percibidos como parciales, ha impulsado el uso intensivo de redes de comunicación informales (vecinales, familiares, comunitarias, grupos de mensajería instantánea) como fuentes primarias de contraste y verificación. La fuerte cohesión comunitaria y la cultura del debate político en espacios públicos y privados facilitan la desconstrucción colectiva de los mensajes de terror, reemplazando el miedo inducido con solidaridad y escepticismo pragmático.
De allí que, la interacción social directa y el vínculo comunitario se convierten en un mecanismo de defensa psicológica que neutraliza el aislamiento y el pánico que buscan generar las campañas de desinformación.