No podemos pasar por alto que como a todo movimiento politico, al chavismo también se acercan, junto al idealista otros tipos de políticos, cada uno con su agenda particular y personal. No todos vienen a luchar por el bienestar colectivo, tal como lo demuestran casos notables que nos llevaron al matadero como fuero la ex fiscal Ortega Díaz, el Vicepresidente Tarek William, el ministro de Educación Universitaria Hugbel Roa, por nombrar una mínima parte de los más connotados.
Es que aunque no quisiéramos que así fuera y en las instituciones y el partido tratan de impedir que la gente se dé cuenta y opine sobre la deslealtad, no se puede ignorar que, como ocurre con todo movimiento político, al chavismo se le aproximan figuras impulsadas por motivaciones diversas. Junto al militante convencido, que ve en el proyecto bolivariano una vía para la justicia social y la soberanía nacional, también llegan otros actores movidos por intereses más personales. Hay quienes se adhieren buscando enriquecerse, visibilidad, poder o resguardo, y no necesariamente el bienestar colectivo. Y estos últimos que son los que más ascienden en las estructuras, mantienen una persecución permanente sobre el chavista convencido.
Algunos utilizan la retórica revolucionaria como trampolín, pero sus acciones terminan por ser un freno inmenso para el movimiento revolucionario que no logra llenar las expectativas de muchos y se sorprenden de la falta de vigilancia del partido sobre sus militantes.
Esta mixtura de motivaciones configura un terreno político al que a veces llega tarde el control posterior, donde el idealismo convive con la ambición, y la causa común con la agenda individual, como dice la canción el prohombre y el villano, juntos se dan la mano.
Hay que reconocer, y lo hace continuamente hasta Estados Unidos y María Corina, que no se cansan de atacar a Venezuela y su revolución, que reconocer esta diversidad de intenciones no es debilitar el proyecto, sino todo lo contrario: es un llamado a la autocrítica necesaria para depurarlo, fortalecerlo y protegerlo de quienes lo instrumentalizan. Solo así podrá mantenerse como la fuerza transformadora que es con raíces populares genuinas y no como un vehículo para el oportunistas y aprovechadores.
De todo el grupo de políticos se destaca el político buscador de poder es aquel cuya motivación central al ingresar y permanecer en la política es la obtención y conservación del poder, más que el servicio público, la implementación de una ideología o la solución de los problemas colectivos. Su lógica no parte de una convicción profunda ni de una visión transformadora, sino del cálculo constante sobre cómo escalar posiciones y mantenerse en la cima para desarrollar desde allí su agenda que lo beneficia a él y a sus familiares.
Se caracteriza por su oportunismo camaleónico, capaz de adaptar discursos, alianzas e incluso ideologías en función de lo que más le convenga. No hay principios firmes que obstaculicen su avance: solo metas tácticas. Su pragmatismo extremo, lejos de ser una virtud política, se convierte en el justificativo para traicionar promesas, abandonar causas o adoptar posturas contradictorias sin asomo de vergüenza.
La política, para él, no es una vocación, sino una carrera individual que prioriza su ascenso por encima del bienestar social, los principios partidarios o las exigencias éticas. Su habilidad para la manipulación es destacada: sabe leer los vientos del momento, controlar el relato, explotar emociones y proyectar una imagen carismática que encubre su ambición desnuda.
Sus capacidades no están sujetas a los ideales, seguirá a otra persona mientras le resulte conveniente. Tiende a rodearse de incondicionales, evitando voces críticas que puedan perturbar su zona de control, y utiliza la adulación como mecanismo de preservación. De esta forma va ampliando su cobertura e incondicionalidad de los que le siguen.
Aunque produce empatía, su interés por los ciudadanos es estratégico: los ve como votos, no como sujetos con dignidad propia. De ahí su énfasis en una imagen pública cuidadosamente construida, que muchas veces raya en lo superficial. El buscador de poder concibe la política, hábil en ella, como un juego de ajedrez donde el fin último no es transformar la sociedad, sino ganar la partida y no soltar el tablero. En contraste con aquel político que arde por dentro, nuestro militante chavista, perseguido y marginado, guiado por principios y un sentido de misión y siempre aportando más razones y sentimientos para fortalecer a la comunidad y a la revolución. Así llegan a ancianos sin cambiar.