Hubo un tiempo en que Asturias fue una nación fundada en las más antiguas tradiciones y leyes. Su pueblo supo sobrevivir durante siglos a los más decididos intentos de conquista y asimilación. Prueba de ello es la supervivencia de una lengua propia, los restos vivos de un derecho tradicional, la vigencia de una cultura única, y en suma, la supervivencia de una institución como la Casería, paradigma de toda otra institución y modo de vida específicamente astur. Los intentos centralistas del estado español, tanto por parte del liberalismo "jacobino" como por parte del autoritarismo, aceleraron en el último siglo un antiguo proceso de destrucción de los modos de vida tradicionales en el país. Por su parte, una izquierda ciega –por su mal entendido "internacionalismo"- a la heterogeneidad de los distintos pueblos del estado, apenas ha avanzado por el camino de la defensa y reivindicación de los modos de vida específicos de nuestro país astur y de nuestro pueblo, condenado a emigrar o a convertirse en criado de otros. Ahora que se pretende impulsar una urbanización a ultranza del país, concentrándonos a todos en una reducida área central asfaltada, rodeada por enormes "alas" rurales deshabitadas, es preciso reaccionar en defensa de la vida rural. Ahora que se pretende todavía ahogar la lengua asturiana y otros rasgos culturales que nos son propios, es urgente dar una respuesta y salvarnos del etnocidio. En un momento en que quieren subordinar nuestra economía y nuestra misma existencia como territorio a un simple solar casi colonial al servicio de otras comunidades, profundizando en el carácter subordinado del país astur, se debe lanzar un grito de protesta. Nuestra supervivencia como nación, como pueblo, una vez mermado para siempre nuestro potencial industrial, consiste en repoblar y reconquistar nuestras tierras y nuestros usos. Un paisaje y una forma humana de vincularse con él fueron los tesoros que nuestros antepasados nos legaron y nos hicieron ser lo que somos. Políticas bastardas e intereses ajenos nos van a imponer nuevos kilómetros de asfalto, nuevos pantanos innecesarios, titánicos puertos y millas de urbanizaciones. Nada de ello se hace respondiendo a unas necesidades sentidas por los asturianos como pueblo. Todo se destruye en nombre del Sagrado Progreso. Se nos desvertebra el territorio de manera artificial y brutal, poniéndolo al servicio y disfrute de otros. Nos introdujimos a la fuerza en la vía de la Globalización (aculturación) salvaje, haciéndonos perder para siempre las señales de identidad y autosuficiencia que antaño nos hicieron resistir. Quisiéramos una Asturies políticamente autogobernada de veras, autosuficiente en lo económico y en lo cultural, una nación que conviva en buena amistad y cooperación con los otros pueblos ibéricos libres, hermanos y vecinos nuestros. Al modo en que esa Casería -de la que venimos todos en última instancia- era una unidad autárquica a todos los niveles, suficientemente separada de las vecinas, pero en colaboración y comunidad (socialista) con ellas, así debería constituirse las Asturies del futuro en relación con todos los pueblos libres del mundo.