El Día de las Madres, celebrado con gran cariño en numerosas partes del mundo, tiene sus raíces modernas en los esfuerzos de una mujer estadounidense dedicada a honrar la memoria de su propia madre y, por extensión, a todas las madres. Aunque existen antecedentes en antiguas celebraciones griegas y romanas a diosas madre como Rea una titánide y diosa madre en la mitología griega, hija de Gea (Tierra) y Urano (Cielo), y madre de los grandes dioses olímpicos; y Cibeles, diosa de la fertilidad de origen frigio, cuyo culto se extendió a Grecia y Roma, como el reconocimiento de "Madre Tierra" o "Diosa Madre" y es asociada con la naturaleza, la fertilidad, la sanación y la protección. La celebración del día de la madre, tal como la conocemos, surgió a principios del siglo XX en Estados Unidos.
La principal promotora de la idea fue Anna Jarvis, una mujer de West Virginia. Su inspiración provino de su madre, Anna Reeves Jarvis, una activista social que durante la Guerra Civil Estadounidense o Guerra de Secesión, organizó entre 1861 y 1865, Clubes de Trabajo del Día de las Madres, para mejorar las condiciones sanitarias y reducir la mortalidad infantil, además de atender a soldados heridos de ambos bandos y promover la reconciliación. Tras la muerte de su madre en 1905, Anna Jarvis se propuso cumplir el sueño de su madre: crear un día dedicado a honrar el servicio y sacrificio de las madres.
Anna inició una campaña incansable, escribiendo cartas a políticos, empresarios y líderes religiosos. Su objetivo era establecer un día oficial para que todos pudieran mostrar aprecio por sus madres. La elección del segundo domingo de mayo no fue casual; Anna escogió esta fecha porque era cercana al aniversario de la muerte de su madre. Quería que fuera un día de recogimiento personal y familiar, un momento íntimo para agradecer a la madre, viva o fallecida. La primera celebración más formal tuvo lugar en Grafton, West Virginia, y en Filadelfia, Pensilvania, el 10 de mayo de 1908. Anna eligió el clavel blanco como símbolo, representando la pureza, la dulzura y la resistencia del amor maternal.
La iniciativa de Anna Jarvis ganó popularidad rápidamente. Varios estados comenzaron a adoptar la celebración y, finalmente, en 1914, el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, firmó una proclamación que establecía oficialmente el Día de las Madres como fiesta nacional, a celebrarse cada segundo domingo de mayo. Desde Estados Unidos, la tradición se extendió gradualmente a otros países, aunque algunos países adaptaron la fecha de acuerdo a sus propias tradiciones o eventos históricos.
El Día de las Madres, concebido originalmente por Anna Jarvis como una jornada íntima de reflexión y agradecimiento personal hacia la figura materna, ha experimentado una profunda transformación desde su creación a principios del siglo XX. Lo que nació como un tributo sincero y desinteresado, simbolizado por un simple clavel blanco, se ha convertido en una de las fechas más significativas para el comercio global, un fenómeno donde el sentimiento legítimo, a menudo parece competir con una avalancha de impulsos consumistas, por parte del sector comercial aupado por las ansias económicas a expensas de los sentimientos filiales.
La intención original de Jarvis era clara: un día para honrar el sacrificio y la dedicación de las madres a través de gestos personales, como escribir una carta, visitar a la madre o llevar una flor en su memoria. Sin embargo, la rápida popularización de la festividad atrajo la atención de la industria comercial, que vio una oportunidad de oro para capitalizar los nobles sentimientos, asociados a la maternidad. Floristerías, fabricantes de tarjetas, joyerías, restaurantes y grandes cadenas comerciales rápidamente incorporaron el Día de las Madres a su calendario de ventas, desarrollando campañas de marketing masivas, que instan a expresar el amor maternal a través de la compra de regalos.
Este desvío, de tan noble celebración hacia la incitación comercial, ha convertido el segundo domingo de mayo, en un evento crucial para la economía, generando picos de ventas en diversas categorías de productos y servicios. Las grandes cadenas comerciales despliegan estrategias agresivas, bombardeando a los consumidores con publicidad que asocia directamente el afecto y el reconocimiento hacia las madres con el gasto, en una diversidad de elementos comerciales como regalos para las madres. Se estimula la idea de que un regalo costoso o una experiencia de consumo específica, son las formas más adecuadas, e incluso necesarias, para demostrar amor y gratitud hacia las madres. Este enfoque, íntimamente ligado a los principios del consumismo capitalista, corre el riesgo de minimizar el homenaje, reduciéndolo a una transacción comercial y generando presión social, para participar en este ciclo de consumo. La propia Anna Jarvis, testigo de esta metamorfosis, denunció la explotación comercial de la festividad y llegó a ser arrestada por protestar contra organizaciones que se lucraban con el Día de las Madres. Su frustración subraya la tensión inherente entre el propósito inicial y la realidad actual, donde el evento está profundamente rebasado en la lógica del mercado.
Si bien es cierto que un regalo puede ser una expresión válida de cariño, la crítica debe centrarse en cómo la presión comercial, puede opacar o incluso reemplazar las expresiones más personales y significativas de afecto. El desafío actual reside en rescatar el espíritu original del Día de las Madres, recordando que el valor del homenaje no reside en el precio del regalo, sino en la sinceridad del sentimiento y en el reconocimiento cotidiano del amor y el esfuerzo materno, más allá de las estrategias de mercado. Anna Jarvis pasó los últimos años de su vida luchando contra la comercialización excesiva, que desvirtuaba el significado original e íntimo de la celebración, que ella había impulsado con tanto fervor. Sin embargo, su legado perdura en la intención original: reconocer y agradecer el papel fundamental de las madres en la familia y la sociedad.