Durante mi infancia, era muy común que en los parques, jardines y terrenos baldíos, una de las constantes eran la masiva presencia de insectos de todo tipo que se encontraban con facilidad. Durante el mes de agosto en un patio abandonado aparecían decenas de montículos de los que llamábamos bachacos culones, con los cuales hacíamos diferentes intervenciones, todas desfavorables para ellos, los cuales a pesar de ser como unas hormigas gigantes, eran completamente inofensivos. Creo que los que crecimos en la provincia venezolana, manteníamos una relación cercana con los insectos, de diversas formas.
Y hace ya algún tiempo aprovechando la cámara de teléfono celular me acerque a los jardines del edificio con la intención de fotografía la micro fauna que consideraba como antes, existía. Cuál no sería mi sorpresa que a pesar de ser época de lluvias, de buscar en varias especies de vegetación, no encontré ningún insecto, ya no para fotografiarlo sino simplemente para ubicarlo. No hay insectos en los jardines y plazas de la zona o muy pocos, lo cual para mí fue motivo de preocupación, pues como dije antes ellos son parte de nuestra idiosincrasia.
No voy a decir que intenté echarle la culpa a Maduro por la desaparición de los insectos, pero si pensé que debe existir un organismo responsable de la conservación, protección e inclusive la propagación de estos también habitantes de nuestro país, los cuales en su mayoría deben tener sustancias o compuestos que puedan generar beneficios hasta ahora no estudiados. Creo que la Constitución asigna al Estado la función de proteger a sus habitantes, y el tamaño no importa.
Y así encontré que se ha identificado esa disminución en la población de insectos a nivel como el Colapso de Insectos como un fenómeno alarmante que describe la rápida disminución de las poblaciones de insectos en todo el mundo.
Los insectos desempeñan roles esenciales en los ecosistemas: polinizan más del 80% de las plantas con flores, reciclan nutrientes y sostienen la cadena alimenticia. Su desaparición afecta la producción agrícola, la biodiversidad y el equilibrio natural. Además, el cambio climático y la expansión de tierras de cultivo han reducido su hábitat, agravando la crisis.
Y en Venezuela también se ha reportado una disminución preocupante de insectos. Un estudio señala que más del 40% de las especies de insectos están en declive, y un tercio está en peligro de extinción. En el estado Carabobo, por ejemplo, la contaminación y la tala han reducido drásticamente las poblaciones de mariposas, libélulas y escarabajos. La pérdida de insectos afecta la biodiversidad y la estabilidad de los ecosistemas, ya que muchos de ellos son polinizadores esenciales y forman parte de la cadena alimenticia.
La agricultura intensiva y el uso de pesticidas han acelerado esta crisis. Si la tendencia continúa, el impacto en nuestra seguridad alimentaria y el equilibrio ecológico será profundo.
Uno de los principales factores causantes de esta institución es el uso extendido de insecticidas ya que los pesticidas, afectan directamente a los polinizadores como abejas y mariposas, alterando su sistema nervioso y reduciendo sus capacidades de reproducción y orientación. Esto no solo pone en riesgo la biodiversidad, sino que también compromete la producción agrícola y la seguridad alimentaria.
Hacia los años sesenta o setenta una escritora de Estados Unidos escribió un libro premonitorio que se llama "Primavera silenciosa" donde menciona los efectos que traerá la desaparición de los insectos por la propagación de los insecticidas.
Un estudio reciente en la malvada Inglaterra, reveló una disminución del 63% en el número de insectos encontrados en las placas de vehículos entre 2021 y 2024. Este fenómeno, conocido como el "fenómeno del parabrisas", refleja la reducción de insectos voladores en el ambiente.
En Venezuela, la regulación de estos insecticidas y otros químicos podría ser un paso importante para mitigar su impacto en los ecosistemas y paliar el inmenso daño que estamos haciendo a nuestra naturaleza venezolana.
