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Cuando uno rememora el pasado y se cruzan por nuestra mente tantos amigos que han desaparecido, que no volvieron a comunicarse más con uno, habiendo compartido tan buenos momentos, incluso hasta podríamos decir, habiéndonos amado con devoción intelectual o política (a decir de ellos), nos queda en el alma una quemante vaguedad y un dolor inmensos. Pero lo cierto es que hay amistades que no están fundadas sobre principios sólidos. Ese es el punto que voy a tratar. Me referiré en esta ocasión sobre aquella amiga Irina, una venezolana culta, casada con un inglés, que llegó a detentar un alto cargo diplomático en algunas islas del Caribe, hija de un famoso escritor venezolano. Cultivamos, junto con mi esposa, una hermosa y noble amistad, viajamos juntos, compartimos tantos libros y comidas, asistimos juntos a tantos actos culturales, y nos escribíamos casi a diario correos electrónicos, de los cuales conservo por lo menos, unos cuarenta. ¿Qué fueron de aquellas ideas, de aquellas largas veladas, de aquellas pasiones que exaltaban nuestras musas y nos hacían escribir elocuentes y memorables mensajes?
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Discurría mediados del año 2003, Irina se mostraba aparentemente firme en sus convicciones bolivarianas y recuerdo que nos encontramos con su esposo, James, en Chacaito, en el antiguo restaurante El Papagayo. Irina tenía muchas cosas que decirnos, y ahí hablamos de lo divino y profano: de la imparable corrupción en el terreno de nuestro cuerpo diplomático durante la IV República, el cual ella conocía muy bien, llegándome a dar datos que utilicé para algunos de mis artículos. Nos referimos a ciertos personajes de nuestra sufrida intelectualidad tan abandonada a través de nuestra historia: Cecilio Acosta, Urbaneja Achepohl, Pedro Emilio Coll, Ramos Sucre, Andrés Mariño Palacio, Argenis Rodríguez,… entonces ella desvió sus comentarios hacia el "pueblo venezolano o la población boba", diciendo que temía que esto fuera a convertirse en una "Revolución Boba". Mi esposa y yo le estuvimos escuchando atentamente, y James de vez en cuando intervenía para apoyar su tesis que era la misma de Irina (o mejor dicho, originalmente la suya propia).
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Comenzó diciendo: Estimados amigos Sant Roz y María Eugenia: me disculpan, pero tanto Chávez y ustedes están equivocados: esta no es una Revolución Boba, esta es una Población Boba. Prefiero hablar de población y no de pueblo; porque "pueblo" suena a alpargata, a pobre, mientras "población" abarca a la totalidad de los habitantes, a las alpargatas, a los zapatos lustrados, a los tacones lejanos, las botas y los escarpines, es decir, comprende a todos los venezolanos entre quienes orgullosamente –y a veces no tanto-, me incluyo independientemente del tipo de calzado que use. Esto es una pequeñita introducción para hablar de un hecho, de una historia que se desenvolvió en Inglaterra, de donde como ustedes saben, es James. Algo que tal vez muchos no conocen: durante la Segunda Guerra Mundial, las amas de casa inglesas donaron todo cuanto tenían fabricado en aluminio o cualquier otro metal (incluyendo las ollas que en Venezuela se usan para cacerolear), para proveer de materia prima al gobierno inglés que no contaba con ella para fabricar municiones. Londres y otras ciudades se encontraban devastadas por los incendios y los hombres en el frente de guerra. Amas de casa hacían cola para recuperar la basura en respuesta a los carteles concebidos para persuadir a los londinenses de abandonar la práctica de la pre-guerra de quemar la basura para recortar los gastos municipales y, por consiguiente, reducir los impuestos.
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En aquel otrora Papagayo, yo llegué a ver a Papillón (Henri Charriére), cerca de donde nosotros estábamos ubicados, con una gruesa bufanda gris y sus largos cigarrillos, conversando sobre sus libros y películas como un caraqueño más. Pocos reparaban en él, y mientras escuchaba a Irina no dejaba de ver hacia el lugar donde él se sentaba. Irina continúo su historia: "-Aquel gobierno inglés, quería que se recliclase todo lo posible: desde periódicos hasta camas de latón. Algunas mujeres compraron ollas de aluminio ligero y contribuyeron con sus viejas baterías de aluminio pesado para el esfuerzo bélico. Un noble regaló su Rolls Royce y el chasis fue convertido en una cantina móvil. ¿Que si todos los ingleses amaban a Winston Churchill? Sabemos que no. Fue uno de los Primeros Ministros más criticados de Inglaterra y más burlado en el Parlamento…. hasta 1945 cuando Inglaterra y sus aliados ganaron la guerra. Curiosamente los ingleses no rehuyeron a dar la cara en la guerra ni a las condiciones económicas tan duras -añadan el clima de ese país- que vivieron desde mucho antes de 1939. No emigraron, como españoles, portugueses e italianos, a ningún otro país. ¿Que si todos los ingleses amaban a Winston Churchill? Sabemos que no. Fue uno de los Primeros Ministros más criticados de Inglaterra y más burlado en el Parlamento…. hasta 1945 cuando Inglaterra y sus aliados ganaron la guerra… Yo quisiera José, que cambiáramos la frase "ser rico es malo" por "ser malo es rico" y así continuaremos con nuestra viva bobería".
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Quedé pensativo un rato, mi esposa me miró de reojo. Creo que me encontraba en un aprieto para responder, y comencé a pensar que estos amigos, creyendo que yo pudiera tener mucho poder querían convencerme de algo para que luego lo ventilara por escritos. En esencia querían hacerme ver que el pueblo inglés sí era batallador, digno de plantárseles con furia a Hitler, que era solidario a la hora de las inmensas dificultades, y no como el pueblo de nosotros tan dividido, tan confundido y poco decidido a encarar las dificultades como en aquel momento lo hicieron los ingleses. Para nada entendía esa última frase de Irina, que cambiáramos lo de "ser rico es malo" por "ser malo es rico" y así continuar con nuestra viva bobería".
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Se hizo un largo y espeso silencio, yo estaba calculando mi respuesta, en el que por supuesto me iba a plantar bien claro diciendo que ese pueblo inglés que ella defendía no era para nada digno ni mucho más valiente que nosotros. Sentí que lo que iba a decir tendría que herir la fina piel de Irina y de su esposo, que debía buscar las palabras diplomáticas, serenas y equilibradas que no fuesen a crear tensiones y en definitiva un distanciamiento. A la postre, pensé, una amistad tiene que ser capaz de sostenerse sobre las verdades más duras. Subía que James era actor de cine y debía estar acostumbrado a los encontronazos, lo miré, antes de comenzar a hablar, diciéndole que por favor pidiéramos otro café.
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"-Lamento decirles, queridos amigos –comencé exponiendo mi punto de vista – que los ingleses no son el ejemplo que en esta hora y en ninguna otra, necesitamos los venezolanos, por cuanto en nada nos parecemos a ellos. Nosotros nunca hemos sido "negreros", es decir, nunca traficamos con esclavos, nosotros jamás hemos colonizados a ningún país. Nosotros no hicimos una revolución industrial basado en la piratería. Nosotros no hemos instalados enclaves en todos los puntos de la tierra hasta para negociar con opio, con drogas. Nunca se nos habría ocurrido hacer una Guerra del Opio. Y todo eso fue lo que obligó a los ingleses a enfrentar a Hitler quien era su contrincante en el terreno mercantil, quien tenía planes de despojarles de todos esos negocios en el planeta. Nosotros todavía estamos sufriendo la intervención inglesa en nuestro territorio, por lo de El Esequibo. Para concluir y no extenderme más, tanto Inglaterra como Estados Unidos, sus hijos, sus émulos, han sido y son la maldición de la tierra". Hasta ahí fue mi intervención. Hubo otra pausa cargada de dolor y penas, era inevitable. Ya no se podía seguir hablando a menos que fueran sandeces. Nos despedimos educadamente, de besitos y todo, pero no nos volvimos a ver nunca más.