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Con sólo el interregno de los mandatos de Pedro Alcántara Herrán (1841-1845), de Tomás Cipriano Mosquera (1864 a 1886) y quizás con el de Laureano Gómez, en Colombia (Nueva Granada), se respetaron algo los valores e ideales sublimes del Libertador Simón Bolívar. De resto los demás gobernantes, han mantenido una sorda y pertinaz guerra, solapada, contra la patria del Libertador Simón Bolívar, Venezuela. ¿Cómo, contra toda esa funesta tradición, podría Petro venir a gobernar como un verdadero bolivariano? Imposible. Los santanderistas le dejaron minado el país con narcos, paramilitares, una clase corrupta intocable y un reguero de bases militares gringas. Por lo que concluimos, entonces, que casi todos los gobernantes de Colombia, aún bajo la sombra de su jefe supremo Santander, pro-yanqui y antibolivariano, en perfecto caos, sigue gobernando Colombia: tierra movediza que requiere de un liderazgo que Petro, lamentablemente, no posee. Para reforzar más lo que aquí sostengo, los remito a mi artículo anterior "He aquí cómo fue convertido Santander en agente al servicio de los intereses de EE UU. Contundentes revelaciones!" En ese artículo, desvelamos cómo Santander fue captado por agentes gringos para que sirviese de peón en el proyecto de desconocer la obra del Libertador y así desintegrar la Gran Colombia.
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El Vicepresidente Santander, le escribe a Bolívar el 6 de febrero de 1825: "Con respecto a los Estados Unidos he creído conveniente invitarlos a la augusta Asamblea de Panamá, en la firme convicción de que nuestros íntimos aliados no dejarán de ver con satisfacción el tomar parte en sus deliberaciones de un interés a unos amigos tan sinceros e ilustrados…". Mortal puñalada al proyecto bolivariano. Es en este momento, cuando vemos nacer el vil Panamericanismo, y con ello estaba destruido el plan hemisférico que buscaba Bolívar para la unidad, solidez y fortaleza de los pueblos latinoamericanos. Esta puñalada también tenía que ver con el sabotaje a la liberación de Cuba y Puerto Rico, por solicitud de los estadounidenses a Santander, igualmente producto de los acuerdos a que había llegado con el agente y diplomático yanqui Richard C. Anderson. Le escribía Santander, a Páez, cumpliendo órdenes de la administración norteamericana a Páez (el 22 de febrero de 1824): "Sobre expedición a Cuba o Puerto Rico no hay que hablar por ahora: primero, porque estando expuestos a ser invadidos en nuestra casa, es locura ir a buscar fortuna a país donde creyéndose que hay jamones no hay ni estacas; segundo, porque el Perú demanda con más urgencia y necesidad auxilios que nos aseguren por el sur; tercero, porque no tengo recursos para expediciones".
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Es realmente insólita esta coincidencia con la política que EEUU llevará al Congreso de Panamá con relación a Cuba y Puerto Rico. Se plantea el escritor Ricardo A. Martínez, en su libro "De Bolívar a Dulles, El Panamericanismo, doctrina y práctica imperialista, a qué se daría tamaña omisión en las instrucciones del Gobierno de Colombia. Añade que Santander había sido informado confidencialmente por Mr. Anderson, sobre la decisión de su Gobierno de no permitir cambio alguno en la condición de esas estratégicas islas, salvo aquellos cambios que, en el futuro, fuesen resultado de su propia expansión colonialista. "Esta no es una hipótesis aventurada (agrega Martínez), pues, puede fundamentarse en hechos y consideraciones históricas contundentes: 1) el contenido de las instrucciones impartidas por el secretario de los Estados Unidos, Mr. Henry Clay, a sus comisionados al Congreso; 2) como uno de esos comisionados era el propio Mr. Anderson, es seguro que Santander conocía su orientación general y 3) el secreto deliberado que se ha mantenido sobre esas históricas instrucciones, sobre las que no se encuentra ni siquiera alusiones en la extensa bibliografía que trata de demostrar que el congreso de Panamá es la génesis del panamericanismo, pues ella demuestra que fueron igualmente el origen de la "política del dólar y del gran garrote". Henry Clay cumple, a pie puntillas, el mandato de Tomás Jefferson en las instrucciones que ordena a sus comisionados al Congreso de Panamá, Richard C. Anderson y John Sargeant: "Entre los objetos que han de llamar la atención del Congreso, escasamente puede presentarse otro tan poderoso y de tanto interés como la suerte de Cuba y Puerto Rico y, sobre todo, la de la primera. Cuba por su posición, por el número y carácter de su población, por lo que puede mantener, por sus grandes, aunque todavía no explotados recursos, es el gran objeto de la atención de Europa y América. Ninguna potencia, ni aun la misma España, en todo sentido, tienen un interés de tanta entidad como los Estados Unidos en la suerte futura de esta isla… Nuestra política con respecto a ella está franca y enteramente descifrada en la nota a Mr. Middleton. En ella manifestamos que, por lo que respecta a nosotros, no deseamos ningún cambio en la posesión, ni condición política de la isla de Cuba, y no veríamos con indiferencia que el poder de España pasase al de otra potencia europea. Tampoco querríamos que se transfiriese o agregue a ninguno de los nuevos Estados de América".
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Ya avizoraba entonces desde 1826 el Libertador que con el fracaso de esta convocatoria, la guerra en el continente sería por más de doscientos años; será una guerra muy prolongada y ardua, le dice a Santander. El Vice permanece indiferente, como si nada. El año de 1825, fue el de la realización de una quimera tantas veces soñada. No conciben nuestros hermanos lo grande y hermoso que fue entonces este continente. Colombia estaba a la vanguardia de los pueblos libres, y el Libertador era su líder indiscutible. El mundo civilizado miraba con admiración nuestras glorias: la congestionada Francia veía con temor el arrojo de los colombianos, el Emperador de Brasil temblaba, Argentina y Chile nos llamaban para organizar sus gobiernos y unirse a la gran confederación americana. Los yanquis nos trataban con recelo y respeto, Guatemala nos pedía ayuda. México ofrecía sus tropas para liberar Cuba y Puerto Rico, Inglaterra nos mimaba... ¡Los corsarios colombianos podían ir a cualquier parte del continente! No habría, desde ese momento, más batallas grandiosas contra el imperio español. El invasor había quedado prácticamente exterminado. Eso sí, en el horizonte de la paz una borrasca tensa iría condensando a los generales ociosos, que servían exclusivamente para la guerra, y sobre toda la mirada artera y mortal de los gringos sobre nosotros.
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La calma recubría momentáneamente el sordo rumor de las ambiciones, odios y venganzas. Tras la honda excitación del triunfo se despertaba para otra pesadilla; extirpado el mal, la automatización de la energía ciega y brutal de una población, en su gran mayoría confundida y todavía envilecida por la tiranía goda, seguiría dominada por la inercia del fuego y la muerte. Los leguleyos, seudointelectuales, oradores maniáticos, clérigos sueltos, rábulas y otras alimañas maquiavélicas, buscarían posiciones detrás de algún caudillo; excitarían a rebelarse muchos generales ociosos y azuzarían el fuego de las intrigas partidistas, siempre dirigidas desde Washington, lo que muchos desconocían. Bolívar, en medio de tan horroroso infierno, creyó que un gobierno inexorable podría controlar las disensiones agresivas y destructoras. Cada jefecito velaba por su parcela de gloria y triunfo, contaban sus pesos, aseguraban sus haciendas y no dejaban de quejarse y pedir cada vez más provechos personales a un país exhausto, moribundo. Muy pocos estaban fuera de esta realidad, forjando el sueño de la integración americana. Sucre pensaba seguir el ideal de Bolívar, y éste trabajaba infatigablemente en la organización de los pueblos, en su educación, en solidificar el vigor de una moral que asegurara la estabilidad.
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"Fuera de los grandes volcanes, ocultos y potencialmente aniquiladores, el vasto territorio de Colombia (escuchemos a J. M. Restrepo) estaba completamente tranquilo. La marcha de la República era majestuosa; casi podría decirse que había adquirido la forma moral y espiritual de su constructor, de su creador. Sus ejércitos la habían colmado de gloria y dado existencia a nuevos estados. Bolívar, el héroe de la América del Sur, estaba a su cabeza, y el esplendor de su gloria se reflejaba especialmente sobre Colombia. El vicepresidente, general Santander, administraba el Poder ejecutivo con vigor (claro, no podía dejar de lado a su paisano), tino y prudencia nada comunes. Así era que podía decirse con verdad que nuestra República, aunque inferior a México en población y riquezas, se iba colocando al frente de los nuevos estados americanos. Sus habitantes dedicados al trabajo comenzaban a mejorar sus propiedades y a gozar de los frutos de la paz, bajo el imperio de la Constitución y las leyes protectoras. Todo anunciaba un porvenir halagüeño.
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Bolívar en medio de estas tensiones internas alimentadas desde la Casa Blanca, se encontraba en Venezuela (1827), Sucre en el sur y todo el peso de la tempestad se concentraba en Bogotá organizada por Santander, siendo en ese momento un vil puppet de los yanquis. Para EE UU había llegado la hora para que el Vicepresidente utilizara argumentos y métodos parecidos a los de Páez, y de una vez por todas se comenzase a producir la desintegración de la Gran Colombia, tal cual lo tenía entre sus planes Washington. La idea fue sugerida por diplomáticos estacionados en Perú, porque Santander, no pudiendo sublevar cuarteles en la Nueva Granada, optó por provocar un escándalo en el Ejército colombiano libertador del Perú, estacionado en Lima. La excusa sería la defensa de la Constitución, situación que le venía de perlas en momentos cuando el Libertador había perdonado a los revoltosos de Venezuela, a los anticonstitucionalitas de Páez, Guzmán y Peña. El objetivo fue sublevar a la Tercera División del Ejército colombiano comandada por el general venezolano Jacinto Lara, la fuerza militar más importante en el sur. Uno de sus oficiales, enviado con órdenes expresas desde Bogotá, CORONEL GRANADINO JOSÉ BUSTAMANTE, depuso y encarceló a los jefes venezolanos e hizo después un acto ridículo de fidelidad a la Constitución. Las imprevisiones de aquel amargo desenlace recayeron como siempre sobre el Libertador, a quien sus propios amigos acusaban de haber dejado al general Jacinto Lara en tan delicado cargo. Se decía que Jacinto no era el hombre para conciliar los intereses del pueblo peruano con los del Ejército colombiano. Ya estaba en plena marcha la inmensa red subversiva que Santander había armado con Henry Clay, Secretario de Estado de los Estados Unidos, el diplomático Anderson, radicado en Bogotá, y William Tudor, cónsul de los EEUU ante el Gobierno del Perú. El que incitó y coordinó la acción de Bustamante fue William Tudor. Si Bustamante fracasaba se tenía listo el plan B, que consistía en preparar la guerra del Perú, dirigida por el general Lamar —prácticamente convertido en Presidente del Perú, gracias al apoyo norteamericano— contra Colombia, en cuyos intríngulis estaba también bien metido Santander. Como era difícil desestabilizar por dentro a Colombia, entonces, había que empezar por el sur.
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Los espías al servicio de William Tudor consiguen una importante correspondencia entre unos papeles de Jacinto Lara; Tudor envía un informe, el 3 de febrero de 1827, al Departamento de Estado en el que dice: "Se encontraron muchas importantísimas cartas de Bolívar, de Sucre y de otros generales, las cuales arrojan considerable luz sobre los designios del primero, y serán una ayuda poderosa para Santander en sus esfuerzos para proteger la Constitución de Colombia contra los pérfidos designios del Usurpador...". Estrechamente trabajando con Santander, Tudor frotándose las manos al ver que el "Coloso" se encontrará en serios y violentos aprietos, agrega en su informe: "La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más consoladoras. Esto no es motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habría consumido todos sus recursos, sino que también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en el futuro... si hubiera triunfado, estoy persuadido de que habríamos sufrido su animosidad...". EEUU estaba echando las bases para la organización de un sistema colonialista y esclavista para América Latina, porque Tudor añade que la fe principal que mueve al Libertador es "su odio a la esclavitud y el deseo de abolirla. Leed su incendiaria diatriba contra ella en la introducción a su indispensable Constitución (...) contémplese el Haití de hoy y a Cuba (inevitablemente) poco después y al infalible éxito de los abolicionistas ingleses (no por virtud, eran abolicionistas); calcúlese el censo de nuestros esclavos; obsérvense los límites del negro, triunfante de libertad y los del negro sumido en sombría esclavitud, y a cuántos días u horas de viaje se hallan el uno al otro; reflexiónese que... la gravitación moral de nuestro tiempo... es la afirmación de los derechos personales y la abolición de la esclavitud; y, además, que por diversos motivos, partidos muy opuestos en Europa mirarían con regocijo que «esta cuestión se pusiera a prueba en nuestro país»; y luego, sin aducir motivos ulteriores, júzguese y dígase si el «loco» de Colombia podría habernos molestado. ¡Ah, Señor, éste es un asunto cuyos peligros no se limitan a temerle a él!...".
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Así, pues, que la trama para destruir la Gran Colombia se armó en Perú, con la estrecha ayuda del Departamento de Estado de EEUU. El 27 de mayo de 1827, Tudor escribirá a Washington: "Ayer recibí una carta del coronel Elizalde, quien manda la división que entró en Guayaquil… Me informa que todo marcha de la manera más favorable; que el 27 despachó una columna con dirección a Quito para que se una a la División mandada por Bustamante, quien entró el 25 del mismo mes, todos los cuales están ahora indudablemente en Quito… El general Santander habría recibido la noticia del movimiento de aquí con satisfacción y le habría escrito a Bustamante aprobando su conducta". Como fracase la tentativa de Bustamante, entrará en acción Lamar, en la que EE UU pone sus más altas esperanzas, por cuanto que según Tudor: "Lamar es indudablemente el primer general de la América del Sur… Bolívar, que originalmente fue sólo un capitán de milicias, es inferior a él… Si llegan a chocar, estoy plenamente seguro que, a menos que la superioridad de fuerzas sea muy grande del lado de Bolívar, éste será derrotado…" Las novedades del Perú provocaron el mayor entusiasmo en Bogotá. Ni las batallas de Pichincha, Bomboná, Junín o Ayacucho, causaron el júbilo "patriótico" que levantó en la capital la rebelión de Bustamante. Los estudiantes se echaron a la calle para arengar consignas "liberales": marcharon bandas de música por las avenidas principales, y se oían repiques de campana, estallidos de cohetes, todo en un vocerío de vivas y aplausos a la Tercera División. Toda la tarde y parte de la noche, la comparsa no cesó en su algazara. El Vicepresidente salió a la calle rodeado de numerosa multitud donde se hallaban militares, legisladores, estudiantes y escribas de todos los calibres. Entre estos patriotas, estaban Joaquín Posada Gutiérrez y el joven Juan de Francisco Ortiz. Posada Gutiérrez estaba influenciado por Santander; "éste mostraba en su semblante, en sus arengas y en sus vivas a la libertad, el intenso placer que le dominaba, aunque alguna que otra vez no dejara de notársele una inquietud que procuraba en disimular".
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El arrastre popular de la rebelión de Bustamante, fue un verdadero éxito para Santander. Hombres sensatos, imparciales y verdaderamente patriotas se acercaron hasta él, para expresarle solidaridad, apoyo. No se daban cuenta de que vivían los destellos primeros de la gran desintegración nacional. Tampoco sabían que Bustamante, un pobre diablo que jamás se había distinguido en nada, actuaba movido por el dinero sucio de Estados Unidos y por la vil promesa de ser protegido por el Gobierno de Bogotá, en acuerdo con los diplomáticos gringos. Era de veras inaudito que algunos militares granadinos consiguieran preseas como más tarde sucedería con Obando y López aniquilando a la patria y asesinando a sus mejores hombres. ¡Cómo habrían de lamentar luego, los verdaderos patriotas, su participación en tan pérfida celebración! Ante estas torpezas, en pocas líneas el Libertador presenta su alma límpida en una carta enviada al coronel José Félix Blanco: "Agradezco infinito el interés con que Ud. ha combatido por mi opinión, y en cuanto a las respuestas de Santander, nada diré: el mundo nos conoce. A mí me fuera muy fácil escribir otras tantas gacetas en mi elogio, y en desprecio de otro; pero no es ésta es mí ocupación. La patria y el bien me quitan tiempo que el señor Santander invierte en desfogar pasiones muy ajenas de un magistrado". El 14 de marzo, escribía Santander al faccioso Bustamante: "Ustedes, uniendo su suerte, como la han unido, a la nación colombiana y al gobierno nacional bajo la actual constitución, correrán la suerte que todos corremos. El Congreso se va a reunir dentro de ocho días, a él informaré del acaecimiento del 26 de enero; juntos dispondremos lo conveniente sobre la futura suerte de ese ejército y juntos dictaremos la garantía solemne que a usted y a todos los ponga a cubierto para siempre".
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Obsérvese cómo utiliza las leyes y la Constitución aquel fulano Hombre de las Leyes: Manda a un conspirador (por órdenes de EE UU) a que se alce en el Perú y después le ofrece protección a través del mismo Congreso. Con razón dirá más tarde Bolívar: "Me piden que destruya a los nuevos godos, pero cómo hago; al menos los españoles se llamaban tiranos, serviles, esclavos y los que ahora tengo al frente se titulan con los pomposos nombres de republicanos, liberales, ciudadanos. He aquí lo que me detiene y me hace dudar". Sucre por su parte escribía en agosto al Libertador: "No sabe, Santander, cuánto daño ha hecho a la República aprobando la insurrección de Bustamante; de todos los errores de su administración, éste es el mayor, y si los otros pueden justificarse como buena intención, éste le manchará su nombre. Poco tiempo pasará para experimentar cuánto va a sufrirse en el Sur, por esta aprobación de un amotinamiento militar. A fuerza de la estimación que tiene la división se le ha preservado de contagiarse. No tiene Usted idea de la multitud de papeles que le mandan de Bogotá para inducirle a la rebelión: no sé lo que proponen más que dar escándalo o servir a la Santa Alianza, desmoralizando los mejores cuerpos de Colombia". El general Posada Gutiérrez, en sus memorias, sostiene que fue calumnia decir que Santander era el autor y el promotor del motín de Bustamante. Da por sentado que el Vicepresidente no conocía al tal Bustamante; que ni siquiera sabía dónde había servido. Y uno pregunta: ¿Por qué, entonces, le daba protección constitucional en sus cartas? ¿Por qué salió a las calles a celebrar el motín y creó con su influjo la injustificada oposición a Bolívar? ¿Qué importa que no lo conocieran, si el tal Bustamante hacía exactamente lo que él procuraba para el descalabro de Bolívar? Y sobre todo, señor Posada, ¿por qué tenía que mentir Santander al Libertador cuando le escribió: "La noche en que vino la noticia y que fue divulgada por los oficiales que vinieron con ella, han sacado la música por las calles con cohete, etc. Se oía, ¡Viva la Constitución, viva el gobierno y también viva Bolívar! Yo no estuve, ni podía estar en el bullicio, pero así me lo han referido". ¡Vaya mentira!
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Así que no se trataba de calumnias. El Vicepresidente se adjudicaba los títulos que le endilgaban, por su proceder al atacar a Bolívar por la espalda. La verdad es que entonces las circunstancias no actuaban a su favor y él "se veía forzado" a provocarlas por las malas. Para completar el cuadro, de modo irresponsable, escoge al general Antonio Obando, célebre por sus derrotas, para que se dirija al Perú y se ponga a la cabeza de los vencedores de Ayacucho. Este general, como siempre, torpe y ambiguo, corrió a prestarse a los intereses del Vicepresidente. Llevaba Antonio Obando un despacho por orden del Gobierno, donde se ascendía a José Bustamante a coronel efectivo de infantería. Además de este oficio, había dispuesto Santander que se diera un grado a cada uno de los oficiales que promovieron y ejecutaron el alzamiento. Para justificar los sucesos del Perú, escribe mentiras adornadas con exageradas alabanzas al señor presidente. En una carta del 16 de marzo, le expresa al Libertador: "El general Bolívar tendrá amigos mientras haya un patriota que estime sus servicios de diez y siete años y su desinteresada y absoluta consagración a la causa pública…" Y más adelante: "Todos ven en el suceso del Perú un triunfo de la causa constitucional, y apoyo para lo sucesivo. Sé que en las provincias de Popayán y de Neiva se han alegrado infinito como aquí, y en el Socorro, de donde es Bustamante, lo celebraron". Le pide no hacer caso de los chismes para pintarlo como enemigo suyo y, para defender sus crímenes futuros en nombre de la República, dice que sus enemigos le echan en cara su oposición a la dictadura: "Pero advierta que yo era el magistrado constitucional de Colombia sobre quien tenía fijo todo el mundo los ojos, y que debía oponerme a ella vigorosamente si yo me hubiera prestado a echar a tierra a la Constitución, hoy sería la befa de todo el mundo". Se despide: "Lo que puedo prometer, delante del cielo y del mundo, es que aunque pueda ser usted enemigo mío, yo seré siempre, siempre, agradecidísimo y fiel amigo suyo, su admirador y panegirista. El tiempo lo dirá". Se puede ver por esta manera de concluir la carta, que ya percibía que Bolívar no estaba dispuesto a soportar más sus artimañas. ¡Qué mejor para sus ardides que prometer el cielo para aquél a quien le estaba cavando su tumba!
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Bolívar se encuentra ya encadenado por las leyes y los símbolos que vocea su enemigo, y no le queda otro camino que resignarse. Dirá demasiado tarde: "Me mandan a disolver el ejército que traigo, al mismo tiempo que me comunican las nuevas defecciones del sur. La traición está en los consejos del gobierno del Vicepresidente. Cuando deberíamos preparamos para matar la anarquía, imponer al Perú y rechazar a los crueles españoles, el Vicepresidente propone la disminución del ejército, y el Congreso la ordena. Los pérfidos destruirán a Colombia por destruirme". Igualmente el sentimiento de Sucre ante los facciosos de Lima coloca a Francisco en una situación peligrosa. Desde entonces se ganará, al igual que Bolívar, el título de tirano, de déspota, de liberticida. Santander que gustaba mostrar a sus secuaces la correspondencia privada y hasta secreta que recibía de Sucre y Bolívar, hizo circular —para que los "liberales" dictaminaran la famosa sentencia criminal— la siguiente carta que le enviara el Mariscal de Ayacucho, donde le dice: "Todas las noticias, todos los papeles me han llenado de ideas melancólicas; en Colombia se repetirán las funestas escenas que la discordia ha representado en la República Argentina; y veo que la tierra de los héroes y de la gloria va a convertirse en la de los crímenes, de la desolación... Los aplausos que los papeles ministeriales de Bogotá dan a la conducta de Bustamante en Lima, muestran cuántos progresos hace el espíritu de partido. Ya estos elogiadores estarán humillados bajo el peso de la vergüenza, sabiendo que este mal colombiano no ha tenido ningún estímulo noble en sus procederes. La nota del general Lamar, del 12 de mayo, al general Flores justifica que la pretensión de estos sediciosos era a cambio de un poco de dinero ofrecido a Bustamante y a sus cómplices... el estímulo de estos facciosos es el testimonio de corazones villanos y perversos... La nota del secretario de guerra a Bustamante aprobando la insurrección es el fallo de la muerte de Colombia. No más disciplina, no más tropas, no más defensores de la patria...". Pero luego, el "ardiente liberal" Francisco Soto propondrá y defenderá acaloradamente en el Congreso una ley de olvido para los insurrectos del sur. Decía que el movimiento de la Tercera División sólo se había realizado para restablecer el imperio de las leyes que habían sido violadas. Que ya el Libertador había premiado a Páez quien usó medios criminales, mucho más debía hacerse con Bustamante "cuyo procedimiento era santo, aunque ilegal". Era tan fuerte la representación del partido de Santander que en ambas Cámaras se aprobó el proyecto de Ley de Olvido. ¡El emblema Nacional de nuestra impunidad! Para concluir la carta, Sucre le pide al Vicepresidente que cuando le escriba lo haga con ingenuidad y franqueza. Poco antes del desastre de la rebelión, Bolívar desde Caracas con inocente angustia, le escribió a Santander: "Yo estoy desesperado de todo. Me escriben de Bogotá que no tengo dos amigos en esta capital. Prueba infalible de que por lo menos se trabaja contra mí y puedo decir con franqueza que me alegro para que nada me cueste desprenderme de Colombia". El Libertador anteponía lo humano a las contingencias de lo político, a los accidentes, a la gloria misma. Error fatal, para un hombre tan justo y sensible, haber creído en los políticos de partido. Aquel lenguaje de confesiones dolorosas, de expresiones ingenuas las conocía Santander desde el mismo día en que Bolívar lo escogió entre sus amigos preferidos. No se puede luchar contra el curso natural de las cosas, no se puede triunfar en medio de horrorosas intrigas. ¡No se puede estar supeditado a las miserias de los partidos! En esto consistía su "versatilidad", y por ello confesaba como Rousseau: "en la ignorancia por lo que se debe hacer, la sabiduría aconseja la inacción". Ve de modo definitivo que ha cometido un error dejando a su espalda a un hombre que no cooperara en nada por el bien de la patria; que, había irritado a los facciosos y mermado con intrigas la poca moral que quedaba. Como guerrero, en medio de las batallas, siempre había intuido hacia dónde dirigir sus pasos, qué decidir; conocía el destino de sus visiones. Ahora se hallaba en un pantano. Páez era dominado por la barbarie del poder y los placeres que le reportaban sus haciendas; Juan José Flores era un ambicioso sin talento ni principios. Los Mosqueras, los Márquez y Restrepos, Castillos y Vergaras, Baralt y Arboledas, Cuervos, lo mejorcito, tenían una tendencia doblemente retraída hacia indecisas teorías y posiciones que a veces perjudicaban por lo vago y confuso. No hay decepción más terrible que contar con alguien, y en el momento decisivo, ver a ese ser vacilante, desconfiado. En cuanto a Lamar, Gamarra y Santa Cruz basta con decir que habían sido discípulos del ejército real del Perú. Por otra parte, el pueblo se encontraba extraviado, confundido por la politiquería, por la alucinación libertaria que proclamaban los libelos partidistas. Este complejísimo volcán de pasiones esperaba una vez más a Bolívar en Nueva Granada. Un volcán de pretextos constitucionales.