La balada de un matrimonio de los 60

Tenía yo entonces 18 años. Era el año 1956. Empezaba el segundo curso de la carrera de Derecho en una nueva y flamante Facultad de la nueva Ciudad Universitaria de Madrid. No había más de media docena de estudiantes femeninas en el mismo curso. Una situación casi revolucionaria en comparación con los tiempos que corremos. Pues bien, pronto simpaticé con una de ellas. En un paseo con otros compañeros, de vuelta a casa ella, cuando uno de los acompañantes le pregunta, comenta que era de un pueblo de Toledo, que había estudiado música y que su profesora fue una monja de las Ursulinas de Aranjuez llamada Margarita, de la que ella era su favorita y le había dedicado una composición musical. Enmudecí, pues esa misma monja había sido profesora de piano de mi madre asimismo en Aranjuez, a la que también como favorita le había dedicado dos composiciones que estaban en mi casa, una de ellas titulada "Sunita", acrónimo de Su Encarnita, que es como se llamaba mi madre.

Yo era un melómano empedernido de la música de los románticos europeos, Beethoven, Schumann, Schubert, Tchaikovsky… que, a mi vez y como aficionado los tocaba con torpeza en casa en cuanto podía, es decir en los pocos momentos que no estaba mi padre, Abogado, que tenía el despacho en casa, quien además recelaba de que mi afición tuviese connotaciones homosexuales (tiempos aquellos peligrosos en este mismo sentido). Pues bien, en el momento de decir aquello la compañera de paseo y de carrera de aquella rarísima coincidencia y conexión entre ella y mi madre, sentí en mi interior el chasquido de la chispa del amor propia del enamorado, lo que comúnmente se llamaba entonces el flechazo…

Se alojaba ella en Madrid en una Residencia, naturalmente también de monjas. Nos veíamos los fines de semana y las fiestas, y se iba en verano a su pueblo. Así pasamos dos cursos académicos…

Pues bien, al principio del tercer curso, ante de empezar las clases, me llamó por teléfono un día citándome para un encuentro. Algo que nunca había sucedido. Con el corazón palpitante fui a la cita. Y, sin rodeos, me dice: "Jaime, tengo que decirte que me voy a casar". El mundo se me vino encima, y el desconcierto, seguido de una depresión nerviosa, me duró mucho tiempo. Necesité incluso algunos años para que fueran desvaneciéndose…

Sería el año 1960 cuando, al tiempo que seguía estudiando la carrera, me matriculé en la Escuela de Idiomas de Madrid, para estudiar el idioma ruso. Enseguida observé que una chica muy mona me reservaba el asiento en el aula para cuando llegase después de ella. Me gustaba. Y yo, aún con el estado de ánimo decaído, empecé a verme cada vez más a menudo con ella. Ïbamos a bailar, aunque a ninguno de los dos nos gustaba mucho ese plan. Venia conmigo al fútbol, íbamos a cafeterías, al cine… y acabamos casándonos el 27 de octubre de 1962. Yo no sólo no estaba enamorado, es que aún seguía mi consternación bastante viva. Mi esposa lo sabía, pero llegó el momento de ponerme a la altura de la circunstancia. Y casi a medias, lo conseguí.

Mi esposa me quería de tal modo, que empezaron a desaparecer los síntomas de la frustración y del brote del amor verdadero, no el enamoramiento propiamente dicho que a partir de entonces consideré que en la vida sólo puede darse solo la primera vez. Tuvimos 4 hijas. Ahora tenemos una edad avanzada, ella 81 y yo 86 años, tres nietos, dos nietas y una biznieta que va a cumplir 10 años. En resumen, 62 años casados y podría decirse que alternando durante seis décadas peleas y risa en la misma proporción. Así, mi amor hacia ella se ha ido ajustando con la misma firmeza que se asienta una placa tectónica. Los motivos de nuestras peleas pueden ser muchas cosas pero, si bien el carácter de ambos es bastante opuesto, todas son debidas al temperamento explosivo de ambos. Un temperamento similar, con el detonador habitualmente preparado, es muy difícil que no estalle en cualquier momento.

Pero ahora tenemos una edad y una salud ya resentida, y nos hemos atemperado instintivamente, a la fuerza. Pero la risa sigue siendo el combustible para los dos. Nunca nos hemos acostado sin reconciliarnos, y seguimos riendo con facilidad, rara es la noche que no reímos, y a veces hasta el extremo de complicarnos el sueño. Y es que, tener el mismo sentido del humor y ser proclives dos amantes a encontrar comicidad en cualquier cosa, tanto a situaciones y detalles triviales, como serios y solemnes, es una garantía de continuidad en una relación amorosa quizá tanto o más potente que el sexo o que la misma clase de educación…

Decía el escritor rumano Cioran: "todo el mundo me exaspera, pero me gusta reír y no puedo reírme solo". Creo que cuando lo dijo, me incluyó a mí también. Y entonces, las irritantes diferencias de comprensión de las cosas comunes las neutralizamos o sepultamos fácilmente con nuestra facilidad para reír. Y es que el amor auténtico, ese que es capaz de luchar á brazo partido para mantenerse a salvo, en realidad es una química compuesta de varios elementos. Hay que tener la paciencia suficiente para ir explorando, sin propósito alguno, la personalidad de la persona a la que amamos para no hacer de la vida en común, ni un drama ni una rutina. Pero también la impaciencia causa estragos. Mucho mayores. Sobre todo por lo que se refiere a las siguientes generaciones. No sé el tiempo de vida que nos queda al uno y el otro, pero lo que sí podemos decir los dos amantes octogenarios, como Cortázar: "hemos vivido"…

He aquí la descripción resumida de un matrimonio de los años 60, en el que no cuenta para nada el vínculo religioso propio de la religión católica bajo cuyos auspicios nos casamos, en una sociedad como la española del siglo XXI que se está deshaciendo en miles de pedazos, tantos como las parejas rotas, en la que las víctimas, los hijos, cada día que pasa les es más difícil encontrar referentes en una familia estable. De ahí tanta excentricidad, tanta extravagancia, tanto aburrimiento, tanto tedio y tanta soledad no deseada, a partir de los 50….

Jaime Richart

31 Enero 2025



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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