La Batalla de Niquitao (Edo, Trujillo)

-Debemos estar pendientes de una incursión sorpresa que realicen los españoles en contra de nuestras fuerzas. Les comentaba Simón Bolívar a sus hombres en Guanare.

No era imposible que después de las continuas derrotas que las fuerzas patriotas les habían producido a los partidarios del Rey desde Aguas de Obispo y Carache, los realistas intenten vengarse.

Desde la mesa donde se dirigía a sus lugartenientes, dictó a sus amanuenses la siguiente misiva a su tío José Félix Ribas, el esposo de la hermana de su madre, que se encontraba como Jefe de la Retaguardia de su Ejército.

"En esta hora, en que acabo de tomar posesión de esta ciudad, he sabido que el español Martí sale por las Piedras con una división; si US se hubiese puesto en marcha, cuando reciba está, acelerará cuanto sea posible sus movimientos, para aprovechar los momentos que se nos presentan; pero si antes de marchar ha tenido US la fortuna de saberlo y batirlo, le encargo ponga en juego toda su actividad, para venirse a reunirse conmigo en la mayor brevedad: trayendo consigo todos los pertrecho, para evitar una sorpresa por parte del Tocuyo, Carache o Las Piedras, si ha llegado allí Martí".

Esta misiva la envía el recién nombrado Libertador con cuatro fechas diferentes: el 1 de julio una, el 2 de julio otra, y el 3 de julio de aquel año de 1813 dos.

Mientras Bolívar preparaba estas cartas a Ribas y planeaba estrategias con sus oficiales, ya se había producido un combate con el ejército español en Niquitao aquel 2 de julio.

Ya Simón acosado por la duda le dirige otra misiva al Coronel José Félix Ribas que expresa:

"He recibido el oficio que US en que me comunica la salida del español Martí por las Piedras o Niquitao, con cuatrocientos o quinientos hombres. Si US cuando reciba éste, ha logrado batirlo como yo lo creo, inmediatamente se dirigirá, con la mayor celeridad, por el mismo camino que haya llevado al enemigo, o el que US juzgue más pronto y seguro, a reunirse con nosotros, trayendo consigo las piedras de chispa y demás de útiles de fusilería. Pero si por mala suerte, que no es de esperar US no ha podido destruir al enemigo y ha sido batido, procurará replegar hacía nosotros por el camino a Boconó...."

Simón Bolívar decía:

"Si la Batalla de Agua de Obispos había sido librada a 1600 metros de altura, con ventajas estratégica para el enemigo, las montañas de Niquitao se elevan por encima de los 2000 metros, territorio muy irregular para combate, ya que siempre el enemigo toma los sitios que son inexpugnable y nos deja a los patriotas a riesgo de tiro de fusil".

Continúa el recién nombrado Libertador:

"Pienso que la situación es mucho más peligrosa, que otras veces por lo difícil del terreno y lo arriesgado que podía resultar el intento de quitarle las posiciones del enemigo."

Los hombres oyen con atención a su jefe y tienen una confianza continuamente en su líder, saben que Bolívar los llevará al triunfo.

Los espías habían descubierto que el Coronel Martí, con casi 1.000 aguerridos combatientes había salido dirigiéndose hacia Niquitao por el camino de Calderas que llevaba a ese lugar.

José Félix Ribas con valientes granadinos y venezolanos que lo acompañaban se dirigían a la zona.

Ribas contramarchó hacia ese sitio adonde llegó el 1 de julio, en horas de la noche. Para ese momento Martí tenía sus avanzadas a unos 4 km al suroeste de Niquitao; el grueso estaba desplegado en unas alturas distantes 12 km de la línea de las avanzadas.

Como lo temía Simón los españoles tomaron la altura que parecía inexpugnable.

-¡Avancen rápido! ¡Avancen! ¡Avancen! Ordenaba Ribas a sus hombres aquel 2 de julio. El sol apenas apuntaba en las alturas con un frío sórdido que calaba a los huesos. Pero el ron con pólvora que había mandado Ribas a tomar a sus combatientes les calentaba la sangre y apresuraba sus ganas del combate.

Las tropas republicanas quedaron expuestas a una lluvia de disparos que venía de la parte alta del terreno.

-¡Vamos! ¡Vamos! ¡No quiero cobardes! ¡Ahora van saber esos carajos gachupines como peleamos los criollos! Gritaba a sus soldados.

Con solo un café y el ron con pólvora en el estómago, pero con ansias del combate las tropas de Ribas avanzaban, junto a sus soldados y el jefe republicano se encontraban patriotas destacados como el marabino Urdaneta y el español Vicente Campo Elías, que desde Mérida se había unido a las tropas patriotas.

Al llegar a 100 metros de donde se encontraban las huestes españolas

Ribas con el sable en la mano le ordena a Urdaneta.

-¡Rafael ataca, destruye a los españoles!

Se rompe el fuego contra el enemigo y en una hora de disparos sostenidos Urdaneta decide forzar el centro del enemigo y ordena a sus soldados por órdenes de Ribas:

-¡Avancen, avancen y acaben con esos hijos de puta! Grita el zuliano.

-¡Ortega ataca al enemigo por la izquierda! Se le oye la voz al caraqueño Ribas ordenando a uno de sus capitanes.

Los soldados patriotas embisten las posiciones españolas, los dos grupos se combaten con rabia, solamente el sonido de las espadas y una que otra detonación de armas de fuego se escucha en los primeros segundos.

De hombre a hombre se combaten los dos bandos, a punta de armas blancas, espadas, cuchillos y bayonetas se enfrentan.

Los gritos de los heridos y las maldiciones de los soldados rompen el silencio en donde las alturas son testigos de cómo se combate con rabia para tomar la posición. Logran los patriotas con el impetuoso de la carga a punta de bayonetas desalojar las líneas españolas que se repliegan a otra posición en las alturas.

-¡Por el Camino Real! Ordena Ribas que saca del estómago una espada de un soldado de infantería español, que cae con la fuerte embestida del jefe patriota. Con el bigote erizado y el cabello despeinado Ribas iracundo participa en el combate.

-¡A tomar la cima! ¡A la cima! Grita Ribas dando mandobles con su sable como un demonio, cargando junto a la infantería que se despliega, compitiendo con la caballería patriota que tratan de tomar las líneas del enemigo.

La batalla se prolonga por más de cuatro horas y los patriotas poco a poco van tomando las posiciones enemigas. El enemigo pierde seguridad, no les vale a los soldados las amenazas de los jefes para poder contener las ansias de huida que ya cunde en la tropa española.

Los soldados de Martí renuevan los disparos ordenados por sus jefes:

-¡Fuego, fuego! ¡Disparen! ¡Disparen! ¡Carguen! Se oye la voz de mando de los jefes.

Los infantes enemigos entretenidos enfrentando la infantería patriota no oyen a Ribas como va ordenando a su caballería que marche en columna por el camino y es cuando el patriota caraqueño da la terrible orden de cargar contra el enemigo.

-¡Carajo toque a deguelle! ¡A deguelle! ¡A deguele! Grita el tío de Bolívar con rabia.

Los cornetas dan la orden y avanzan los jinetes.

Los partidarios del rey huyen retirándose de la posición en que se habían replegados, la victoria de los patriotas es total. Tomando muchos prisioneros y una gran cantidad de armas y municiones.

-¡Albricias, albricias! Vencimos, vencimos! Se oye la voz atronante del caraqueño, que con el sable ensangrentado en su mano arenga eufórico a sus hombres.

Los patriotas que se han cubierto de gloria son el Mayor General Rafael Urdaneta, el Capitán José María Ortega, el Capitán Vicente Campo Elías, el Teniente Tomás Planes quienes han combatido con mucho valor, quedando la Batalla de Niquitao como la de mayor esplendor de la Campaña Admirable.

Los españoles habían cometido el error ya que ignoraban que Bolívar había avanzado a Guanare, creyendo que se dirigió de Carache hacía el Tocuyo.

Al llegar Martí con sus hombres, los indígenas de la zona avisaron a Ribas que decidió con la valentía que lo caracterizaba, contramarchar y atacar al enemigo con los 400 hombres con que contaban esas fuerzas patriotas; 300 de Ribas y 50 de Urdaneta.

-¡Hemos contado con la participación de unos aguerridos indígenas de los pueblos merideños, qué arrechos son! ¿No les parece Rafael, Vicente? ¿Qué opinan? Pregunta el héroe caraqueño.

-¡Esos pueblos se han visto afectados por la crueldad de los españoles, José Félix! Opina el zuliano con vehemencia.

-Lo malo es que se quieren retirar, no nos acompañarán en la campaña que falta para tomar Venezuela, ya que sienten que ya cumplieron con su deber. Comenta Campo Elías

-¡Murieron seis soldados, dos sargentos y tuvimos quince heridos, entre ellos el Capitán Felíx Uzcategui, y los Tenientes Sebastián Peña y Antonio París! Informó Ortega a sus superiores.

-¡El enemigo tuvo veintitrés muertos y un número grande de heridos, tenemos cuatrocientos cuarenta y cinco prisioneros, tres capitanes españoles y ocho soldados de la misma nacionalidad! Continua.

A los dos días siguientes se presentarán hombres de las fuerzas derrotadas buscando el perdón y dispuestos a unirse a los patriotas para continuar la campaña.

-Coronel Ribas ha llegado el sacerdote José Ricardo Gamboa. Anuncia un Ordenanza en el Cuartel de los Patriotas.

-¿Quién es? Preguntan los tres jefes al unísono.

Ortega con voz callada les manifiesta:

-¡Es un cura que está adscrito a la población de Niquitao! Se dice que salió en procesión llevando el estandarte de la Virgen, junto a sus feligreses y los españoles los confundieron con las fuerzas de Bolívar que se acercaban y eso creo el terror en las tropas enemigas.

-¡Mándalo a pasar, amigo mío! Ordena Ribas.

Los jefes patriotas se reunirían con el sacerdote y apenas unos días de la victoria de Niquitao, Simón Bolívar acelera su marcha rumbo a la ciudad de Caracas.

Ese día brillan otra vez las bayonetas patriotas que abren el camino a la libertad de nuestra Patria pero todavía mucha sería la sangre derramada para lograrla.

El 12 de julio de 1813 desde el Cuartel General de Barinas ordena Bolívar al Comandante de la Retaguardia de sus Tropas que:

-.....busque al enemigo donde quiera que se halle y lo bata; repito lo mismo, señalándole el punto de San Carlos para nuestra reunión.

Continuaría una de las gestas más gloriosas de nuestra Historia, esta campaña comenzó con cincuenta hombres y el ejército se configuró hasta llegar a su meta que sería la ciudad de Caracas en jornadas de dignidad y de gloria.



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José Rosario Araujo


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