El factor emocional

–Maquiavelo decía de los hombres de guerra: "El hombre de bien no puede tener el ejercicio de las armas como oficio. No puede considerarse hombre bueno a quien se dedique a una profesión que exige, para hacerlo constantemente útil, la rapina, el fraude, la violencia y muchas otras condiciones que necesariamente le hacen malo"

Uno halla, al considerar al mundo, que todo el progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo paso hacia un mejor trato de las razas de las razas de color, que toda mitigación de la esclavitud, que todo progreso moral realizado el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo.

No hay nada accidental en esta diferencia entre la Iglesia y su fundador. En cuanto la absoluta verdad se supone contenido en los dichos de un cierto hombre, hay un cuerpo de expertos que interpretan lo que dice, y estos expertos infaliblemente adquieren poder, ya que tienen la clave de la verdad. Como cualquier otra casta privilegiada, emplean el poder en beneficio propio. Sin embargo, son, en un respecto, peores que cualquier otra casta privilegiada, ya que su misión es difundir una verdad invariable, revelada de una vez para siempre en toda su perfección, de forma que se hacen necesariamente contrario a todo progreso intelectual y moral.

Parecería, por lo tanto, que impulsos humanos que representa la religión son el miedo, la vanidad y el odio. El propósito de la religión, podría decirse, es dar una cierta respetabilidad a estas pasiones, con tal de que vayan por ciertos canales. Como estas pasiones constituyen en general la miseria humana, la religión es una fuerza del mal, ya que permite a los hombres entregarse a estas pasiones sin restricciones, mientras que, de no ser por la sancionan de la Iglesia, podrían tratar de dominar las en cierto grado.

Las objeciones a la religión son de dos clases, intelectuales y morales. La objeción intelectual consiste en que no hay razón para suponer que hay alguna religión verdadera; la objeción moral es que los preceptos religiosos datan de una época en que los hombres eran más crueles de lo que son ahora y, por lo tanto, tienden a perpetuar inhumanidades que la ciencia moral de la época habría superado de no ser por la religión.

La vida, tal como la concebimos, exige una multitud de condiciones sociales y no se puede realizar sin ellas. La vida buena, decimos, es una vida inspirada en el amor guiada por el conocimiento. El conocimiento requerido puede existir sólo donde los gobiernos o los millonarios se dedican a su descubrimiento y difusión. Por ejemplo, la extensión del cáncer es alarmante: ¿Qué vamos a hacer acerca de ello? Por el momento, nadie puede responder a la pregunta por falta de conocimiento; y el conocimiento no va surgir, como no sea por medio de fundaciones dedicadas a la investigación. Igualmente, el conocimiento de la ciencia, la historia, la literatura y el arte debería estar abierto a todos los que lo deseas en; esto requiere complicadas disposiciones de parte de las autoridades públicas; y no puede lograrse mediante la conversión religiosa. Luego está el comercio exterior, sin el cual la mitad de los habitantes del mundo se morirían de hambre; y si nos estuviéramos muriendo de hambre, muy pocos de nosotros viviríamos una vida buena. No se necesita multiplicar los ejemplos. Lo importante es que, en todo lo que diferencia una vida unidad, y el buena de una mala, el mundo es una unidad, y el hombre que pretende vivir independientemente es un parasito, consciente.

Este es el defecto fundamental del ideal aristocrático. Ciertas cosas buenas, como el arte, la ciencia y la amistad, pueden florecer muy bien en una sociedad aristocrática. Existieron en Grecia, con una base de explotación. Pero el amor, en forma de simpatía, o benevolencia, no puede existir libremente en una sociedad aristocrática. El aristócrata tiene que convencerse de que el esclavo, el proletario, o el hombre y la mujer son de arcilla inferior y de que sus padecimientos carecen de importancia. La naturaleza humana impone cierta limitación de la compasión, pero no hasta tal extremo. En una sociedad democrática sólo un maníaco procedería de este modo. La limitación de la compasión que supone el ideal aristocrático es su condenación.

Los poemas de Shelley nos proporcionan una ilustración de este concepto, aplicado a las sociedades; llega un momento en que todos se convierten, huyen los "anarquistas" y "comienza de nuevo la gran época del mundo". Puede decirse que un poeta es una persona sin importancia, cuyas ideas son intrascendentes. Pero yo estoy persuadido de que una gran proporción de líderes revolucionarios tienen ideas extremadamente semejantes a las de Shelley. Han pensado que la miseria, la crueldad y la degradación se debían a dos tiranos, sacerdotes, los capitalistas. Con estas creencias han estado dispuestos a "hacer la guerra a la guerra". Los que sufrieron la muerte o la derrota fueron relativamente afortunados; los que tuvieron la desgracia de salir victoriosos fueron reducidos al cinismo o a la desesperación por el fracaso de sus esperanzas. La última fuente de estas esperanzas era la doctrina cristiana de la conversión catastrófica como el camino de la salvación.

En todos los Estados, cualquiera que sea la forma de gobierno, la preservación de la libertad exige la existencia de organismos que tengan una cierta independencia del Estado, y entre ellos deben contarse las universidades. En la actualidad, deberían, más libertad académica en las universidades particulares que en las que nominalmente se hallan bajo la autoridad "democrática", y esto se debe a la difusión del concepto erróneo de las funciones adecuadas del gobierno.

¡Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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