Las últimas risas milagrosas en la capilla de piedra, del Viejo Juan Félix Sánchez…

A mediados de diciembre de 1995, volvimos a la casa paterna de Juan Félix Sánchez. Me acompañaban: el poeta Pedro Pablo Pereira, mi esposa María y mis hijas Alejandra y Adriana. Encontramos al Viejo, sentado en su silla de ruedas, con un paño rojo sobre las piernas. Lo saludamos y pronto nos dimos cuenta de algunos cambios, pues en la pared izquierda levantaron un promontorio de piedras blancas, junto con figuras de mar como caracoles, conchas de ostras, y en el centro una imagen muy formal de la Virgen de Coromoto, hecha en barro. A esto lo llaman ahora la "Gruta de Virgen de Coromoto".

Al llegar no vimos por fortuna muchos turistas por los alrededores, lo que nos iba a permitir hablar sin interrupciones con Juan Félix. El Viejo mandó a pedir una silla y me saludó con mucha deferencia y cariño, con su sonrisota de acero refulgente, y disparando el primer piropo: "- …pues, miren por aquí quien ha llegado: el gran echador de vainillas con su pluma afilada…". De inmediato agregó: " -Que mala visita la suya, siga de largo, señor… Aguante, aguante...". Me acomodé en una silla de metal, y comenzó nuestra meteórica conversación, con los morteros ya apagados, con la modorra del año nuevo y los preparativos enciernes de las festividades de la virgen de La Coromoto. Le pregunté que cómo había pasado las navidades y me contestó que igual que todos los años, eso sí con mucha gente "alabanciosa" que le daba muchos besos y abrazos, que tampoco estaban demás y que los gozaba hasta donde podía, y lo decía con picardía, con melancolía, con bonachona complacencia.

Estábamos entrando, pues, en la conversa, muy animadamente, cuando repentinamente se presentó una marejada de turistas, que al parecer habían llegado en varios autobuses. Se detenían para saludarlo y para ver su obra de la Capilla de piedra. Entonces el Viejo nos comentaba:

- Pero fíjese cómo van cambiando las costumbres, una cosa que nosotros nunca vimos por aquí, que ahora las mujeres llegan y te dan besitos. Eso no es de aquí.

- No sólo eso Juan Félix, en España te dan dos besitos. Nosotros deberíamos superarlo y dar tres, uno en cada cachete y el del medio.

- Nos la pasaríamos en eso todo el día.

-¿Y le parece a usted mala costumbre, Juan Félix, siendo usted tan pícaro?

- Sí señor, muy inconveniente porque es poquito – replicó el maula sonreído -. No me parece buena costumbre porque deja entender varias cosas. Bueno, dejémonos de bromas, algunas lo hacen de buena fe o con verdadero cariño; pero bueno, asumamos en verdad que es por un cumplimiento.

- ¿Tú sabes Juan Félix lo que sí es malo: el beso de Judas?

- Cuántos besos de Judas no andará repartiendo la gente.

- Pero si te lo dan mujeres dirás que son muy bienvenidos, aunque sean fallos, y aunque sean de Judas.

Como María, mi mujer, filmaba algunas escenas del lugar, Juan Félix de inmediato dijo, que ahora todo el mundo andaba con esas máquinas filmadoras. Al viejo no se le escapaba nada. "Andan con esas cargas", dijo.

- A mí no me gusta mucho - añadió -. Me enfocan demasiado y como que no es muy legal.

- Mira Juan Félix –le dije-, hay que irse también acostumbrando a las filmaderas. Tú eres un hombre famoso aunque no lo quieras, y te andarán ametrallando con esas cámaras por todas partes.

Recordé la película del gringo Dennis sobre el Tisure, con la que se ganó un premio, y el pleito que se entabló por el asunto de los derechos de autor, y miré hacia la cocina, desde nos observaba Teresa, la sobrina del Viejo. Poco antes había ido yo al urinario y había encontrado escarmenando lana a Cruz Sánchez, sobrino de Juan Félix (quien con su numerosa prole, unos diez hijos, venía también a hacerle compañía al Viejo a la casa paterna rescatada). A "protegerlo", a "ayudarlo"; me saludó con cierta displicencia, haciendo un raro mohín. Me incomodó el aspecto inmundo como encontré el baño, con barro hasta en el retrete, promontorios de papel sucio y bolsas de plástico por todas partes. Este joven Cruz, a quien calculo tiene unos treinta y tres años, anduvo algún tiempo trabajando como guardabosque por los lados de Mucurubá, pero ahora, con aquel caserón tan acogedor, seguramente no necesita trabajo, sino pegarse aquí con el Viejo, tal vez a dominar mejor la técnica del tejido con tres marcos, único en el mundo. En el patio estaban dos niñitos de Cruz jugando con unas cucharas, y con frecuencia entraba y salía un mozo de unos veinte años, hijo suyo también. El ambiente estaba bastante cambiado, y la impresión que me produjo era que Juan Félix estaba arrimado a su familia y no ellos a él, aunque viviera en "su casa". Sentí algún desagrado, un embarazo que nunca me había dominado en otro momento. Por allí apareció la eterna compañera del Viejo, Epifania, a quien saludamos, pero luego desapareció y no la volvimos a ver.

Seguí conversando con el Viejo, y le dije, para picarlo:

- Lo malo de la fotografía, es que nos retraten estando uno viejo y feo, ¿no te parece?

-Eso es lo malo. No es tan necesario. ¿Para qué le interesa uno que lo esté viendo todo el mundo? Lo mismo es lo de la preguntadera: ¿Cuánto tiempo tardó en hacer esta capilla?, ¿Cómo la hizo? ¿Quién lo mandó? Pero dígame, si eso no les da ningún resultado ni a ellos ni mucho menos a uno. Y raro a es al que le digo la verdad, por qué, Señor, esa preguntadera... Si nada van a suplir con eso. Así andan los turistas: averiguando cosas tontas que ni les va ni les viene: ¿cuántos años tiene usted, Juan Félix?, cuando a los viejos no se les debería preguntar la edad.

- Y con lo viejo que estás, qué vergüenza- y la risa se generalizaba.

-Lo me que me da rabia es que me pregunten cuantos años tengo si deben saber que estoy viejo, ¿para qué lo querrán saber los años de un viejo? Ya a los viejos se nos pasó la edad de decir los años que tenemos. No porque me dé pena decirlo, porque cómo hago ¿pero para qué?

-Pues coloca un aviso: "Señor turista, para su información anoten: tengo cien años",.

Si señor: " –Que si yo hice la capilla y si me tardé veinte años en levantarla", "Que si tuve una fractura y por qué me repuse tan rápido"... Tendré que poner en la entrada un largo cuestionario con sus respuestas y así ahorrarme tener que contestar tantas preguntitas. Aunque me gusta que me traten como quieran.

-No lo creas, si ponen un cartel, vendrán con más veras a preguntarte los detalles. Le colocarían al cuestionario cien preguntas más, como: "¿Usa usted plancha, marcapasos, prótesis?" Verían esos avisos y vendrían con mucha más razón a tratar de confirmar las respuestas que hayas colocado. Lo mejor será meterles mentiras y decirles: Yo tengo ciento veinticinco años, aunque no los aparento. Cuando me pregunten cuántos hijos tengo, les repreguntaré si naturales o sietemesinos, adoptados o los que vienen en camino... Ay, Dios mío, yo tengo también que divertirme un poco, tengo que atenderlos para distraerme de la aburrición que la gente misma produce. Y diciembre lo pasé así, sentado: a ratos en la sombra y a ratos en el sol. Todo lo más en el sol, aburrido. Pero me gusta que venga la gente y me visite, porque me distraigo, conversando, aunque pregunten cosas que ni les interesa ni les incumbe.

-¿Aquí te sientes mejor que en la casa de Epifania?

- Claro, aquí hay más extensión para uno. Puedo andar por los pasillos, y allá abajo es muy reducidita la casa.

- ¿Y además Juan Félix no tienes a los muertos tan cerca? –porque al lado de la casa de Epifania queda el cementerio.

-¿Entonces tú no te esperaste hasta la media noche para recibir la llegada del año nuevo?

-¿Para qué? Aquí no hay pesebre. A dormir como siempre bien temprano, para madrugar y tomar café y ver los luceritos tempraneros. Cuando muchacho yo sí lo celebraba la llegada del año nuevo: iba de casa en casa cantando, bailando y abrazando a los amigos y familiares, pero ahora cómo hace uno con tantos años encima. Me gustaban las fiestecitas, las bullarangas, las paraduras, todo. Yo bailaba bailes que se llamaban figuriaos; valses, de los viejos. Ya pa´qué más.

Luego dirigimos nuestra atención hacia el perro llamado Prometido, quien estaba echado, plácidamente en el patio, llevando sol; Juan Félix comenzó a llamar al perro pero no le hacía caso; entonces dijo que Prometido era muy despreocupado, y que así son todos los animales, afortunadamente porque si no, quién los aguantaba. Quedamos en silencio; veíamos al loro que sobre una enorme raíz seca y rugosa, se picoteaba las patas. El tronco o raíz de un gran árbol, tenía una forma bien rara, y lo tenía en uno de los cuartos, el artista William Cariú, quien lo trajo de una quebrada de Ejido.

Y agregó el Viejo:

- Lo trajo por curiosidad y lo dejó botado. Y aquí lo iban a rajar pa´leña, y les dije que cómo iban a hacer eso. Como es muy feo, por eso lo puse allí.

-Ese palo - agregó -, da entender lo que es la naturaleza, porque es una raíz que se oprimió y no pudo crecer. Por eso la tengo, por lo fea. Es una escultura natural. Allí está lo que puede hacer la naturaleza.

- ¡Claro que sí! ¿Quién puede hacer algo tan feo? Nadie- terció María.

- De la gente que te visita, ¿quién aprecia esa obra tan rara?

- Bueno, imagínese quién puede fijarse en un simple palo, que hemos salvado de que con él hicieran candela y ahora le hemos buscado un lugar tan bonito en ese altar.

Los niños de cruz golpeaban el piso con una piedra; más allá la hija de Teresa llevaba agua a la cocina. Una gallina con sus polluelos paseaba libremente por el pasillo. Más arriba un cielo espléndido que permitía apreciar la inmensa soledad de los páramos.

Juan Félix me preguntó que si la prensa no había dicho nada sobre su situación; yo le contesté:

- Pero qué puede ahora decir la prensa si tú estás disfrutando una situación muy buena. La prensa no se ocupa de lo bueno. Ya tú dejaste de ser noticia.

- De todos modos - agregó rápidamente él-: el periodista debería venir por aquí a investigar lo que muy pocos ven.

Entonces le comenté:

- El 12 de noviembre, hace dos meses, apareció en El Universal, aquella carta que le escribí a Rondón Nucete que yo te leí aquí; luego un conocido escritor de Caracas llamado José Ignacio Cabrujas, la comentó en el diario "El Nacional". ¿No te enteraste?

- No. Nada.

- ¿Desde cuándo no ves a la señora Gloria de Gutiérrez?

- Ella no viene desde principios de diciembre.

- Yo la encontré a ella en el Banco de Venezuela y me dijo: "No te preocupes Sant Roz, que yo le llevo esos recortes a Juan Félix, esta misma semana"; eso me aseguró el 21 de noviembre, porque lo escribí en mi diario.

- Pues, nada he sabido de esos comentarios – contestó el Viejo.

Contó además Juan Félix que él tiene una colección de periódicos que han comentado su trabajo y su obra, pero un día de estos envuelven papas con ellos. Dijo que el primer artículo sobre él lo escribió Charles Brewer Carias. Y volviendo sobre la conducta del gobernador de Mérida (Rondón Nucete), que ha sido uno de los motivos más comentados por la prensa, añadió:

- "Don Ron" digamos, no Rondón, le comenté al doctor Caracciolo que estuvo por aquí con unos estudiantes. Nada más. La última vez que apareció el gobernador sólo se paró allí en la entrada; yo estaba en un cuarto, pero él no entró ni vino a saludarme. Manuel de La Fuente tampoco apareció más. Desde que "don Ron" y Manuel de La Fuente aparecieron con la promesa de devolverme la casa, no volvieron más. Y estoy sentido con Manuel de La Fuente porque dijo que yo no necesitaba de casa; que si yo era millonario, pero supóngalo, yo necesito más de una casa que de millones. Claro que sí. Pero dígame, dónde iba yo a vivir con millones que nadie sabe dónde están; ¿me arroparía acaso con millones? Imposible: necesito más de mi casa que de millones. Pero él dijo que yo no necesitaba de casa porque tenía millones en el banco, ¿qué le parece?

A mi derecha se encuentra lo que se ha dado en llamar "una gruta de la Virgen de Coromoto", hecha de piedra, con varias figuritas de mar y lajas con formas de Virgen; en la cúspide de altarcito se encuentra una estrella de mar. Esta "gruta" fue terminada en octubre del año pasado.

-Eso lo hizo un muchacho, que se llama - se queda pensativo el Viejo, sacude la cabeza y mira al cielo: - ¡ah vaina!, ¿cómo es el nombre de este jovencito?... ¡ Ah, Cupertino Gil! No conseguía quién lo hiciera; me vino a la memoria él: venía los sábados. Todos los sábados se pegaba a armar el altarcito. Esa estrellita de mar, junto con los caracolitos me los mandó una muchacha de Margarita. La Virgen de Coromoto, la más grande, la que está en el centro, me la trajo una familia de Maracay, uno amigos de apellido Canache. Luzardo Canache (médico) y Escarlet de Canache, y no me quisieron cobrar sino que me la regalaron.

- ¿Los mismos que te trajeron el busto del Padre Alcántara?

- Ajá. Los mismos. Qué buena memoria la tuya.

- A mí, Juan Félix, me gusta más la raíz aquella, secreta y meditabunda, que esta "gruta".

- Claro –respondió él-: La raíz dice mucho. Sí, esta "gruta" es artificial. La puede hacer cualquiera. Pero aquello no.

- Pero no la elogies demasiado, no sea que te la lleven.

- Eso si no. Déjenmela quieta. No permita Dios, que me la lleven. No, por favor.

Gente, gente que pasa. Se asoma un turista con una poderosa cámara. Se va acercando poco a poco y toma varias fotos a Juan Félix; la señora Teresa que está en la cocina le ordena al fotógrafo que siga en sus pesquisas y que si quiere saber algo que le hable fuerte a Juan Félix porque esta sordo, y comienza el turista a dar lecos a pocos centímetros de la oreja del viejo; Juan Félix mientras más alto le hablan, más cosas raras responde. Luego el turista solicita que alguien le tome una foto con su compañera al lado del viejo. Las poses son diversas y cómicas.

Gente, gente, mucha gente.

- Sí -dijo el viejo -. Pero la gente, siendo muy buenas y las quiero a todas, lo que está es por agarrar cositas de recuerdos. Para eso están en el mundo, para ver de qué manera se llevan algo para de recuerdo para sus casas, pero esos recuerdos pronto se olvidan y se pierden. Dígame usted, le sacan una piedra a la capilla, se la llevan a su casa de Valencia o Maracay, y la dejan por ahí, cualquiera la ve y no sabe de qué se trata y la bota, y hasta allí, pero dañan la estructura de la capilla. Pareciera que no se dan cuenta.

- ¿Tú quisieras que el mundo tuviera otra cosa que no fuera gente?

- ¿Pero qué más se puede haber? Entonces usted no existiría tampoco. Imposible. Entonces se queda uno sin conocer ni saborear nada.

- Mejor.

- Desde que el mundo es mundo la gente es aburrida. Unos de una manera, otros de otra, y así se forma una cadena infinita.

- Lo malo es que el mundo está lleno de seres idénticos, que hablan y cuentan lo mismo. Uno ya se sabe todos los cuentos.

Nos cambiamos de lugar y nos colocamos al lado de la raíz, cerca del loro. Por allí estaba un perrito negro, que por primera vez veíamos. Le pregunté a Juan Félix si el loro era mudo, pues nunca lo había oído hablar.

- No; de tarde en tarde se pone a hablar solo.

- Es muy prudente, entonces. Vaya Dios si repitiera todo lo que oye.

- Así es. Prudente. A ese perrito lo llaman Frijolito, y el loro le dice: " -Haga caso Frijolito".

- Se nota entonces, por el sólo hecho de haber tenido la delicadeza de cuidar y traer desde Ejido esta raíz, que William no es ningún tonto.

- Sí, él procura echar pa' lante. Pero sí, es inteligente; él viene a veces, pero está cuidando una exposición que tiene en Mérida.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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