El dulce veneno de la cascabel

Transcurría el año 1991, en la población del Pao, Edo Cojedes. Me encontraba asentando plaza en el Batallón de Paracaidistas José Leonardo Chirinos No. 01; para ese entonces, dicha unidad estaba acantonada en la Placera, San Jacinto, Maracay, Edo. Aragua. El comandante de turno era el recién fallecido Tcnel. Pedro Asunción Manzano Márquez. La unidad se encontraba en período de campo en las galeras del Pao. ¡Cuántas canchas no hay qué hacer para el aprendizaje de la tropa alistada! ¡Cuántas cosas pueden sucedernos! Siempre en en los instructivos de los ejercicios, aparecen unas cláusulas de posibles riesgos que puedan presentarse por la naturaleza de la instrucción; sin menoscabo de las medidas de seguridad que implique dicha actividad. Es su condición de garante. Las canchas y su pasaje se efectúan en la mañana, tarde y noche, hasta que finalice el adiestramiento. En muchas ocasiones, nos arropaba la madrugada en estas maniobras o simulacros. Es parte de la fogosidad de la instrucción castrense. En la oportunidad, este decrépito, escribidor, ostentaba la jerarquía de Maestro Técnico de Tercera del Ejército; rango que quedó archivado en la interpretación histórica de los ascensos en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

Para los que no conocen el Pao; es un lugar con ciertas elevaciones, húmedo y seco a la vez. Pantanoso en épocas lluviosas. Cuando uno se baña, siente que vuelve a mojarse en sudor, mientras se seca. Los aguaceros parecen tormentas, sobre todo, si es en época de invierno. La vegetación es propia del terreno; predominando el Chaparralito Llanero. En las noches, si no hay lluvia, el cielo es despejado, casi pudiéndose contar las estrellas iluminadas. Si el cielo está encapotado, sólo se ven las centellas alegres que atraviesan las nubes. El suelo está impregnado de lagunas, muchas veces, cubiertas de vegetación. Si no se conoce bien el terreno, cualquier vehículo táctico puede caer en su lecho. Me llega a mis neuronas, que en aquella época, aún, quedaban unos camiones llamados M-35, que eran de mucha utilidad para remolcar los vehículos. En sus terrenos abundan animales de diferentes especies: Desde los alacranes, con sus ponzoñas en alerta, que le caminan a uno por los brazos; las aves de rapiña como el Caricari; siempre al acecho de los restos nauseabundos; hasta los bichos rastreros, como las cascabeles, con sus sonoras maraquitas y sus endulzoras toxinas. Las hay de todos los gustos y tamaños. ¿Quién me arguye lo contrario?

Regresemos a los ejercicios en las canchas. En una ocasión que nos encontrábamos en un ejercicio de "Fuego y Movimiento" recibí la orden del Oficial de Operaciones, para pasar dicho obstáculo. Con la energía y la voluntad de la juventud que no regresa, me arriesgué. Luego, de haber pasado varias situaciones, ya, casi en la última, me correspondió lanzarme al terreno para realizar el fuego real. Al momento que me tiendo para ejecutar la acción, entre el gamelote, que yo no conocía; es obvio; sentí una mordida como la de un gato, en mi antebrazo derecho. Me vi dos orificios sangrando. No podía levantarme, ya que otros compañeros estaban abriendo fuego; y si no me mataba el veneno; Usted, mi estimad@, no estuviera leyéndome. Absorto, veo una Cascabel, exhibiendo sus fauces, erguida como un resorte, como de 20 ó 35 centímetros; que salió de los arbustos, como desafiando al humano. Grité en voz alta, que me había mordido una culebra. Se paralizaron las detonaciones; y fueron en mi auxilio. Uno de los profesionales mató al réptil con una vara. Me embarcaron en un Jeep, pero, el vehículo tenía la batería dañada; y; yo mismo contribuí a empujarlo; mientras el dulce veneno de la cascabel, iba edulcorando mi sistema circulatorio.

Sentía el brazo como una brasa. Percatábame que se me iban los tiempos, con aligerada sudoración. Los enfermeros corrieron, como hormigas al papelón; haciéndome punciones alrededor de sendas heridas (Hoy en día, impracticable). En los tobillos, empezaron a aparecerme livideces tardías. Me trasladan al ambulatorio de Tinaco; pero no había suero antiofídico. Notaba que el brazo, todo, estaba edematizándose, como un jamón Plumrose. Mis dedos parecían unos tabacos; sentíalos pesados. De aquí, me trasladan, de inmediato, para el hospital de San Carlos; allí estuve recluido 05 días. En el ínterin de la hospitalización, fui atendido, a pesar de las carestías que existían. El trato ético-humano de los médicos fue diligente. Allí recibí, vía endovenosa, el Suero Antiofídico Polivalente. Cada cierto tiempo, las enfermeras me tomaban el tiempo de coagulación en los pulpejos de mis dedos; control de hematuria y melenas. Para esa época, no estaba el boom de los celulares, por lo que mi familia se enteró del evento a los siete días. Me dieron de alta; y en la misma, regresé al campamento. Bueno, para ¡Orgullo! de los que tuvimos que pasar por estas faenas, sin necesidad de ser Rambo. Por supuesto, sin el dulce veneno de la Cascabel (Crotalus Terribilis).

Nos vemos en las próximas canchas de la vida.



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José García

abogado. Coronel Retirado.

 jjosegarcia5@gmail.com

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