Requiem por un Ateo Bolivariano

Oración panteísta al espíritu etéreo de Kiva Maidanik Ψ

“Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre”

Roque Dalton –

      Como su enorme amigo y compañero Roque Dalton, asesinado por sus propios camaradas en 1976, nuestro amigo – tal vez el más ilustre “brigadista” internacional de nuestro Proceso revolucionario – Kiva Maidanik lo fue políticamente – que no ideológicamente – por los suyos diez años más tarde, precisamente en razón de su amistad y sintonía con aquella luminosa generación contestataria NuestrAmericana que gestó la promesa revolucionaria que hoy lucha por brotar, crecer, germinar y fructificar. 

     Pese a su enorme intelecto, más corazón que cerebro, más idealista que ideólogo, más pasión que razón, impenitente en su lucha amable por “hacer real lo posible”1, sin ser Don Quijote ni confundir a los gigantes “malandrines” con los molinos de viento, Kiva, no sólo adoptó, sino que estimuló los planteamientos geo-cósmicos de dos grandes fracasados “por ahora” (por sus respectivos tiempos políticos): el Ché y Gorbachov, intentos discrónicos – sabemos hoy – como frutos, pero perfectamente cosmocrónicos como semillas a la espera activa del tiempo justo para su eclosión bio-socio-geo-política bajo las sutiles leyes del “Azar y la Necesidad”2.    

     No quisieron esas arcanas – pero sabias – leyes que mi humilde ego integral – aun en formación a los setenta años – tuviera contacto con la rica mina de pensamiento y experiencia vital que Kiva cargaba y generosamente descargaba (en forma revolucionariamente interesada) sobre quienes pensaba que pudiésemos enriquecerla, multiplicarla y diseminarla, hasta hace un par de años cuando, primero en casa de su estimadísima Galia Dubroskaya, en la densa compañía de Douglas Bravo, Francisco Mieres y comparsa, y luego, más pausadamente, durante muchas horas, en el grato hogar de Mercedes Otero y Francisco Mieres, sólo ellos y nosotros, y luego, hasta muy altas horas de la madrugada, sólo Kiva y yo, nos dimos al deleitable banquete anímico y tertuliar de recomponer el mundo desde la Revolución Bolivariana. 

     Cuando llegaba la hora, siempre de madrugada, Kiva y yo competíamos urbanamente por cedernos mutuamente nuestro lugar preferido de descanso, la biblioteca, donde además de – por supuesto – los libros, hay una amplia hamaca guayanesa y el procesador de trabajo de Mercedes.   Una mañana emergió al desayuno con varias cuartillas impresas en la mano y, sin siquiera haber tomado café, su puso a leérnoslas.   Eran sus “Diez Tesis sobre el Imperio”, una obra maestra de síntesis penetrante en el ocaso de nuestra permanente amenaza que, al declinar hacia su prevista extinción, en sus estertores de muerte, se torna más impredecible y peligrosa con sus coletazos desesperados.   Ese documento, reflexión de lo que habíamos discutido la noche anterior, es una de sus contribuciones recientes más lúcidas al develamiento previsible del desarrollo de la geopolítica global venidera y guía maestra para la orientación de nuestras relaciones con el moribundo y amenazador gigante del norte de nuestra América.   Nos cabe el modesto honor de haber contribuido a gestarlo. 

     En la conciencia de Kiva pesaba grandemente el dolor de su experiencia española que vivió desde el mero centro de decisión política como Comisario adjunto delegado del gobierno soviético.   Aquellos recuerdos le resultaban excesivamente traumáticos; al hablar o escuchar de aquellos tiempos, eventos y compañeros/as sus ojos se nublaban, sus pensamientos se iban por los cerros de Ubeda… de los que solía volver sonriente recordando alguna bella anécdota popular.   Tanto heroísmo, tanto amor, tanta intolerancia de parte y parte – religiosa sobretodo -, tanta masacre…   “España debe dolerle a Dios”.   “El reduccionismo contrarrevolucionario de la Iglesia, que inspiró e incitó a la “cruzada” de Franco, interpretando a su conveniencia los materialismos – histórico y dialéctico - nos encasquetó a todos los revolucionarios el sambenito de ateos, pese a las declaraciones públicas constantes de revolucionarios católicos como el General Rojo, Unamuno, Castelao..., hasta que América – Helder Cámara, Cintio Vitier, Cardenal…- parió la Teología de la Liberación, que liberó a tod@s l@s creyentes de la prohibición revolucionaria impuesta por el Vaticano.”  

     Su debilidad por España y lo español se me manifestó desde el primer momento en el trato deferente y cariñoso que desde el primer momento me dispensó; curiosamente, más cuando le dije que yo soy gallego.   Rememoró nombres heroicos de aquel tiempo (Modesto, Líster, Santiago Alvarez, Carballeira, Foucellas) y algunos de sus mejores amigos de éste más cercano: Veiras, Méndez Ferrín, Manuel María, Ramón Chao, Colmeiro, María Casares, Ignacio Ramonet…                                        Hasta llegó a mencionar algo que había leído sobre una infatuación pasajera de Martí por la Bella Otero. 

     Pero la esperanza renació en América;  leyó lo que León Felipe le escribió a Luís Buñuel: (aproximadamente) “Comprendo por fin el sentido de la tragedia de España; fue para traernos aquí, a hacer en América la España que no pudo ser”.   Empero, inicialmente  no se vino a buscarla como Buñuel, Larrea, Castelao, Falla… y los miles de exiliados  que cargaban con las amarguras de la revolución frustrada, no, lo más prometedor de la juventud americana fue a encontrarle en Sofía y en Praga, en la Revista Internacional que dirigió de 1963 a 1968.   Entre sus entrañables amistades de aquel tiempo, la de Francisco Mieres.   Ambas amistades y sus respectivas percepciones críticas del Comunismo soviético habían de correr paralelas desde entonces. 

     Pese a haber ya tenido contactos importantes con Cuba, haber sostenido una intensa amistad con el Ché y haber atisbado en la naciente Teología de la Liberación por vía de protagonistas estelares como Cintio Vitier, es en Praga donde Kiva verdaderamente “descubre” América.  Roque Dalton, Schafik Handal, Cardenal, Ortega, El Sandinismo, Nicaragua, Allende, Chile, son abortos dolorosos y las semillas trágicas del parto grandioso que se está gestando en los dolores de miseria de la América toda y que, por fin, rompe reglas y tiempos en Diciembre del 2006, en la Caracas del otro gran intento en 1998 y las gestas heroicas de 2002 – 2003.   Kiva vivió los últimos fecundos ocho años de su vida fascinado con el milagro de la Revolución Bolivariana.   “Esta vez sí es”, solía repetir; y explicaba: “No sólo por el portento que ella significa en sí misma, sino también por su coincidencia con los últimos estertores del Imperio moribundo, - del IV Reich - en cuyo fin va a incidir”. 

     Y henos aquí que, cuando nuestra esperanzadora revolución intenta sus primeros pasos, estos dos viejos amigos y camaradas (Maidanik y Mieres) vuelven a estar juntos en las trincheras de avanzada señalando el camino… lleno de obstáculos, pero aparentemente claro en lo político y con todas las diversas corrientes ideológicas revolucionarias voluntariamente unidas…, hasta que un mandato de unión forzosa viene a complicar innecesariamente el Proceso natural en marcha…                (“Esa decisión parece asumir que ya estamos en el momento de aplicar la Estrategia 10 de Kiva, cuando en realidad sólo estamos en los albores de la 9”, me comentó un destacado revolucionario discípulo del Maestro que migró a la eternidad y a la Gran Mente Cósmica en que creía).   
 
 

     Y es en este preciso momento de necesidad histórica cuando llega a nuestras manos el postrer legado póstumo del camarada Kiva con unos cuantos consejos sabios y profundos para sus “COMPAÑEROS”: nosotr@s.   (Publicado por Aporrea con un título largo extraído de sus consejos). 

     Kiva, ateo, respetaba las creencias ajenas y, sin comprenderlas totalmente – idem -, compartía muchas creencias no religiosas pendientes de investigación/explicación, como las sutiles leyes que gobiernan el “Azar y la Necesidad” que, si no explayan, anuncian la irrefragabilidad de ciertas convergencias que nos permiten avizorar la historia que viene, en la que haremos real lo posible. (De acuerdo al Evangelio según San Marcos Arruda). 
 

     



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PauliNonius


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