El Amor 2020

 

DEDICO:

A mi compañera de vida, Marlene Josefina Naim López,

con dieciocho años acuesta, la amo como el primer día y aún más…

 

Estas fechas de fin año hace oportuno el escribir sobre una de las ausencias que durante todo el año 2019, faltó hacerle el ¡Eureka! Me refiero al amor. No se trabajó esta razón de vida de la existencia humana, por ello es necesario re-empacarlo y re-enviarlo a todos con una fuerza descomunal como una de las tareas necesarias a conquistar en este nuevo año 2020. Pero veamos que nos dice el cristianismo acerca del amor, cómo nos lo muestra las Santas Escrituras, y cómo lo estamos entendiendo nosotros.

En Corintios se nos dice que el amor “… es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor” (1 Corintios 13:4-5). ¿Qué difícil en un mundo tan desigual y salvaje, poder cultivar este tipo de amor? A veces, el deseo no develado por la gran mayoría, ante tantas injusticias, vilipendios y blasfemias, es destruirlo todo, castigar a los infieles, doblegar con violencia “suprema” cada columna de atajos que los propios humanos colocamos al amor.

Sin embargo, en los Salmos se nos da un camino: “Por la mañana hazme saber de tu gran amor, / porque en ti he puesto mi confianza. / Señálame el camino que debo seguir, / porque a ti elevo mi alma” (Salmos 143:8); el amor no es solamente lo que nos llega, sino lo que está, lo que cotidianamente converge con nuestras experiencias. El amor es “creer” en los semejantes sea cual sea su historia y sus acciones  contrarias a la vida, porque el creer nos fortalece en la fe, en la solidez de nuestra alma que se une a todas las alma y se transforma en energía permanente. Tal cual se proclama en el Colosense: “Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14).

Y el amor es la tentación y la ilusión, el sacrificio y la entrega, el despertar y el soñar de manera plena; En Corintios se explica solo esta percepción: “Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada” (1 Corintios 13:2). ¿Entendimos? ¿Así o más claro? El amor es el disolvente universal que une la vida con el infinito y más allá.

Si había incredulidad al respecto, basta traer al apóstol Juan que nos muestra el valor del amor: “…Y éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Juan 15:12). Si te muestro mi corazón, con su fuerza y su ímpetu, es porque tengo la dicha de amar a mis semejantes. Perdonar, quizás no, eso no me corresponde a mí como simple mortal, puedo disculpar, orar para interceder ante Dios y buscar la manera y forma de que su perdón llegue a la persona, pero jamás podría ocupar el lugar de Dios, ese espacio vital lo vivo, lo siento y me entrego a él, pero nunca lo invado o lo tomo al libre arbitrio, porque no tengo la pureza que solamente el santísimo tiene para convertirlo en perdón y en fe.

Isaías estuvo muy claro en esta reflexión y es así como su mensaje complementa lo expresado por Juan, al decir: “A cambio de ti entregaré hombres; / ¡a cambio de tu vida entregaré pueblos!/ Porque te amo y eres ante mis ojos /precioso y digno de honra” (Isaías 43:4). Si la energía viva de todos los tiempos me ha querido, me ha dado socorro y abrigo en los momentos más difíciles y en los momentos más esplendorosos, debo hacer el esfuerzo por extender ese amor hacia mis semejantes, he allí el compromiso para este año 2020, donde estamos llamados a darle fuerza al amor y proyectarlo hacia todos quienes me rodean y a quienes rodeo, aceptándolos con sus acciones y sus equivocaciones, pero mostrándole un ejemplo de vida, de valores para que transcienda y se consolide la divinidad de lo humano como civilización y como fuego perenne que mueve el Universo y sus planetas.

Es de este modo, y sobre todo desde esta perspectiva del amor pleno, que debemos estar entregados a compartir con fuerza nuestras ilusiones y nuestros anhelos, nunca renunciando a ellos, sino compartiéndolos para ir sumando adeptos en el florecimiento del amor. En Romanos se deja escapar esta suerte de búsqueda con un fin preciso: “No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros. De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la ley” (Romanos 13:8). Pero ese amor debe ser puro, limpio, sincero, sin ataduras de envidia o soberbia; debe sobrepasar las expectativas y consolidarse como razón de existencia en la conducta y actitud de los hombres hacia los hombres.

En el siglo XX, y parte de lo que va del XXI, la figura del biólogo chileno Humberto Maturana (1928), con sus 91 años acuesta, despierta interés al plantearse describir el fenómeno de la vida a través de los síntomas del amor; sus ideas, al principio junto a Francisco Varela, ya fallecido, se entrelaza con el concepto de autopoiesis, por allá en la década de los setenta; esta la define Maturana y Valera, como la acción estrictamente biológica de los seres vivos de reproducirse, crear y repararse, desde sus propios elementos, propiedad básica y distintiva de los seres vivos, ya que de no existir la acción de autopoiesis, la renovación de células no se haría, no se limpiaría el cuerpo de las toxinas, entre otras, condenando a los seres vivos a la muerte prematura en contraste con el alargamiento de vida que produce este proceso de auto-producción. En este mismo sentido está el amor, ya que es un sentimiento de los seres vivos racionales que lo produce el hombre y lo va acondicionando a las necesidades del entorno y del medio donde se vive.

El ser humano es un organismo que percibe la realidad si existe y es  percibida; no se sostiene por especulaciones o abstracciones; según Maturana los cerebros no pueden distinguir en primera instancia la ilusión de la realidad; sin embargo, Maturana acepta que es posible, en un espacio de esa realidad, que surjan sensaciones de gozo, placer, euforia, alegría, impaciencia… “Mariposas en el estómago”, como suele decirse; ese es un amor producido por la empatía y necesita un contexto que tiene intereses y consecuencias para nada atribuibles a la objetividad, sino más bien al  lenguaje, el cual  cambia las formas y las intencionalidades; ese mismo amor se alimenta de otros afluentes en la medida que su efecto tonificador y de placer pasa a un segundo plano. Claro está, hay la presencia de ese amor, producto de los cuerpos que se van transformando según sus necesidades afectivas, desde las primeras relaciones de familia. No es cuento el complejo de Edipo, ni el complejo de Electra (aquél amor hacia la madre, este amor hacia el padre). Pero son amores que se confunden en un festín de sentimientos, de acciones y reacciones; con la socialización esos sentimientos se van acoplando a los valores morales y la conducta de la sociedad donde se nace, y son canalizados hacia otros afluentes; se vuelve amor a los semejantes, a los poseedores de calor y estima que constituyen el primer anillo de sentimientos (la familia y los amigos).

Maturana, que obviamente concede poco crédito a la teoría creacionista y más a la evolucionista darwiniana,  destaca que el amor como un sentimiento o una emoción fuerte hacia una persona o hacia un grupo de personas, está determinado por situaciones de fe, de valores; en Corintios 13: 4-8, “…el amor es paciente, es bondadoso…” Y ese amor, parafraseando a Corintios, jamás desaparece, jamás se “extingue”. Es un amor que perdura mientras exista vida humana que tenga la capacidad de razonar sus ideas y sus sentimientos. El amor requiere padecer y soportar situaciones límites, por ello se necesita que sea resistente, sólido, que no doblegue en debilidades y defectos; ofreciendo momentos de equilibrio y afectos, sin envidia, soportándolo todo, enmarcado en todo momento en la perseverancia, la paciencia, que busca proyectar la empatía y enriquecer los valores que vienen de la familia.

Estamos a las vísperas de un nuevo año y de la necesidad de proyectar, en ese año, más amor y menos nostalgia; más amor y menos sufrimiento; más amor para edificar la tolerancia, el respeto, la vida, porque amar es vivir plenamente.

Maturana se atreve a decir: “Jesús cuando genera la nueva ley, abandona el pacto de la obediencia y desarrolla el pacto del amar. Eso es lo que lo separa del sacerdocio, porque habla de una forma particular de relacionarse fundada en el amar. Toda su enseñanza tiene que ver con el amar y en ese sentido Jesús es un ser único en la historia. Todas las religiones están basadas en la obediencia, en la ley, en el dogma, en los procedimientos, en el sufrimiento, en la compasión; pero lo de Jesús es distinto ya que está basado en el amar. Eso se advierte en los relatos en que habla de la fe que, es confianza y la confianza es el acto de aceptar la legitimidad de las circunstancias del otro y la propia. El pecador que confía en su fe, se salva. Cuando Jesús dice estas cosas está dentro de la norma, de la ley; pero él rompe con el sacerdocio, rompe con la ley, Pablo es quien reintroduce la ley. ¿Por qué? Porque Jesús está hablando de algo que es más fundamental que la obediencia, que el temor a dios, busca identificar el Padre con el amar. Después, son sus seguidores quienes reintroducen la norma y hay conflicto en el cristianismo sobre si se debe tener una ley, una norma, o sacerdocio; en circunstancias que el único elemento central es el amor. Esto es tan básico que lo trastoca todo…”

En el año 2020, invitamos a todos a compartir el amor, a entregarse con fervor a las acciones del amor y llevar ese amor hasta la última consecuencia, coadyuvando a la sociedad a comenzar amarse plenamente y de allí a amar con profundidad a la naturaleza, ya que se lleva varios siglos olvidándose de ella. Abracemos el amor para poder vernos en el espejo al pasar el tiempo y decir: no me he traicionado, no traicioné al niño que fui y seré; porque en un niño, que es un ser inocente, gravita el amor pleno, sin prejuicios ni distancias que lo separen de la esencia de una vida que está allí para amar y alcanzar la trascendencia a través del infinito del amor.

En nombre de mi familia y de todos a quienes amo profundamente, les deseo a mis lectores un ¡FELIZ AÑO 2020! Que tengan mucha salud, que se reproduzca en cada uno de ustedes la esperanza de un porvenir que será próspero y en paz; que el amor pleno les tome como asalto desde el primer día del año y que los dolores, si llegan, puedan ser mitigados con paciencia, tolerancia y resignación, que no nos agreda el sufrimiento ni las traiciones; seamos leales y confiemos en que la verdad siempre prevalece y la envidia y la soberbia desencadenan, como todo lo incongruente con el amor,  en polvo cósmico. Somos los seres más importantes de esta época, vivámosla a través del amor.



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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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