Vivir en Caracas

"Soy de esta ciudad que baila con un cuchillo en la cintura,

que besa y que te acaricia entre la espada y las paredes.

Soy de esta ciudad frenética de extremos y pareceres,

que esconde su lado flaco y se desangra en la aventura (…)"

"Mañana Alacrana será lunes y juiciosos todos estarán

y el viernes de madrugada: se emborrachan y se queman,

se penetran y envenenan, se matan a puñaladas,

se pican en pedacitos, se lanzan por la ventana (...)"1

Advertencia al lector: esto es una crónica con vestigios de análisis político. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

El lunes 23 de enero de 2017, estaban anunciadas dos marchas en la ciudad de Caracas. Una de sectores de la oposición al Gobierno agrupados en la MUD, cuyo objetivo era dirigirse a cualquiera de las sedes del Consejo Nacional Electoral para pedir la convocatoria a elecciones de gobernadores y alcaldes, pospuesta a finales de 2016 con razones poco claras y sin precedentes en la historia electoral del país.

La otra marcha, convocada por el Gobierno, tenía por objetivo trasladar los restos de Fabricio Ojeda al Panteón Nacional, como homenaje a quien fuera -junto a otros líderes del partido Acción Democrática, vale decir- miembro de la Junta Patriótica que dirigieron la insurrección contra la última dictadura "stricto sensu" de nuestro país: la de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958).

La expectativa de quienes vivimos en Caracas frente a ambas convocatorias de movilizaciones comienza desde días previos para organizar cómo movilizarnos hacia nuestras actividades laborales cotidianas, sabiendo que el sistema Metro, casualmente siempre le hacen mantenimiento el día en que hay marchas y se suelen cerrar, con importantes cordones policiales y militares, los accesos al centro de la ciudad, generando un total caos para el normal desenvolvimiento de las actividades cotidianas.

Lo cierto es que tomo la decisión de irme ese día en moto taxi para cumplir con mis responsabilidades laborales, visto que ya iba tarde. Al llegar a la parada, veo con sorpresa que no se encontraba ninguno de los moto taxis con quienes siempre me voy en estas circunstancias. Al observar que no había tráfico y que las camionetas iban prácticamente vacías (cosa inusual a las 8:00 AM), decido tomar una rumbo a Capitolio pensando que llegaría rápidamente, como en efecto pasó.

Extrañamente, mientras iba transitando en la camioneta por la cada vez más maltratada Avenida Baralt, observo a mi alrededor que el habitual calvario de colas y tráfico que se arma hacia el centro de Caracas los días de movilizaciones, había sido sustituido por una soledad inmensa: sin transeúntes en la calle, poco tráfico vehicular y negocios cerrados (cual domingo o día feriado) y decido entonces quedarme tranquilamente en mi "camionetica style" rumbo a la faena. Mientras voy pensando en que la gente se asustó y no salió a marchar a pedir elecciones como respuesta a la mediocre dirigencia de la MUD y por el miedo construido por los mecanismos de control social, penal y delincuencial que caracteriza actualmente a la sociedad venezolana, empiezo a escuchar atentamente la conversación de dos muchachos que van detrás de mí, uno más joven que el otro y con esa particular característica del "habla’o caraqueño malandro". Mientras escuchaba trataba de distinguir de cuál zona eran (La Vega, La Cota, Las Brisas, Antímano, Catia, 23…) sin lograr ubicar el acento con éxito y tripeando las cosas que decían.

Su conversación particular (con tono de voz fuerte y alto para que todos escuchásemos y quizá intimidarnos), versaba sobre el malandreo2 que se ha apoderado de nuestras vidas cotidianas. Uno le decía al otro: Llegaré rapidito a la chamba a comerme las arepiskis que me preparó mi mamá; mientras el otro le respondía: Chamo, yo lo que tengo es ganas de ir a La Guaira a la playita un rato. Le voy a decir al jefe mañana que después que hagamos el ‘friss’ [quien sabe a qué se refiere con eso, ando buscando el significado], nos demos la escapada, total nadie se va a dar cuenta. Eso sí, que me brinde él porque yo lo que estoy es pelando. El otro le decía: Claro vale, vamos a darle porque la vaina ahorita está muy jodida, por cualquier cosa ‘te plomean’3, fíjate éste [señalando hacia la calle] ‘anda de civil’, ése de ahí también ‘anda de civil’, nooo chamo!. Ambos muchachos se reían y eran jocosos con cada comentario que realizaban.

Al escuchar esa particular conversa pensé que se trataba de funcionarios que se encontraban fuera de servicio, estaban bien vestidos, de forma casual, con gelatina, perfumito y todo, como si hubieran entregado guardia o se dirigieran a sus trabajos. No obstante, para no prejuiciarme, pensé también que se trataba de malandros comunes que se hacen pasar por gente trabajadora para luego echar "el quieto" al que todos tememos al viajar en transporte público por esa ruta de la "Baralt avenue" que todo caraqueño conoce y trata de evitar.

En efecto, mi intuición no me falló y eso fue exactamente lo que sucedió. A escasos 20 metros de la parada que iba a tomar para seguir a la faena, suena uno de los celulares que atiendo por tratarse de una llamada laboral y ya iba atrasada. Sé que como están las cosas uno no puede andar atendiendo llamadas en la camioneta ni en ningún lugar público [advertencia para quienes me vayan a decir "coneja" y contribuyan así a mi revictimización]. Lo que no conté fue con la astucia -como diría el Chapulín- de los dos parlanchines que tenía detrás de mi que habían pillado que dentro del bolso tenía otro teléfono. Colgué la llamada que fue bastante breve y al disponerme a sacar los 100 bolívares para pagar el pasaje, sale un tipo de mi lado izquierdo mostrándome un arma -muy parecida a la que usan los funcionarios policiales por cierto- y en tono de voz muy pausado y muchísima discreción me dice que le entregue el teléfono a lo que hice caso, sin oponer ningún tipo de resistencia y con calma.

Acto seguido el hombre me dice "dame el otro teléfono" a lo cual accedí de la misma forma procurando no tener contacto visual con él para evitar represalias violentas. Luego el sujeto me dice "dame las prendas", le respondí con calma y hasta con risa irónica que no tenía prendas. Simultáneamente, los parlanchines ya se encontraban en la parte de adelante de la camioneta haciendo la finta de que se bajaban, diciéndole a la gente con toda la calma del mundo "aquí no ha pasado nada, permiso que vamos bajando". Los sujetos se bajan no antes sin echar la respectiva mirada entre miedo y amedrentamiento hacia mí por si se me ocurría hacer algo. Como se observa, el robo fue bastante discreto y distinto a las narraciones hechas por víctimas de este tipo de hechos en camioneticas, donde sus protagonistas pertenecen al hampa común, que sin mediar palabras y con muchísima violencia le caen a "cachazos" hasta a las señoras mayores para despojarles de sus pertenencias.

Al instante de lo ocurrido mi mente quedó absolutamente en blanco y pensativa en qué hubiera pasado si oponía resistencia y cómo resguardar en ese momento mi integridad. Como el robo ocurrió justo en la parada en la que yo me iba a bajar, modifiqué rápidamente mi ruta, decidiendo bajarme más arriba y de allí buscar un moto taxi en modo desespero para realizar todas las medidas de seguridad que se toman en estos casos: avisarle a medio mundo, cambiar claves, pensar en denunciar, dónde hacerlo, etc.

Del shock emocional no me percaté que el semáforo había cambiado y casi me atropella un autobús, de no haber sido por un ‘noble’ funcionario de la PNB, quien de la forma más grosera y a gañote tendido me dice "¡Ten cuidado!". Mi respuesta a su forma de "salvaguardarme" no se hizo esperar y entre otras perlas que por aquí no puedo mencionar le increpé el hecho de que me hubieran robado mientras él y los suyos se encontraban resguardando a las autoridades en vez de hacer patrullaje en la Avenida.

Luego de haber pasado por esta experiencia en mi mal querida ciudad, no he hecho más que seguir reflexionando en torno a uno de los problemas más complejos por los que estamos atravesando actualmente, pues una cosa es leer sobre él, como he venido haciendo desde hace 8 años y otra cosa es vivir la experiencia, sentirte vulnerable y saber que las probabilidades cada vez son más altas de caer en las estadísticas: te roba o mata la delincuencia común; te roba, siembra o mata un funcionario policial o militar (para todos los gustos hay) o tienes un accidente automovilístico en cualquier calle, avenida o carretera de nuestro país petrolero carente de mantenimiento regular asfáltico (problema histórico de nuestra "Casa de herrero con su cuchillo de palo").

Agradezco tener hoy la oportunidad de contar la experiencia y seguir respirando, cosa que lamentablemente no pueden decir muchos compatriotas y extranjeros víctimas de esta ola hobbesiana de violencia donde impera la ley del más fuerte, al mejor estilo de nuestra joven República en tiempos del "Taita Boves".

Esta experiencia no me desmoviliza, todo lo contario, la estoy transformando en muchas ganas de seguir adelante, apostando y aportando por un país que merece mucho más que el maniqueísmo político y el abismo al que nos quieren llevar quienes sólo piensan en el poder: unos aferrados y otros para acceder.

Apuesto por Vivir en Caracas, con su magia de los amaneceres y atardeceres de colores; con sus guacamayas y garzas atravesando El Guaire y El Valle pese a la suciedad en que convertimos ambos ríos; con su olor a brisa fresca mientras más cerca del verde Guaraira te encuentras; con su danza de vendedores ambulantes que antes de robar prefieren ganarse la vida en la ruda calle donde se exponen, entre otras formas violentas, a que un policía o guardia les quite la mercancía o los siembre; con sus colas infernales en las que además de violencia se observan caras lindas cantando al son de la salsa brava y de los ritmos urbanos que nos hacen olvidar las penurias, pero también nos hacen repensar y apropiarnos de cada curva de esta ciudad que merecen una toma masiva de sus espacios para ganarle el juego a la violencia y la intolerancia. ¿Será que nos ponemos al frente de ideas y acciones pequeñas para ir recuperando la vida en nuestra capital? ¿Será que las instituciones responsables de garantizar nuestras vidas y bienes analizan el fenómeno de forma objetiva y empiezan a revisarse internamente midiendo de verdad avances y desafíos en la materia? ¿Será que parte del problema delictivo actual pasa por adecentar puertas adentro las distintas instancias del Sistema Penal, para poder exigirle a la ciudadanía un comportamiento distinto al de la delincuencia común?. En el caso puntual que expongo: ¿Qué pasó con el corredor vial de seguridad integral inaugurado en 20114 por el alcalde del Municipio Libertador para la Avenida Baralt y que contribuiría no sólo a mejorar el tránsito sino la seguridad en esta arteria vial; continuidad o discontinuidad en las políticas públicas, no se trata de la misma gestión?

Caracas y lxs caraqueñxs merecemos vivir aquí con mejores políticas que las actuales, donde no se deje de asfaltar o colocar encendido en una zona porque votaron en contra o negando el secreto a voces de que la institucionalidad policial y militar está sumamente corrompida, formando parte estructurante de las redes delictivas y por tanto, toca mirar hacia dentro para poner en marcha políticas de control democráticas y legales que disminuyan este tipo de sucesos.

 

1 Extractos de las canciones "Caracas cuaima" y "Alacrana" de José Delgado.

 

 

2 Malandreo (para los amigos extranjeros), se refiere a la subcultura criminal en Venezuela, cada vez más extendida y utilizada, no sólo en nuestras actitudes sino hasta en la forma de hablar, como mecanismo para sobrevivir frente a los altos índices de violencia social, institucional y política que se están viviendo.

 

 

3 Plomear significa recibir o dar disparos con armas de fuego. Viene de la palabra plomo, uno de los materiales con los que están hechas las balas.

 

 

4 "Cumpleaños de Caracas: Reordenan tránsito por la Av. Baralt [Año 2011]" Fuente: http://www.aporrea.org/actualidad/n184277.html

 

 

 



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Patricia Parra


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