¿Ciudades de nadie…?

Lúgubre brisa recorre la extensa avenida partida en dos por escombros de una obra inconclusa, infinitamente postergada arrastrando el anhelo de mejorar la calidad del transporte y la movilidad de los habitantes de la ciudad. Y la "Valencia bonita", inscrita en avisos triangulares ubicados en el hombrillo pretenden atenuar la cierta realidad.

Ciudad en la que no abundan contrastes estéticos, plena de inmundicia en muchos espacios destinados a la recreación. Desde esa avenida Bolívar donde a pesar de los pesares aún se mantienen impecables lugares gastronómicos y de vestir para "gente selecta", pasando por la emblemática zona residencial de la Viña, hasta llegar a los entornos depauperados de la plaza de toros, o al barrio más grande del país que tienen dieciocho consejos comunales en el sector "parque Valencia", o a las "palmitas" donde los delincuentes acostumbran pasear por la comunidad a sus deudos cuando mueren en "combate" y a atracar en las esquinas para la celebración de rigor antes de salir al cementerio en caravana de autobuses secuestrados.

Esto se replica en las grandes ciudades de la geografía nacional. Sin eufemismo hay que señalarlo y mirarlo desde la más honda perspectiva crítica, pues ello es consecuencia de las falencias estructurales de la nación que trasciende las buenas intenciones y planes del gobierno por construir ciudades de paz y justicia.

En un Puerto Cabello, con cabellos endebles que ya no tienen fuerza para sostener los barcos que posibilitan el intercambio de riquezas con el mundo, en un Coro, por siempre marcada con el epíteto de ciudad colonial y perennemente envuelta entre las ventiscas enrarecidas de los médanos. Sobrevivientes a olas del mar, expugnables siempre por la misma naturaleza.

Y en la Maracaibo referenciada mundialmente por su emporio de riqueza natural y cultural, que vive azarosa ante la mirada indiferente de tirios y troyanos, de todos. La basura se la come y tanto la penumbra como la soledad divorciaron a sus habitantes de la recreación matutina o nocturna.

De nadie son nuestras ciudades.

¿Y eso es culpa de quien? ¿De la confrontación politica, de la crisis económica, de la crisis social, de la crisis de valores...? Teniendo las respuestas que creamos más acertada, lo verdadero es que se deben seguir desentrañando y describiendo estos tiempos de nuestras ciudades para comprenderlas y evitar, en lo que se pueda, que el desamparo, la desidia, la inopia, como sentimientos que se han anclando en la gran masa, siga generando más perdida del sentido de pertenencia y de desarraigo del entorno.

 



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Aquileo Narvaez Martínez


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