La corrupción y “la administradora” de buenos modales

Los buenos modales siempre, o casi siempre, van acompañados de una picardía. Es la psicología del estafador, pero al revés. El estafador es consciente de su oficio, engañar y lucrarse es su oficio. Pero las personas que suelen defender los buenos modales están convencidas de la superioridad moral de las buenas maneras las cuales son resistentes a cualquier juicio (por ejemplo, de haber estafado al Estado). Como dicen “Lecciones de urbanidad de Serrat… “que usted será lo que sea,… escoria de los mortales…. un perfecto desalmado…pero con buenos modales…”. Es la moral de la administradora.

La administradora se quemó las pestañas estudiando, es bonita y aspira ser muy importante. Cuando la pobreza la ofende, mira a lo más alto y jura llagar a ser una persona instruida, refinadas, útil y rica. Es el espíritu de “la administradora”.

Nadie puede decir que no hacemos honra a la igualdad de género-sexual (en honor a la lengua y al sexo). Por eso lo de administradora: ¡honra a las mujeres! Y es que las mujeres también son buenas para lo malo. No obstante hablamos del “espíritu” de “la administradora” ¡Ojo!, que nadie se lo tome a mal.

Él (este espíritu que hace nido en el corazón del capitalismo) siguió gobernando dentro de la administración pública a pesar de Chávez. Mucha ostentación; mucho acomplejado lleno de oro, de ropa cara y mucha ridiculez enmarañada con la moda; mucho perfume; mucha corrección, mucha apariencia, mucha mediocridad, mucha adulancia, mucha jaladera de bolas…. Es el espíritu que nunca hemos podido con él.

¿Cómo frenar la corrupción?

Lo hemos dicho, la corrupción “administrativa” comienza con la codicia, uno de los pecados capitales. “Deseo vehemente de poseer muchas cosas, especialmente riquezas o bienes”… ¡Sesillo! Hay que vencer los efluvios del espíritu de la administradora, si queremos vencer a la corrupción.

Nuestra administradora una vez, con mucho esfuerzo, junto a su pareja compró un apartamentico en Chacao. Yendo por el camino dijo a su esposo “el apartamentico está bien ubicado, la gente es tranquila, pero, amor, siempre he querido vivir en Altamira”. En tres años había ahorrado suficiente dinero para pagar un Pent House en un viejo edificio de Altamira, cerca de la plaza. Ahora se sentía feliz. Sus vecinos son muy respetados, viejos jubilados, medianos propietarios, con hijos en el extranjero. La administradora y su marido, llenos de deudas, comenzaron a pensar en superarse e irse del país. Como buena administradora, la administradora pudo urdir un plan para hacerse de algún dinero extra, y, el final del cuento ya todos lo sabemos (pudo estafar al Estado con mucho dinero, renunciar a su puesto de administradora y mudarse al extranjero. Ahora, vive en Miami, sus dos hijos estudian, la mayor nadie sabe cómo, vive cargada de joyas y ropa costosa, el menor, tiene problema de drogas, su pareja murió de un infarto el año pasado y ella, obesa pero con la lozanía de una adolescente, sueña con salir de ahí algún día hacia algo mejor).

Otra administradora una vez me dijo que su sueño era vivir en el Country. Hoy tiene una orden de captura por estafa y vive en Nueva York trabajando como servicio de uno de sus antiguos jefes, también con una orden de captura. Mi vecina la administradora se acaba de mudar del apartamento que recién le asignaran en la Misión Vivienda, para otro más grande (parece que conoce a alguien que administra en esa Misión). Una administradora que conocí una vez, quiso que firmara un recibo por un trabajo que nunca hice. No lo firmé. Me dijo que yo era un tipo bueno, pero que era muy pendejo, que si quería me podía ganar un dinero extra, “pero te entiendo” concluyó, con una mirada piadosa.

Es el “ciclo de la administradora”, codiciar, robar, mudarse, parir y morir. ¿Cómo interrumpir su ciclo de vida? Muchos dicen que cerrando las Escuelas de Administración. Es exagerado. Otros, sexistas, prohibiendo las Escuelas de Administración para las mujeres. Pero estos no entienden la simbología. No es fácil, en una sociedad dónde hay tantas cosas que administrar y pocas por hacer, donde hay tanto dinero fácil por ahí todavía.

Pero mapeemos sus ciclos comenzando desde la primera fase: la codicia ¿Qué codicia la administradora? La vida de aquellos que viven ostentosamente. ¿Por qué robar? Porque con su sueldo no le alcanza para tener lo que ostentan los otros ¿Mudarse para dónde? Para donde esté aquello que codician. Una buena administradora se muda varias veces en su vida. Mientras más se muda (a menos que termine en la cárcel) más y mejores modales adquiere y más hábil se hace en sus técnicas para hacer dinero. Lo normal es fundar su propia empresa y combinar esa actividad con su oficio de administrar para otros. Podría despacharse y darse el vuelto, entre otras posibles mixturas. ¿Parir? Siempre que uno está convencido de haber fundado un linaje (como un Cid Campeador) necesita hijos a quien heredarlo. ¿Morir? Es común a todos los ciclos de vida, digamos que lo único real e inevitable; no cuenta en nuestro mapa sino para el análisis.

Con este pequeño mapa del ahora “síndrome de la administradora” deberíamos pensar en la fase final, el de la muerte. ¿Qué necesidad hay en acelerar su encuentro deseando que nos pase “aquí y ahora” (como dicen los psicólogos) todo lo que nos tiene que pasar en la vida? ¿Por qué vivir la ansiedad que producen las insatisfacciones, pudiendo sentir la brisa fresca en el rostro y echarse a ver las estrellas? Hoy, asociar la vida con el placer de vivir intensamente a cada instante resulta para las mayorías un rasgo de idiotez. La búsqueda de cosas materiales y la ostentación de que se tienen y se pueden tener, sobre pasa a las necesidades básicas materiales y espirituales. El colmo es llevar un libro en la mano y no leerlo, que adorne nuestra primer cuadro social. Es mejor ser un idiota ambicioso y de buen aspecto, a que nos llamen idiota por bailar solo frente a la vitrina de una tienda de música, o por salir de paseo al museo el lunes que nos toca salir bachaquear.

Creo sinceramente que la vida de un ladrón, de oficio ladrón, es mucho más intensa e interesante que la vida de nuestra administradora. El corrupto es un pícaro esclavo de la sociedad, de los valores de la sociedad capitalista, del modernismo. Al menos el ladrón solo vive de y para su oficio. Es un hombre libre que se mueve dentro de la sociedad y no con la sociedad. Solo para definir términos. El ladrón lo preocupa su arte (sus mañas) y los suyos. Pero es más afín al artista y al revolucionario que a la vida de la administradora, por razones de espíritus libres.

Guardar las apariencias, esa es su divisa. Y la otra, no tener mucho que guardar más allá de su arribismo y su picardía. Esta revolución de eficiencia cero, de un momento a otro se llenó de administradoras y administradores, bien vestidos, educados, conscientes de su estatus y su don de mando. En menos de dos años, todo el mundo anda ciñendo trajes y calzando zapatos de marca. La eficiencia se trasmutó en su propio símbolo, parecido a aquellos que nos indican dónde hay un restorán cruzando el dibujo de un cuchillo con el de un tenedor. Seriedad, inteligencia y felicidad son sinónimo de formalidad, obediencia y mal gusto (iba a decir buen gusto, pero lo pensé mejor). La lucha de clases se intensifica en el campo de las apariencias, y están ganando los mismos adecos de siempre.

Me despido con este consejo del señor Serrat: “Muéstrese en público cordial, atento considerado, cortés cumplido educado, solícito y servicial, y cuando la cague, haga el favor de engalanar la moñiga, que admirado el mundo diga, ¡qué lindo caga el señor!” Seguimos, como dice Mercedes Chacín…





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Héctor Baíz

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