Desmontemos la farsa de la competencia entre los capitalistas[1]

Dejamos abierta la posibilidad de que por competencia se entienda libertad para participar en cualquier mercado lícito o no, y fijar los precios que determinen los costos reales o ficticios,  y que finalmente los precios y métodos de producción queden al arbitrio del vendedor,  productor o intermediario.

Veamos: el hecho de que unos capitalistas vayan a la ruina porque no hayan podido sobrevivir con  sus propios precios y costos  no necesariamente supone que hayan sido víctimas de otros empresarios, competidores, acaparadores de la clientela a la cual aquel no pudo llegarle  por alguna razón.

Nos explicamos: una cosa es la “competencia” llamada ruinosa cuando se aplica dumpin por parte de un empresario nuevo o viejo que necesita parte del mercado ya abastecido por productores  desde tiempo atrás, y otra cosa es afirmar  que entre los productores  en funciones haya “competencia” de unos contra otros, y así ocurriría hasta que quedaría un solo productor carente de rivales.

Si un proveedor encarece los precios a sus clientes, quienes son también productores o intermediarios, estos y aquellos simplemente trasladan las alzas al precio de sus mercancías y ya.

 La llamada competencia entre productores, entre demandantes, y entre aquellos y estos es puro cuento chino, con el perdón de los chinos.

Pero, ese cuento también se lo caló Carlos Marx  y los derivados marxistas, entre ellos el analista y estudioso de El Capital, el ruso David Rosenberg, sólo que este tomó limpiamente a Marx quien, a su vez,    logró demostrar que la competencia entre productores  era sólo para el reparto de la  plusvalía, pero no para fijar precios y conquistar mercados ya penetrados por otros productores o intermediarios.

En el ejemplo manejado por Marx, las migraciones de capital de cara a la formación de los “precios de producción”[2], buscan nivelar las tasas de ganancias para que así fluya plusvalía de unas empresas hacia otras de composición orgánica superior y menos productora de plusvalía.

Cuando un capital emigra a otro mercado en búsqueda de bajar la tasa de ganancia mediante la provocación de bajas en los precios allí, y aumentos de ellos allá en el mercado desde donde emigró el capital,  no significa que se formará  un precio común como producto de la “competencia” entre los productores, sino que el sobrante de oferta aportado por el capital inmigrante se venderá a un precio menor porque al superior reinante no hallaría compradores. Pero no hay competencia alguna entre los productores del mercado anfitrión.

 Asimismo, en el mercado de donde emigra el capital en búsqueda de plusvalía externa, como allí merma la producción los productores restantes elevarán los precios pero no porque la demanda de allí los estimule con compras nerviosas o afines.

 Es por eso que Marx siempre se cuidó de hablar y trabajar sólo valores medios o sociales, valores de conjunto pero no individuales.

Así, pues, en los mercados donde concurren varios oferentes se da una suerte de “mano invisible” que se encarga, no de equilibrar precios, subiendo aquí y bajando allá,  como tan olímpicamente lo pintan los panegiristas del burguesismo, y que lamentablemente  en este tema la literatura económica  marxista halló eco de continuada resonancia, no, de lo que se trata es de que, según sean los costos particulares de cada productor, así será su precio. Su mercancía, a pesar de ser genérica como valor de uso, tiene otro nombre, otro logotipo y otras cualidades accesorias para diferenciarse ante el consumidor y así justificar su precio.

Cuando la gente se entera de que haya una mercancía con el mismo uso, pero de mejor calidad, si decide compararla será a un precio  diferente, mientras la mercancía anterior suele seguir su curso. De otra manera, se tendría un mercado con unas pocas mercancías a precios diferentes con calidades diferentes que no tienen por qué competir  entre sí ya que todo quedaría en función del precio que fija el productor y no de una puja entre vendedores ni entre compradores, ni entre aquellos y estos.

 Usualmente, los vendedores de una misma calidad de un mismo valor de uso no compiten jamás y todos venden al mismo precio como si fueran expendios de un solo dueño en común el cual serían sus representantes.

De manera que  el precio lo fija cada fabricante luego de conocer sus costos de producción y conocer también los precios de venta de los demás productores, en el supuesto fantasioso y  negado de que estos últimos produzcan y vendan una mercancía exactamente igual. Sin embargo, las mercancías pueden ser de igual valor de uso, pero su aroma, su textura, su color, su calidad nutricional o funcional, su durabilidad, su aspecto exterior, sabor,   suavidad táctil, etc., etc., su peso, su maniobrabilidad, etc., conforman una densa gama de características que convierte a cada tipo de mercancía en algo diferente del resto de los mismos valores de uso, y, en consecuencia, esa cualidad diferenciante posibilita y justifica precios diferentes para, por ejemplo, la misma tela, los mismos zapatos, el mismo arroz, , la misma bebida espirituosa. Esto es tan cierto que podríase afirmar que cada mercancía que sirva por igual a la satisfacción de una misma necesidad convierte de hecho a su productor en un monopolista imcompetible.

Es la puja entre una determinada oferta y su correspondiente demanda la que termina fijando precios para cada tipo de mercancías en particular. Pero no se trata de que los productores ofrezcan con unos precios  ni de que los consumidores demanden con otros, sino que al mercado llega la producción a un valor de fábrica y en este aparece una demanda. Estas categorías son verdaderas abstracciones porque el productor se limita a producir y vender, y el consumidor a comprar.

Que en la literatura económica sus analistas y escritores hayan hablado de oferta y  demanda no convierte al productor en oferente ni al consumidor en demandante. Son, insistimos, simples vendedores o productores o comerciantes intermediarios, y compradores para la intermediación misma o para el consumo final.

Este desmontaje de la falsa oferta y falsa demanda nos lleva a la reconsideración de la formación de los precios, y en adelante nos limitaremos a decir que cuando el productor produce más sin tener suficientes clientes deberá bajar los precios si desea vaciar los inventarios, y esto puede hacerlo sin entrar en competencia con ningún otro productor,  ya que otro tanto le estaría ocurriendo a ese otro.

12/01/2015 04:59:01 p.m.


[2] Véase me obra Praxis de El capital, ya citada.



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Manuel C. Martínez


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