La formación artística como experiencia integral

La UNEARTE y el reto del conocimiento y la profesionalización

“El arte político es el que se hace cuando no está de moda y cuando es incómodo. El arte político es incómodo, legalmente incómodo, cívicamente incómodo, humanamente incómodo, nos afecta, el arte político es el conocimiento incómodo”
Tania Bruguera

En tiempos de cambio y revisión de paradigmas resulta de vital importancia elaborar una mirada crítica hacia los protocolos de enseñanza que han dominado, y siguen dominando nuestro universo académico en lo relativo a la cultura y las artes. Esta necesidad obedece a la necesidad de reconocer que las artes producen conocimiento y a la vez, producen sentido como representaciones sociales que cuestionan o favorecen formas de poder asociadas al prestigio social.

En nuestro escenario cultural y especialmente en las artes visuales se observa el predominio del “objeto”, tanto en la producción como en la apreciación crítica, lo cual apunta hacia una vigencia epidérmica de la visión moderna de las artes en el campo institucional: es decir, en el mundo académico, en la crítica de arte (desarrollada en medios impresos y digitales), en la práctica museológica y por supuesto, en las instancias de mercado.
De acuerdo a las exhibiciones visitadas y a los registros que circulan por las redes sociales, se puede observar que las artes visuales en Venezuela, en los últimos años, se han enfocado más hacia la producción de convenciones estilísticas canónicas, pues se observan prácticas pictóricas que oscilan entre la gestualidad, la figuración y la recreación del geometrismo así como ejercicios fotográficos orientados hacia el documentalismo e instalaciones motivadas por exaltar más el formalismo que una experiencia integral.

En cuanto al arte contemporáneo, más orientado a la ampliación de los géneros y al examen de imaginarios sociales, salvo el trabajo de algunas individualidades, por lo general hay una tendencia a recrear modelos ya institucionalizados derivados de la tradición retiniana (más concentrada en las experiencias perceptuales), lo cual es el resultado de la ausencia generalizada de referentes críticos frente a los procesos de canonización impulsados por los mecanismos de transacciones simbólicas. Aquí es donde el mundo académico tiene sus mayores retos, pues en los planes académicos formales de arte son casi inexistentes los proyectos de investigación y debate teórico. Asimismo, resulta también urgente revitalizar la proyección de estudios de cuarto nivel para motivar al estudiantado sin dejar de lado las necesidades profesionales que el país requiere.

¿Cómo se puede reconocer la diferencia de funcionalidad de las prácticas artísticas? A través de la enseñanza integral y de la crítica profesional, ambas informadas de las revisiones que se han gestado en la práctica y la teoría artística y cultural para superar las paradojas de la modernidad (el arte de vanguardia se volvió autónomo para evitar ser complaciente con el gusto de la burguesía pero sin proponérselo, terminó favoreciendo el mercado porque su actitud contemplativa permitió la creación de formas fácilmente apreciadas y mercadeables).

Hoy en día es necesario formar a sujetos concientes del lugar que ocupan y ofrecerles las herramientas de análisis para que elijan razonadamente su destino y puedan asumir su rol como artistas de manera responsable, sin condenarse a ser unos parias o unas veletas condenadas a los aires del mercado.

Desde los años 60 las prácticas artísticas están cuestionando el sistema moderno del arte para ampliar sus límites hacia lo comunicacional y la indagación etnográfica, desconstruyendo los saberes instituidos y planteando nuevas relaciones sociales. Hoy en día se entiende que todo arte es político en la medida en que toda postura está asociada con la tradición modernista, ya sea por asimilación o por rechazo a esos modelos culturales que ejercen un rol diferenciador en lo social (cuando asigna una diferencia distintiva entre los sujetos) y en el sistema valorativo de mercado (cuando jerarquiza los objetos culturales).

Así como los artistas enfrentan el reto de advertir las relaciones de poder que han constituido el campo cultural, la academia debe asumir la producción de conocimiento como su mayor meta, pues de lo contrario, se seguirán reforzando los modelos hegemónicos normalizadores (con su actual tendencia a la banalidad y la teatralidad) que ven a los artistas como “productores de objetos” y a la obra de arte como objeto mercadeable y museable, descontextualizado y reducido a su puro valor de cambio dentro del mercado de bienes culturales.

El arte producido actualmente bajo el signo estilístico ya anacrónico del modernismo se caracteriza por favorecer una lógica renovadora orientada a la búsqueda de lo nuevo, por medio de mecanismos de representación autorreferenciales (el espacio, la luz, el color y el volumen son temas en sí mismos), privilegiando la función contemplativa por sobre otro tipo de relaciones con lo social, lo cual reproduce la tradición del “arte por el arte” que ha sido tan atractiva para las instituciones dedicadas a la mercantilización artística. La obra es un mundo cerrado en sí mismo, que se hace muy visible en la noción de “cuadro” fácilmente museable porque se puede descontextualizar y circular fácilmente como mercancía. La figura del artista representa una supuesta “autoridad” que sin embargo, resulta una mera ilusión pues son muy pocos los que finalmente llegan a gozar de este estatuto.

Si se continúa sosteniendo la categoría moderna del arte con su tendencia diferenciadora (no se debe olvidar que su origen es etnocéntrico pues su objetivo fue privilegiar el modelo de la cultura occidental), vamos a continuar fortaleciendo la cultura como “recurso”, es decir, como producto a ingresar a un sistema de intercambios de orden mercantilista y cuantificable desde una visión productivista en lo económico y en lo sociopolítico, como bien y servicio. Y cuando domina el mercado, la censura se ejerce a través del dinero como ejercicio de poder. Invertir la corriente sería reconocer otros aspectos de lo cultural, relativos a los imaginarios, al sentido crítico y problematizador.

La academia debe ponerse a tono con el ritmo de estos tiempos que revisan críticamente la tradición para recuperar sus pulsiones más liberadoras. Por ello, el sentido crítico debe ser moneda de cambio en aquellos espacios en que la enseñanza está orientada a producir conocimiento y estimular sentido de pertenencia con un contexto territorial y simbólico.

Un ejemplo a reconocer es el del Programa de Licenciatura en Artes Plásticas del Decanato Experimental de Humanidades y Artes de la UCLA, que a poco más de seis años de su fundación, se encuentra en proceso de revisión curricular por parte de su profesorado con el objetivo de responder al reto de articular la producción de conocimiento de manera integral para que los estudiantes se formen como artistas y sujetos atentos a su devenir histórico.

Esta dirección que deberían asumir nuestras instituciones, sobre todo el campo académico, que va desde lo epidérmico hacia lo cualitativo, subvierte las condiciones que despolitizan el arte y la cultura como construcción de sentido y a la vez, activa el proceso creativo como una experiencia compartida, vital, con la finalidad de vivir en sociedades más equitativas.

carmenhernandezm@gmail.com


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