De Andrés Eloy Blanco a Nicolás Maduro. “Los hijos infinitos” y la hermandad voluntaria

Creo que una sentencia que reconcilia los mundos disímiles es la siguiente: Los hijos lo son todo. Por ellos dejamos de ser lo que somos, para terminar convertidos sobre la base del amor, en seres mejores, con una perspectiva de la existencia mucho más profunda y desarrollada, un catalejo emotivo que nos hace meditar en asuntos que otrora jamás hubiesen sido tomados en cuenta por la corta y atrofiada vista con que nos modelan. Andrés Eloy Blanco, el poeta venezolano, convierte el amor a los hijos en una dimensión trascendente a la cual acudimos sin darnos cuenta: “Cuando se tienen (…) hijos, se tienen todos los hijos de la tierra”, escribe.

El colmo de la locura, del odio y la disociación es ir contra ese sentimiento. Está inscrita en nuestros genes la necesidad de proteger nuestra descendencia, es un instinto que va más allá de la racionalidad. No lo podemos explicar sino sentir, es la naturaleza hablando desde su sabiduría profunda, desde la visión total. Cuán sofisticado y maléfico es entonces el mecanismo artificial que activan algunos seres para contrariar los designios de la vida. En Venezuela lo hemos visto desde una triste primera fila. Madres y Padres, entregando voluntariamente, por inacción, por omisión, por convencimiento, sus hijos e hijas, lo más preciado, a las manos de un terrorista que los usa como proyectiles, como muros de contención, como barriles de pólvora. ¿Es orgullo lo que llega al corazón de esos que ven a jóvenes rendir culto a la muerte, rendir culto a la violencia, a practicar una política de “tierra arrasada”?, o acaso los años de alienación, de anti-naturaleza, han taponado la energía vital que llega al alma, así como lo hace todo lo que es nocivo para el cuerpo. A qué tierra mental y espiritual se marchan el padre y la madre que ofrendan a su hij@ como sacrificio de un ser macabro que solo busca la sangre del inocente. Es la insania la que ha convertido esos corazones, esos cuerpos en destructores de sí mismos. “Entrego a mi hijo y a mi hija a la muerte con el fin de que obtenga la libertad” parece gritar la contradicción que les inocularon. Y luego, me pregunto con el dolor de un padre que tiene todos los hijos del mundo, a qué tierra se marcharán, en qué lugar hallarán consuelo cuando el verdugo cumpla sus horrorosos crímenes y como todo demonio que engaña y seduce, los deje solos ante morgues y sepulcros. Cuando ya todo sea irremediable y comiencen los cuervos de la culpa, de las preguntas, de los cuestionamientos, a perseguirlos hasta el día en que abandonen este mundo.

El odio siempre se protege, genera acrobacias argumentativas, enrevesamientos lógicos, que lo esconde de señalamientos, que lanza las responsabilidades hacia afuera, que destierra cualquier posibilidad de enmienda. Quienes han sido inoculados, leerán estas líneas y convertirán en teflón sus almas, y devolverán palabras y sin razones transmutando los enemigos en aliados, y a la bondad en maldad. El profesor Edgardo Lander, me enseñó a propósito de los debates sobre los límites del planeta y la justicia ambiental, que los discursos relativos en torno a los modelos económicos y sociales, los cuales tienden a convertirse en trampas para seguir en el foso y nunca lograr acciones para hacer un mundo mejor, podrían ser resueltos con una sencilla proposición “Quién está del lado de la vida y Quién No”. Si se hace una matriz y se comienzan a evaluar tácticas y estrategias, es fácil determinar quién está en contra de la humanidad y quién busca su beneficio. Claro que una mente severamente golpeada por la cultura del miedo, no puede construir estas básicas formas de razonamiento. Y cuando lo hacen, cuando logran con esfuerzo armar el rompecabezas, ven figuras deformes, realidades inversas que son imposibles de interpretar, reconstruyen la vida con instrucciones manipuladas, creen estar armando bosques y paisajes cuando la verdad es que levantan cárceles y sumisión.

Nicolás Maduro, a quien no me cabe la menor duda el Comandante Chávez escogió por su sensibilidad y espiritualidad, entendió que el único camino, el sendero budista de la iluminación y de la paz, no puede llegar sino bajo la égida potente del amor. Pero no hay un método, una cuadrícula que pueda dibujarse en el piso para que todos la sigan. La única posibilidad es optar por promover la mirada interna, la que devuelve la atención a las raíces, a los ancestros, la que no se deja chantajear por aquellos que se burlan de nuestro origen, la que no vive esperando el reconocimiento de Europa o Estados Unidos, la que es libre, no solo de decidir que hace con su petróleo, sino la que es libre de decidir qué pensar, como sentir, como amar, qué hacer con su cuerpo, con su vida. La que habla de la emancipación del alma, la que aprendió de Chávez a romper el monopolio que la Iglesia mantuvo sobre la espiritualidad, y sacó a Cristo de los altares y lo puso en casas, en barrios, en mochilas. La que en estos momentos no se deja chantajear por los siglos de colonialismo y habla del matrimonio civil para personas del mismo género, la que considera la posibilidad que la mujer decida sobre sus propias entrañas, sobre su futuro. La que entiende que la Revolución no es más que hablar de lo que otros quieren que no hablemos, de pensar lo que otros no quieren que pensemos.

Uno no puede inventar el amor. No se puede mezclar componentes en tubos de ensayo y recrearlo siguiendo un libreto. Cuando recuerdo a García Márquez, por ejemplo, reinterpreto su bella novela “El amor en los tiempos del cólera” y me atrevo a decir que el amor tiene dos vías para llegar a la tierra, la primera es su emergencia caprichosa desde el lugar misterioso donde habita, hasta el cuerpo de aquellos que lo invocan. La otra vía, proviene de la costumbre, de la hacendosa labor cotidiana que lo alimenta, que le cuida y vigila.

No se puede decretar el amor, pero, y al menos siento que Nicolás navega en dirección correcta, tenemos que brindarle las condiciones ideales para que traiga su reino a esta tierra. A este lugar asediado y amenazado por seres que como diría Chávez “parecen humanos, pero no son humanos”. ¿Quién puede usar la muerte como embarcación para ir en busca de la felicidad? Se los respondo: aquel que sabe que el destino final es tan inconfesable y macabro, que si llegara a decirlo de seguro se quedaría sin tripulantes. La oscuridad solo engendra oscuridad, digo al pensar en cierta clase de dirigentes políticos de oposición. Pero de inmediato recuerdo que existe un fuego sagrado, uno que no puedo asegurarles de donde proviene, a qué naturaleza responde, pero que sin embargo se hace carne y mueve la voluntad de los seres que están comprometidos con la sonrisa y con el amor. Y que se levanta cada día de la cama, de los catres, que ordeña las vacas y manda a sus hijos a las escuelas, a las universidades, que vive pensando en que la única ruta es la hermandad voluntaria, la justicia, la solidaridad. La que intuitivamente sabe que la única ley de este universo, en la que todos los científicos convergen, es que nada se destruye. La vida, amigos y camaradas míos, siempre persevera y vence…

ciberejercito@gmail.com

@ciberejercito


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