“Yo soy tu cachorrito, papá”

“Yo soy tu cachorrito, papá, / yo soy tu perrito, / y voy a morderte, / por qué no vienes / y te portas mal, / por qué no vienes a comerme...”.

Sin dejar de mirar la foto de su amo estadounidense y coreando desafinadamente el popular reggaeton, el distinguido Cachorrito Imperial menea el rabo y mueve las patas acompasadamente.

En el sandungueo lo acompañan otros cuates famosos como Rintintín, Lassie, Pluto, Scooby Doo, Pillín, Laika, 101 Dálmatas y Pulgoso. Un cuarteto de canes no identificados, obviando el escándalo musical, lee apasionadamente en un rincón del salón los libros “La ciudad y los perros”, “Volveré con mis perros”, “Mi casa es un perro” y “Los Cachorros del Pentágono”, de los escritores Mario Vargas Llosa, Ednodio Quintero, Carlos Villalba y Ángel Raúl Guevara, respectivamente.

—¿Quién le enseñó a bailar?

Creyéndose aún el gerente del último refresco del desierto, el Cachorrito Imperial responde la pregunta destapando y derramando profusamente su fastuosa vanidad perruna. Su voz, que emerge desde muy adentro con espumosa petulancia, tiene un empalagoso sabor acaramelado.

—Siempre he bailado muy bien, por no decir que lo hago casi perfectamente. Tan es así, que Wilfrido Vargas se inspiró en mí para crear “El baile del perrito”. Sin embargo, mi inquebrantable debilidad es bailar el género musical anglosajón Fox-trot que mi amo me toca desde la Casa Blanca.

—Es decir, usted y la gente de la empresa Súmate bailan al mismo compás, al idéntico swing con son, que les toca su dueño.

—Sí, pero ellos son simples perritos falderos, dice mostrando la fotografía que una integrante de la citada franquicia se tomó con el amo común en la Sala Oval de la Casa Blanca.

—¿En quién se pudo haber inspirado la letra del vallenato “El turco perro”? —De acuerdo al título de esa canción, al compositor debió haberlo estimulado los fundamentos lucrativos del Alca y el Tratado de Libre Comercio.

—¿Qué hizo cuando en Mar del Plata le hicieron perder el paso de la canción que desde Washington le habían ordenado bailotear?

—Tuve que meterme el rabo entre las piernas cuando alguien dijo: “A ponerse las alpargatas, que lo que viene es joropo”.

—¿Usted baila joropo?

—De cuando en vez joropeo. Pero mi amo me ha prohibido bailar ese género musical, porque considera que esa variedad melódica es populista y revolucionaria.

—¿Cuál es su raza canina?

—Aunque muchos creen que soy un cachorro chihuahua o un can cun, mi auténtica casta es Foxterry.

—¿Cómo reacciona cuando le gruñen que “el problema no es con el cachorro, sino con su amo”?

—Me da mal de rabia, formo una perrera y echo espuma por la boca. Normalmente a esos provocadores les aplicó la conocida mordida que mis cuates usan en mi país.

—¿Dónde tiene fijada su residencia?

—Vivo en la tierra del taco y las enchiladas. Sin embargo, siguiendo la dirección de mi ladrido, siento que mi verdadero domicilio es El Pentágono.

—¿Entonces acepta que es un cachorro del Pentágono?

—Siempre lo he sido y lo seré. Pero lo que más me disgusta es que, a partir de la Cumbre de Mar del Plata, muchos han tomado mi condición de cachorrito como mamadera de gallo.

Periodista vchavezlopez@hotmail.com


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Vidal Chávez López


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