¡C…..se nos murió Bolívar!

De esta manera debieron exclamar alguno de los que aquella tarde del 17 de diciembre del año de 1830 vieron morir a Simón Bolívar.

Ese fatal día a las 4 de la tarde en la Quinta San Pedro Alejandrino se fue del este mundo el héroe latinoamericano libertador y creador de cinco naciones.

Tuvo que vestir ropa ajena, porque no tenía una camisa propia para ser enterrado.

Su camisa estaba rota y el General Laurencio Silva busca una de las suyas diciendo:

¡Bolívar aun después de muerto no puede utilizar ropa rota!

El creador de naciones, el héroe incomparable, el Presidente de Colombia no tenía como lo vistieran después de muerto. Fue acusado de tirano, de explotador, de ambicioso, de indigno de vivir en su propia patria. Perdonó a sus enemigos.

¡Que grande fue Bolívar!

El 8 de mayo de ese mismo año abandona Bogota, seguido por unos compañeros fieles y el 24 de junio llego a Cartagena y el 1 de julio recibe la noticia de la muerte de Sucre, golpe final que hace más rápido su camino a la muerte.

Llega a Santa Marta el 1 de diciembre a las 7:30 de la noche y en el muelle lo esperaban las autoridades de la ciudad.

El pueblo le hizo un recibimiento afectuoso y lo aclamaba a su paso.

Por ironías del destino el hallo su refugio en la casa de un español, Joaquín de Mier. Este era admirador suyo y le ofreció como residencia su hacienda, San Pedro Alejandrino. Al estar instalado el general Mariano Montilla le presenta quien sería su medico, Alejandro Próspero Reverend.

De una vez el medico francés se da cuenta de el mal que aqueja a nuestro héroe y de que vive sus últimos días.

El día 9 le dolía la cabeza y casi no podía hablar, duerme poco y se encuentra inquieto y recibió los sacramentos de la Iglesia Católica por iniciativa de Montilla que hizo venir al Obispo de Santa Marta, que hablo con el pero en la noche llamaron a el cura de la aldea de Mamatoco quien le administro los últimos sacramentos. Confortado por los auxilios espirituales el Libertador llamo a su escribano para dictar su testamento.

Ya no quedaba más que hacer sino despedirse de Colombia, quería poner fin a la guerra civil que se avecinaba, según él. En esta misiva descubría la magnanimidad de su alma. En su habitación se encontraban los generales Montilla y Silva, el español De Mier, Fernando Bolívar, su sobrino y el doctor Reverend. La conmovedora despedida de Bolívar provocó lágrimas en sus acompañantes. Estas últimas palabras retratan al héroe perfectamente y aquí obtiene la victoria sobre toda ambición egoísta de sus enemigos.

Su agonía física se prolonga por ocho días más y ese 17 de diciembre se nos va El Libertador. La ciudad se pone de luto y desde ese momento se produjo una transformación única en la historia. Provincias y ciudades adoptaron su nombre, plazas publicas se adornaron con su monumento, se escribieron libros se cantaron canciones exaltando a nuestro héroe venezolano al cual no supimos agradecerle en vida el amor que nos tuvo, pero debemos ahora honrar su memoria conociendo su obra…


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José Rosario Araujo


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