Mi palabra

¡Claro que está vivo!

“Dicen que ha muerto,

yo no me lo creo”

Eduardo Galeano

En todo nuestro hermoso país, sigue encendido el amor eterno, por el indomable espíritu de libertad de Hugo Chávez Frías; todo ese vibrante ejemplo para levantar y conducir a la patria de Bolívar, en medio de todas las tempestades creadas por los enemigos de siempre, ha venido creciendo en la mente de mujeres y hombres, orgullos de haber recibidos sus enseñanzas como de un antiguo maestro de escuela, esmerado por ver a sus alumnos salir  adelante en medio del atraso y la oscuridad; su inconfundible verbo, sigue fresco en el aire de la mañana; en los hermosos atardeceres de los llanos; tierra donde nació para luego alzar vuelo y hacerse universal.

Un siete de octubre, enfrentó su última batalla hacia la inmortalidad; cada paso al lado de sus semejantes, era caminar con orgullo revolucionario por los senderos de la libertad, para conquistar con gallardía el verdadero sentido de patria; en cualquier rincón del mundo se recuerda su voz orientadora, porque sencillamente trascendió como una paloma mensajera llevando a todas partes, la esperanza para los oprimidos; fue un excelente discípulo de brillantes  hombres, que lo dejaron marcado para seguir tras sus huellas; las recias palabras de Augusto Cesar Sandino, el general de hombres libres: “Nosotros iremos hacia el sol de la libertad o hacia la muerte; y si morimos, nuestra causa seguirá viviendo. Otros nos seguirán”. ¿Quién puede dudar de Chávez? las puso en práctica hasta la muerte

La vida de millares de personas las ayudo a cambiar para siempre; dejaron de andar cabizbajos por los caminos de la resignación,  sin esperanzas, perdidos en el horizonte sin un auténtico guía, que despertara el amor por los oprimidos de la tierra; las marchas triunfantes en todas las ciudades y pueblos de nuestra querida Venezuela, se convirtieron en fiestas volcánicas, contagiando a todo el mundo, para formarse finalmente las indetenibles mareas rojas, encendidas por el verbo ejemplarizante de un hombre inspirado en las ideas de Jesús el redentor, como el mismo lo llamaba y del guía espiritual de este gran movimiento latinoamericano: Simón Bolívar.

El triunfo de octubre, es apenas un episodio en la larga y brillante vida al lado de un pueblo, que nunca olvidará sus palabras con el ímpetu de nuestros valientes guerreros de la independencia; seguimos escuchando su voz serena, con el rostro cansado, pero con la dignidad de un hombre convencido de sus ideales y del paso dado en aquel momento histórico: el 4 de febrero de 1992: “Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital (...) Nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor”.

Nada, ni nadie pueden negar ese compromiso por la patria; estuviste bajo el sol canicular, sudoroso, arengando al pueblo para que despertara y no perdiera el entusiasmo para seguir empujando un movimiento lleno de esperanzas, inspirado en tu valentía al reconocer la derrota en una batalla, cuando otros se aferran a la irracionalidad para pisotear los resultados. La cárcel te sirvió de escuela, para emprender un  camino lleno de dificultades, pero siempre salías victorioso, como un volcán en erupción.

Muchas veces baja la inclemente lluvia, incitabas a tu pueblo a desafiar a la naturaleza, como lo hizo el libertador Simón Bolívar, cuando el terremoto de marzo de 1812; las gráficas son testimonio fiel de tu entrega total; siempre utilizabas un pensamiento muy estimulante de un joven patriota, José Félix Rivas: “No podemos optar entre vencer y morir, lo importante es vencer” y en esa dirección siempre estuvo presente tu lucha victorioso al lado del pueblo, para entonar el himno nacional.

¡Claro que sigues vivo! Estás presente en el hermoso rostro de una anciana, celosa cuidadora de unos afiches con tu inconfundible sonrisa; los muestra con orgullo en su humilde vivienda; ni siquiera un hijo, ya fallecido pudo hacerla desistir de su amor y apego a tu reconocida humildad. Estas vivo en la sonrisa de los niños, cuando acarician las conocidas “canaimitas”, ideadas por el inmenso deseo de actualizar la enseñanza escolar, pilar fundamental para la vida.

Pero además estas presente, en los amantes de nuestra música; en los recios copleros, a quienes siempre los andabas estimulando con tu presencia, para ayudarlos a proyectar nuestras raíces, el alma de los pueblos; sabemos, que sin una cultura verdaderamente enraizada en nuestros propios antepasados, difícilmente aprendemos a defender la hermosa patria de Simón Bolívar. Por todo ese inmenso amor por tus semejantes, sigues vivo en el corazón del pueblo.



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Narciso Torrealba


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