Se puede regresar de la muerte

Carta pública de un ex opositor a Hugo Rafael Chávez

Preámbulo

Quien no sabe de amor, no puede entender asuntos como la patria, el sacrificio, el desprendimiento. Se le hacen esquivas nociones como pueblo, solidaridad y humildad. En fin, no puede, le es negado, ser Bolivariano, Chavista. Con el amor llega la iluminación, la liberación, la paz. Eso lo he aprendido no sin duras pruebas, pero lo he aprendido que es lo que cuenta. Lo hice cuando aún Hugo Chávez vivía, aunque no tuve tiempo de decírselo. De haber podido se lo hubiera dicho, pero no. Uno de esos imponderables trascendentes se atravesó. Una enfermedad que nadie (¿?) vio venir y que limitó su estadía, marcó una línea invisible que separó nuestros caminos. En fin, sólo queda el consuelo de haber vivido su mismo tiempo histórico. La década infinita donde se libró la segunda batalla de Independencia.

Esta es una carta que le debo a Hugo Chávez, pero también se la debo a mi familia, a la nueva, a la que he formado. Se la debo a mis amigos y creo que también a mi pasado. No es una carta de disculpas, o de arrepentimientos (aunque ahora que lo pienso, ¿de qué se trata la clarividencia si no del discernimiento propio del error?), o de culpas. Se trata más bien de una reflexión para soltar amarras, para lograr aventurarme en un viaje interior que es imposible hacer sin antes repasar lo andado. Pero, por sobre todo, se trata de una carta de perdón, de la calma que debe uno mismo darse, de no dejar las cosas sobreentendidas o acumuladas, alimentando el moho de los años, y la insensibilidad del olvido.

1

Lo conocí, como la mayoría, esa madrugada de febrero. Contaba para la fecha, con diez años recién cumplidos. Fuimos avisados a través de una llamada telefónica que algo se revolvía en la capital del país. Un acontecimiento imprevisto donde boinas rojas, aparecían y desaparecían al compás del fuego cerrado. El resto de la historia, más o menos es igual (y siempre diferente) a la que todos cuentan. La televisión, la bandera ondeando, un mensaje eléctrico que sobresaltó las fibras más íntimas. El nombre de Bolívar, el retorno de los olvidados. Recuerdo haber mirado hacia el resto de edificios de la urbanización de clase media (o clase nada que viene a ser lo mismo), y darme cuenta de la gente que encendía las luces, salía a los pasillos, miraba el cielo, y que se preguntaba sobre lo que sucedía. Era como ver a alguien despertar de un sueño eterno y obligado. Salían a encontrarse con un mundo que ya no sería el mismo. Esa madrugada, Usted, Hugo Chávez, se convirtió en un nuevo despertar de la ficción a la que se llamaba vida.

A partir de allí el devenir se intensifica. Pierdo conocimiento de su destino y de los hombres que se atrevieron a ir “contra la gran costumbre” (Federico Ruiz Tirado Dixit). Me hundo en lo que queda de mi niñez, mientras asisto periféricamente a una Venezuela rota.

Por mis padres, en sus conversaciones diarias, me entero de la quiebra de bancos, de que no llegará por seis meses el salario, que es inadmisible pensar en la carne sobre la mesa o comprar ropa que no sea el uniforme escolar, o las “dos mudas” del 24 y 31, mucho más lejos está pensar en asuntos como cenar fuera de casa o acceder a los beneficios de tarjetas de crédito. Somos afortunados en medio del desastre. En la zona popular donde mi abuela vive hay historias mucho peores. Mis amigos de infancia, si acaso viven al día, no tienen ropa que ponerse y más de uno desconoce qué es ir a la escuela, puesto que han tenido que ingresar a la máquina laboral mucho antes de lo previsto. Sin embargo, en mi familia vivimos la ficción de la riqueza. ¿Cuál? La que es posible cuando se compara la situación propia con la ajena. Frente a mis amigos de infancia, nuestra posición era envidiada. Claro está, que jamás llegaríamos a ser verdaderamente ricos. No como en las telenovelas, o como esos grandes empresarios que se reunían con el Gobierno para decidir asuntos que estaba lejos de entender, como el salario mínimo o las prestaciones sociales. Esa riqueza jamás llegaría aun cuando nos la restregaban continuamente por todos los medios posibles. Ese camino que se muestra pero que a la vez se niega, era el haz de luz que proyecta el sistema de dominación sobre el cuerpo del esclavo, y que produce una sombra, un espejismo vano que se conoce como la buena vida, o en otros términos, como el American Way of Life.

Cuando Usted ganó las elecciones, tenía 17 años y estaba a punto de comenzar mis estudios de antropología en la UCV. Con mi infancia y adolescencia era previsible que sucediera lo que inmediato contaré. Comencé a militar en los grupos de izquierda. Participé en la toma del consejo universitario de la UCV, tuve algunas responsabilidades menores para avanzar en los debates por la transformación universitaria e incluso fui a la ULA con una tarea política de enlace para el apoyo de las iniciativas que se incubaban en la UCV en el año dos mil. Pero entonces, ¿qué pasó? ¿Cómo se termina embarrado hasta las rodillas? Ah, verá… Me dejé tentar por la mano invisible, no del mercado, sino de la ideología neoliberal. ¿Qué esconde esta mano? Simple: soberbia, tradición y la más maléfica de todas las cosas “sentido común”. Espero en el futuro dedicarle más espacio a estos asuntos, pero por lo pronto basta con enumerárselos.

Veamos un hecho que tengo como aprendizaje: hay que tener sumo cuidado con la educación, con el sistema educativo todo, pero especialmente con la Universidad. Es este el semillero ideal donde se consolida el proyecto de alienación cultural. La Universidad y con más detalle, el conocimiento allí impartido (socializado y masticado por la mayoría –no todos, menos mal- de profesores), no está hecho para la liberación, sino para modelar y barnizar las tuercas y pernos de la maquinaria de control futura. Los esclavos que defenderán con furia e irracionalidad a su amo esclavista.

Usted sabe que en Venezuela, pero es la historia lamentable de gran parte del mundo, se forma al niño para el ego, para preocuparse únicamente de su vida, para ocuparse del yo, de la meta individual, de los deseos nunca suficientes. ¿A quién se le preguntaba en este país, sobre la misión a cumplir como parte de una sociedad? ¿Qué padres enseñaban sobre el aporte a la patria, al futuro y la vida de los semejantes? Hasta su llegada, amigo Chávez, estos eran asuntos sin importancia y cuestiones de “trasnochados”. El adormecimiento fue quirúrgicamente planeado y ejecutado. Tan profundo llegaron en este plan de manipulación masiva, que aún con todo el esfuerzo andado, persiste. Vemos a miles, millones yendo por allí queriendo sacarse preguntas de la cabeza, entregándose al veneno, haciendo enormes colas para tomarse gratis y por mera voluntad “la pastilla del sueño”. Son los traidores de sí mismos. Pero, atención… ¿Es culpable el alienado de desear su destino? No, claro que no. Los peces no saben que nadan hasta que alguien los saca del agua. Es cierto que Usted hizo enormes esfuerzos, pero este veneno tiene tiempo haciendo su trabajo, así que es entendible que aún muchos quieran seguir atados a las cadenas.

Imagínese cuan poderoso es ese proceso, que firmé en el referéndum revocatorio. Honestamente, lo hacía porque estaba convencido de que las elecciones eran la vía para resolver la tensión existente. El tiempo me dio la razón. Sin embargo, en aquella decisión también actuó la lógica burguesa de concebir el poder y el rumbo de los Estados y gobiernos, bajo la óptica legada por la tradición liberal. Esa estupidez de “la separación de poderes”, “la alternabilidad”, “la representatividad”, “el equilibrio democrático”, etc. La argumentación cazabobos que te imprimen para que pienses que con “separación de poderes” y todas esas chorradas habrá mejor democracia. Nada más lejos de la verdad.

De Usted aprendí, y se lo agradezco, que sólo el pueblo salva al pueblo. Poder Popular, participativo, protagónico. Me llevo el consuelo de que nunca voté contra Usted, pues no podía, a pesar que a muchos, incluida mi familia, les decía que sí. Pero es que había que tener, un desequilibrio intelectual y amoroso para preferir a un hombre como Manuel Rosales.

En estos tiempos, trabajé para el Gobierno Bolivariano. Nunca viví la supuesta persecución de la “Lista Tascón”, aunque sí le digo que hay más de un mediocre y aprovechado queriendo valerse de esta lista para ocultar sus propias debilidades y oscuridades. No obstante, reconozco que es legítimo el miedo de muchos ante aquellos que estamparon su rúbrica al amparo y vigilancia de la María Machado. La muy ejecutiva y “democrática” dama de la “sociedad civil”. Es que nunca se sabe… En la oposición hay tantos, pero tantos resentidos sociales, racistas y disociados, que vale la pena al menos tener información. Pero, en fin, como todo en la vida, nada es blanco o negro, excepto el amor. Allí sí que no hay medias tintas: o se ama a la Patria, o no se ama. Uno no puede estar “medio embarazado”, como dicen por ahí. Creo que esa es una buena herramienta para evaluar a la oposición: o amas a la Patria o no. A aquellos que no la sienten, hay que ponerlos bajo vigilancia médica, pues son sospechosos de seguir conteniendo el veneno. ¡Pobres! Siguen creyéndose el cuento de que si se parten el lomo trabajando, serán ricos, así como los proto-humanos que ven en las novelas, o peor aún, como los actores de Hollywood, o miembros de la realeza. Me he salido un poco del camino, amigo Chávez, pero creo que era necesaria esta vuelta que hemos dado.

Luego, por azares de la vida (y créame que son azares, aunque después los hechos se develen como causalidades), llegué a trabajar para Antonio Ledezma. Sí, el mismo que viste y calza… Y no solamente como cualquier empleado, sino como su secretario privado. ¿Qué le puedo decir? Le cuento brevemente, porque si no, se corre el riesgo que la falta de datos sea alimento para las mentes imaginativas o malintencionadas…

Un día, estando desempleado y leyendo en el porche de un anexo en el que estaba alquilado, me preguntaron si acaso yo sabía editar videos. Dije que sí, pues era cierto. Me dieron más detalles: que si un candidato, que si un equipo de medios, que si quería trabajar por un mes... Ante seguir confinado en el porche o salir al ruedo, acepté la propuesta y así terminé no sólo editando videos, sino sirviendo de reportero y asistente de cámaras sui generis del adeco mayor en la campaña de 2008. ¿Usted sabe eso que dicen que en “el país de los ciegos, el tuerto es el rey”?, pues es verdad. Cuando se gana la Alcaldía Metropolitana, por mi experiencia en ciencias sociales y trabajos comunitarios, me convocaron para que fuese Vicepresidente de Comunidades en la Corporación de Servicios Metropolitanos. Allí diseñé en los cuatro o cinco meses que duró la Corporación, antes de creada la Jefatura de Distrito Capital, un Plan de apoyo a las comunidades del Área Metropolitana en la atención de los servicios municipales.

Al cesar las actividades de la corporación, volví al porche del anexo, sin trabajo, pero no por mucho tiempo. Mi paso fugaz por esa institución había causado un cierto impacto. Así que fui llamado para trabajar en el Despacho del Alcalde. Fui nombrado Secretario Privado. El título es ostentoso y hasta podría parecer que contenía una especie de poder omnipotente y omnipresente dentro del gobierno metropolitano, pero no, créame que no.

El asunto fue que en la estructura con que quedó la Alcaldía Metropolitana, no había un cargo de Secretaría de Despacho y lo más rápido para ocupar era ese, el de Secretario Privado. Mis tareas eran las habituales: recibir y responder correspondencia, atender a quienes llegaban por ayudas médicas, compilar la agenda del Alcalde, recibir regaños y recriminaciones, lo usual de estos casos.

Puede Usted figurarse amigo Chávez, por una circunstancia burocrática, fui nombrado en una responsabilidad que, sin desearlo, me ha seguido hasta la fecha. Y es extraño... Me gradué en el 2005, estuve dos años trabajando en el Ministerio de Economía Popular, un año como consultor de proyectos socioproductivos en el Ministerio de Turismo, un año como consultor de formación en PDVSA-CVP, pero… cuando algunos me miran dicen, allí está “ese”, “cuidado que trabajó con Ledezma”. Es la típica teoría del punto negro en medio de la hoja en blanco. No los culpo. Yo mismo hubiese dudado de mí.



2

Gracias a Dios, conocí el amor. Uno bueno, de esos que llegan con la madurez y luego de haber estropeado unas cuantas oportunidades de ser feliz. Este amor me trajo además, la conciencia de mí mismo, la esencia que estaba sepultada tras todos los prejuicios, miedos y ambigüedades. Pero por sobre todas las cosas, me trajo la oportunidad de abandonar el EGO. Fue así como llegó la luz. Fue como ver la Matrix, si me permite la analogía con la película.

Mucha de la gente que le ha adversado, de manera más o menos visceral, no responden sino a dos cosas: al ego y al miedo. El primero, es conformado por ese cúmulo de enseñanzas que te dicen lo que “debes ser” “para ser” en la vida. Esa receta muy bien elaborada y mantenida por redes que transportan y amalgaman el mensaje, convierte los cuerpos en máquinas sensoriales al servicio de una forma de vivir. La fórmula común de este récipe se traducen en estudiar-graduarse-trabajar-casarse-trabajar-jubilarse-morirse y es sutilmente inyectada en nuestros genes sin que lo percibamos.

Es el ego la plataforma donde además se cocina la soberbia, ese dispositivo con el que la alienación se defiende ante cualquier conciencia que pretenda despertarla. Cuántas burlas, cuántos insultos, cuánta falta de respeto recibió y aún recibe Usted, amigo Chávez, de aquellos a quienes sus palabras, le causan la zozobra común de todo alienado, de todo zombie. Cuántas veces se le acusó de ignorante, milico, déspota, autoritario, simplemente por brindar una alternativa al modo cultural que se impuso en Venezuela.

Hoy escucho con cuanta sorna se habla de “Tener Patria”. Para los que aún duermen, es mucho más importante tener celulares de última generación, papel tualé, dólares, que un país soberano. Pareciera que ante ellos, la soberanía viene con la posibilidad de vivir al estilo gringo. Es decir, ellos tienen Patria, o creen tenerla, cuando se ven en un espejo o en la televisión, que vale lo mismo, y pueden equipararse a los modelos que les impusieron, y que ellos, tienen la FANTASÍA de escoger. Porque lo peor de todo este asunto, es que viven la ilusión de que son libres de escoger su vida. Al final, lo único que tienen es una vida prefabricada, una vida que no es vida. Son la imagen patética del caballo que persigue la zanahoria. Nunca la alcanzarán, porque el mundo está hecho para que sea así. Sin embargo, pasarán toda la existencia corriendo, infelices, tras ella, acumulando frustraciones y consumidos por una tristeza que lastimosamente no les pertenece, al menos no en su totalidad.

El otro mecanismo que hace imposible que muchos despierten, que entiendan su mensaje, Comandante Chávez, está apoyado sobre la base del miedo. El temor más animal y primitivo. Pura y simple irracionalidad. La oposición se desgasta en una pelea que si se le mira con atención, se asemeja a boxear con sombras. Un teatro del absurdo donde los espejismos son parte del paisaje diario. Aún hoy, muchos están esperando porque venga a quitarles los hijos, a quitarles el carro, a meterse en sus casas para darle la mitad a los cubanos, expropiarles el salario, prohibirles la salida del país. Aún hoy, muchos siguen aguardando silenciosos porque los bombillos ahorradores terminen su vida útil y con ella, su capacidad de espiar las vidas ajenas.

Pero el miedo es más profundo, tiene que ver esencialmente con no saber qué van a hacer luego que sepan la magnitud de la manipulación a la que han sido sometidos. No se crea… Yo mismo he tenido miedo. Temor a admitir mis errores, a decir: “me equivoqué, me dejé engañar, caí redondito con todo y mi currículo, critiqué sin saber toda la historia, me dejé llevar por lo que me decían”.

Creo que en eso reside el mayor de los temores, a no tener la energía -no lo llamemos valor o coraje para no exaltarlo-, de decir “creo que llegó la hora de enmendar, disculpen si ofendí, si señalé, si juzgué, si herí, si ofendí”. No cualquiera está dispuesto a eso. Y menos alguien a quien modelaron completico y le metieron el cuento al que me he referido más arriba, ese de “odio el socialismo porque odio que me impongan cómo vivir, qué pensar, qué comprar, qué comer”. Ellos y su ilusión de libertad...

Hace unos días, amigo Chávez, vi algo que gracias a Dios, Usted no vio… Estaba sacando unas fotocopias y el dueño del negocio, reaccionando al programa que le han inculcado, despotricaba del Gobierno. Que si esto por aquí, esto por acá... Lo que me sorprendía es que el local estaba lleno y entraba y salía gente de manera increíble. “Esos corruptos”, decía…“Son una cuerda de malandros”, y cosas por el estilo. Entonces, llega alguien y pide una resma de papel, y el de la fotocopiadora le dice: “son 270 bolívares” y saca de debajo de una mesa, una resma de papel INVEPAL, que en el Abasto Bicentenario cuesta 70 bolívares. De inmediato, se me activó la bilis. Repliqué: “¿sabes que lo que estás haciendo es una estafa? Estás robando…” No había terminado de hablar, cuando una señora que está a mi lado sale a defenderlo. Sí, sale en defensa del fotocopiador corrupto a lo cual respondo: “bueno, allá Usted si quiere y le da gusto que la roben”. La mujer me contestó de una manera tan violenta, pero a la vez tan segura de su idea: “pues a mí, sí me da la gana de que me roben”.

Tristeza e impotencia fue lo que sentí. En ese instante pensé en Usted, y en todas las cosas similares que también le habrán causado profunda melancolía. Es esa la moral del que duerme, del alienado, del que es feliz en un mundo cuyas dimensiones las marca un televisor de 32 pulgadas, y cuya profundidad la determina el número de canales que le provee su compañía de cable.



3

¿Por qué he decidido escribir esta carta? ¿Por qué escribirle ahora? Para serle honesto, no lo sé. Imagino que al cumplirse un año del día en que lo vi por última vez, he sido abordado por la nostalgia y las ganas de escucharlo a través de mis propios pensamientos. Pero también, como le conté con anterioridad, me debía a mí mismo poner en orden algunas ideas y dejarlas así, expuestas, como una herida abierta que sólo ha de cerrarse en la medida que otros puedan visibilizar mi recorrido.

No tengo ánimos de profeta, ni de andar por allí diciendo “es ésta la verdad, síganme”… Para nada. Esa misión la deben tener otros con mayor voluntad, inspiración y experiencia en la lucha.

Me conformo con agradecerle el haberme ayudado a descubrir asuntos de mí mismo que hubiesen permanecidos completamente ocultos, de no haber sido porque tuve el privilegio de volver a escucharlo. Ahora con otra mentalidad, con otra vibración. Ya todo suena tan sensato, tan coherente y tan lleno de sabiduría, que no tengo idea -aunque sí que la tengo- cómo no lo vi de la misma manera con anterioridad.

Ahora no aspiro nada que no sea ser feliz al lado de mi familia. Ver crecer a mis hijas, tener tiempo de escribir y de leer, aportar un grano de arena -o de maíz- al mundo para que sea un mejor lugar. Sonreír, ver las tonalidades del Waraira Repano luego de la lluvia, comerme de vez en cuando un helado Copelia de mantecado con chocolate. Puede que suene cursi, pero es así, ni más ni menos. Además, como diría una querida amiga, ¿quién dijo que ser cursi es malo? Es muy cierto eso. Parte del éxito del sistema opresivo es que nos avergoncemos al hablar de la belleza de la vida, del amor, de las cosas buenas, de las utopías, del gusto por lo simple.

Estuve en un foso, en la muerte, se podría decir, y he vuelto de nuevo a este lugar del mundo. He comprendido que no es la verdad la que nos hará libres, sino el deseo de emprender su búsqueda. Puede que no la encontremos o que sí, pero el ejercicio que otorga la mera intención, fortalece el alma de una manera tan poderosa, que es imposible volver a caer en el sueño eterno, en las garras del enemigo.

Me doy ahora cuenta, que es precisamente por esto que escribo esta carta. Lo hago para agradecerle a Usted, Comandante Chávez, por haber sido tan valiente y bondadoso. Por no dejar el camino allanado, sino por señalarlo. Por hacernos recuperar la fe en nosotros mismos, en el pueblo. Por devolvernos la esperanza y el fuego sagrado de nuestros ancestros. Por hacernos sonreír. Por ver el infinito en los asuntos cotidianos. Por recordarnos que siempre es posible vencer la adversidad. Por enseñarnos a amar, incluso a quienes no quieren ser amados. Por entregarnos la paz. Por recuperar la patria.

Gracias por devolverme a la vida, Comandante Chávez.

José Negrón Valera

@ciberejercito


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