Espíritu “alzao”


Espíritu de la sabiduría, escuchad lo que voy a decir: Junto a nosotros vivió un hombre de palabra extensa como el infinito, que tenía un valor inmensamente humano, y muy temprano se inmortalizó en las ranuras del tiempo. Un día se fue al otro lado del mar a contemplar los colores del arco iris que adornaba el cielo de Hispanoamérica libre. No regresó. Dicen que una caricia extraña lo sumió en un sueño profundo lleno de paz y de matices. Hoy su ausencia y su legado nos muestran que sólo unidos en comunidad social podríamos igualarlo en lo humano, en lo humilde y en lo justo.

Espíritu de los ríos, dicen por las aldeas y por todos los caminos que aceleran el alma, dicen que ante la presencia de aquel hombre de corazón grande, la niña invidente lloraba con gran dolor y el alma desolada, como si presintiera que aquella voz cálida y amable que le arrullaba y que le consolaba en su regazo, lo hacía por última vez.

Espíritu de los desiertos, ¿sabías tú que una lengua de fuego rompió las cadenas de una quimera, y que un calor fecundo que nos amamantó el alma emergió de la profundidad de un volcán y se adentró en los fuertes vientos que se encaminaban al Sur?

Espíritu de la montaña, me decías que con una gran carga en tu corazón vestías el luto de la tristeza, cuando veías a tus hijos caminar dispersos bajo la insolencia imperial en la tierra de nadie.

Espíritu de la luz, dime que visteis la grandiosa silueta de un ser maravilloso esconderse tras el rojo horizonte, que acariciaba a las blancas nubes de la Patria querida.

Espíritu de la esperanza, solo los hombres de honradas ideas se alzan. Una vez un gigante gladiador de elevada espiritualidad y estatura moral le decía a la desesperada y avarienta muerte, chica, por favor, esperad un momento que le muestre al vil imperio cuán gloriosa y rebelde es mi espada, y después te acompaño.

Espíritu de las sabanas, dices tú parafraseando a ese intrépido guerrero, que con humildad desnuda y con una herida en el pecho clamó diciendo: “¡Señor!, dame tu corona de espinas para ceñir mi cabeza, y dame cien cruces de pesado madero que yo dichoso sobre mi espalda las llevaré, pero a cambio, Señor, regálame un poco más de vida para servir a mi pueblo”.

Espíritu de la libertad, continúas diciendo tú que poco tiempo después de aquella súplica al cielo de tan aguerrido gigante, bajo un tibio sol del atardecer una vida útil sucumbió, y rompió un silencio de multitudes.

¡Espíritu alzao, Dios es bondadoso. Por allí anda el Comandante gigante más vivo que nunca. Parece una llama olímpica en las manos de su pueblo!





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Julio César Carrillo


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