Yo he salido por ahí a pelear contra molinos de viento


Reventándome los sesos, leyendo y leyendo, analizando los trabajos de Jorge Abelardo Ramos, de Manuel Ugarte, de Niezstche, Freud y Schonpenhauer. Y tratando de pensar en algo que me saque de tantas dudas, en medio de quinientos años de esclavitud, entre repasos y repasos de mi lugar y de mi papel en este mundo. En Venezuela no sé si habrá diez personas capaces de pensar, y cómo me gustaría departir con ellas. Una de esas personas pensantes son Vladimir Acosta y Luis Brito García. Y puedo decir que con ellos debato cada semana a través de sus libros y sus artículos.


Qué difícil y peligroso resulta pensar. Porque los españoles que esclavizaron a estos pueblos le tenían miedo al pensamiento y le declararon una guerra terrorista a todo el que tratara de pensar, y es una técnica que nos la han estado aplicando desde hace cinco siglos. Era de la gente que quemaban herejes y de los que colgaron y quemaron a Miguel Servet. Eran los españoles conquistadores y colonizadores, hijos de la Inquisición, tatataraabuelos de Juan Carlos de Borbón. Y todavía en Venezuela hay muchos esclavos, pero ahora los más esclavos son los que más tienen: la clase media y la clase alta. Son los esclavos que celebran la muerte de Chávez y que hace poco andaban luciendo con mucho orgullo aquellas franelas que decía “Por qué no te callas”.


Hay todavía varios millones de esclavos en este país, y que se regodean de su miserable condición. Me admiro, pero es sencillo, los conté el pasado 14 de abril. Después los vi caceroleando arrechamente el día 15 por la noche.


Todos esos estudios y todas esas lecturas en las que uno se enfrasca, no nos hacen nada feliz, por el contrario uno siento más solo, más aislado, menos entendido y escuchado. Uno en Mérida poco discute y analiza lo que estudia, lo que lee, lo que piensa. Chávez trató de que la gente en Venezuela se dedicara a leer, y en vida del gran Comandante se publicaron millones de libros que se repartieron gratis, pero yo no sé por qué la gente no se dedicó a leer con ahínco esas obras. Yo no he conocido todavía una persona que se haya leído a Los Miserables de Víctor Hugo, ni a Don Quijote, por ejemplo, de esos millones de obras que se repartieron. Por otro lado, cómo disfruto hablando con alguien que tenga pensamiento propio aunque nunca se haya leído un libro. Me encanta hablar con los sagrados seres que habitan los campos y que jamás se han contaminado con las estupideces de los que viven en la ciudad. Yo estoy planeando irme al campo. Me escapo de esta ciudad llena de magníficas y rutilantes ridiculeses, pero a la vez siento que tengo compromisos ciudadanos y me devuelvo a estos desiertos de almas compungidas que no acaban por formarse.


Y la mayor pérdida de la humanidad ocurrió el 5 de marzo de 2013, cuando Chávez murió, ese hombre que era un lector empedernido, que no dormía, que no descansaba soñando y sufriendo por nosotros. El hombre que escribe en este país tenía la certeza de que algún día Chávez lo iba a leer, y lo iba a comentar. Ya ese hombre no se encuentra entre nosotros. Qué perdida, caramba.


Pero a lo que yo quería referirme era a otra cosa. O a la misma, quizás. Quiero demostrar con suma claridad lógica y perfecta que los llamados caprilistas (o rosalistas) no existen. O que en Venezuela la oposición es menos que la nada. Que es menos que un bluf, que una pamplina que al menor soplo estalla. No hay, por supuesto, 7.270.403 opositores netos y formales en Venezuela, deseosos de salir de la revolución bolivariana.


Yo he visto las vallas de Capriles con su gorrita y su mirada de actor de telenovela mejicana. Un tipo “lindo”, “precioso”, “bello”. Con mirada vidriosa y seca del sujeto que se cree que se las come todas, como la de un perrito de lujo. Un mero afiche. Lo he visto y es todo lo que es: moda cursilísima, moda para chamos o ancianas hediondas a perfume caro, cocos vacíos. Vallas para pendejos, para seres sin alma. Todo lo que él es, está en esas vallas, ni más ni menos. Por cierto, vallas que considero muy peligrosas porque propician las más horribles estupideces que anidan en toda alma vacua y fofa, y que los impulsa a ridículos actos suicidas. La admiración de “Oh terrific”, “guao”.
Ahora bien, toda esa gente fofa, aunque furiosamente peligrosa por boba (tienen la descomunal estupidez para aturdirse dándole con mucha fuerza a una cacerola durante horas, y andan armadas de descomunales complejos y deficiencias muchas de ellas sexuales...), no sería capaz de dar una pelea de dos minutos por principios o por valores políticos de ningún tipo. Porque insisto, son menos que la nada. Ellos nunca salen a dar la pelea con constancia y seguridad, y siempre requieren de mercenarios que estén al frente de sus miserables combates. Por eso andan en la búsqueda de paramilitares colombianos o de agentes de la CIA gringos, que vengan a dar la “pelea” por ellos. De modo que el caprilismo no me preocupa en absoluto, aunque siempre es fastidioso oírlos en los bancos, en los mercados, en los aeropuertos, hablando pendejadas, siempre quejándose de todo, aunque nunca en su vida han llegado a hacer algo por su país. Yo ahora he descubierto un método espectacular para aplacarlos. Cada vez que un escuálido se me acerca para hablarme horrores del gobierno saco un caramelito y se los obsequio. Se endulzan y se van contentos. Siempre llevo los bolsillos llenos de caramelos. Una técnica que se las recomiendo. Me ha resultado maravillosa.
Frioleras.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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