Tribilín: ¡Venciste también a la poderosa muerte, vale!

Camarada: ¡Qué injusta pretendió ser la muerte! No pudo tampoco contigo aún siendo indefectible. Pero que injusta fue al pretender hacerte su víctima ineludible.

Y te confieso que me vi tentado a decirte que por fin alguien tenía que vencerte, y que, nada más y nada menos, tenía que ser la muerte: la infalible, la inconmensurable muerte. Pero me di cuenta que no podía ella cantar victoria. Sí, porque una misteriosa vida eterna la podía vencer, y para siempre. Y te digo que eres para mí hoy, la vida eterna. Sí, me luce que has vencido a la muerte. Sobre eso no abrigo ninguna duda. ¿Cómo puede evitar la muerte, Tribilín, que vivas protegido en mi vehemente corazón y en mi intranquila conciencia? Y cuando se detenga mi corazón, ¿cómo podría evitar la muerte que vivas también para siempre protegido en los corazones palpitantes y en la conciencia justiciera de millones de venezolanos y venezolanas, más allá de las generaciones? Tú seguirás siendo el corazón del pueblo (antes de ti, descorazonado) y sabes que el pueblo, nunca muere. ¿Ves, camarada? La cosa entonces no le será fácil a la muerte para creer que te venció. Además, vencer a un invencible, como tú, nunca es vencer.

Y vaya, además, cómo le pusiste tu enorme bota en el cuello a la injusticia. Y vaya… cómo la tienes de grogui. Y no se la quites hasta que muera, porque la muerte, tan injusta igualmente, no mata la injusticia, pero tú, que la has vencido a ella, sí la matarás. Y es lo único que matarás con tu enorme bota, Tribilín.

Y eres tan demoledor, de falsos paradigmas, que me demostraste todo lo contrario a lo que me gritaba un prejuicio casi congénito: que en el alma de un soldado, no tenía cabida la bondad. Y digo hoy, no solo la bondad, sino el más excelso civismo. Eres expresión eterna de la bondad, Tribilín. La platónica idea de bondad, nunca estará mejor representada en esta atormentada Tierra. Y ojalá que esa bondad tuya se convierta en una virtud cósmica, para que siga siendo una esperanza realizable, incluso, más allá de los confines del Universo; de un no sé, si aún cavernario Universo.

Un hombre no llora porque quiere. Las honestas lágrimas de un hombre surgen porque el alma es un océano de amor y esperanza que se agita permanentemente, y que, cuando lo hace desmedidamente, entonces se desborda a través de los ojos. Resulta inevitable, hermano. Así ha vivido mi alma, sobre todo, desde hace año y medio.

Tribilín: Gracias por tus reflexiones, vale. Gracias por tus cuentos. Gracias por tu valor. Gracias por existir.


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Raúl Betancourt López


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