Por esto amamos a Chávez

Quiero intentar expresar, tomando prestado el sentimiento de ustedes, por qué amamos a Chávez.

Las personas que fuimos críticas de los adecos y copeyanos vimos pasar unos y otros gobiernos sin que en el país ocurrieran los cambios que se suponían eran necesarios. Los mismos programas de gobierno no sólo eran incumplidos sino que al ser planteados a espalda de la realidad y en el contexto de una Venezuela vista desde la óptica metropolitana, impuesta y aceptada, no podían tener viabilidad y no podían ser realizados. Pasaban las décadas y muchos llegamos a aceptar que moriríamos sin alcanzar una Venezuela soberana, una nación que luchase por pensar su destino con ideas propias, una verdadera democracia, más allá del voto con el que sólo lográbamos validar la permanencia de políticos de oficio en el poder.

Fue el destino tan implacable, que poco a poco los grandes sectores de la población trabajadora, estudiada, y centrada en sus altos valores comenzaron a aceptar de hecho la situación imperante. Se habló por mucho tiempo de desesperanza aprendida, pero se le atribuía a aquellos que nada tenían: a los pobres a los que sufrían y debían luchar hasta por el agua que necesitaban tomar; cuando en realidad la desesperanza estaba en todos nuestros corazones porque muchos que nos considerábamos luchadores y de vanguardia, sentimos que no había salidas, que nada podía hacerse, que nuestro trabajo duro y diario no conducía sino a la salida inmediata. Nos encerramos en nuestras pequeñas cosas, en ser buenos ciudadanos, en dar ejemplos que nadie veía, en ser puntuales y eficientes, en luchar por la familia, en obtener nuestras victorias privadas. Vivimos con la desazón propia del que pensó hacer algo grande y se quedó sólo escribiéndolo y enseñándoselo a otros. Pero para poder vivir hay que adaptarse y debemos saber qué podemos y no podemos hacer, hasta dónde podemos y no podemos intervenir y así, entre otras cosas y poco a poco:

Aprendimos a ignorar cuántos jóvenes año a año quedaban fuera del sistema universitario. Aun conociendo el hecho, no lo percibimos como un problema social, sino como un problema de investigación para presentar una tesis o una monografía, para tener datos y hacer comparaciones. Racionalizamos el hecho, y lo atribuimos a la incapacidad de aprobar las pruebas de entrada, a la falta de estudio, a la mala formación.

No atacamos, como docentes y como seres sociales comprometidos, el problema del analfabetismo, alguien estaría ocupándose de tal hecho, si es que eso era importante. El compromiso era de ideas pero no había como comprometerse políticamente.

Pensamos que al igual que nuestros niños de clase media, todos los niños iban a sus escuelas, se graduaban, jugaban fútbol, tenían actividades extra curriculares, comida y merienda. Y si no era de esa forma se acusaba a las madres de las fallas de los hijos: no se esmeran, no le dan importancia a la educación, no tienen valores.

No nos acostumbrábamos a los cinturones de miseria, pero nunca le dábamos una miradita, ni siquiera de reojo, dolía demasiado y necesitábamos vivir. No debían estar allí hacían fea la ciudad, eran extranjeros que trajeron sus problemas y que ahora nos invadían con sus costumbres.

Siempre ha habido buenas plumas para la crítica y lo hacían, y eso nos hacía felices porque alguien se ocupaba de decirle al gobierno, en el más leído de los periódicos, sobre lo ineficientes que eran sus adeptos y de cómo nunca solucionarían ninguno de los graves problemas.

La gente no tenía cédula, ni partida de nacimiento, eso era así, Coromotico se acostumbró desde lo alto de su cerro a no tener nada, ni identidad siquiera, y la caricatura fatalista nos acostumbró a nosotros a que la crítica estaba allí pero que nada podía hacerse.

Absolutamente todos pensamos que aún pagando cotizaciones por el Seguro Social, el mismo no servía para nada; qué importancia tenía eso; pobres de los viejitos que tenían que hacer esas largas colas para recibir una miseria.

Sólo una larga vida nos daría la oportunidad de cobrar las pensiones de jubilación, en algún momento serían privatizadas, la privatización solucionaría muchos de los problemas, sólo que cuando vimos el desastre de países hermanos que privatizaron hasta la conciencia comenzamos a sentir temor.

Debíamos vivir y no era posible estar pensando en cómo hacía la gente pobre para curarse, para comprar medicinas para ser asistidos en su dolor. Sabíamos de memoria que el sistema público de salud siempre estaba en problemas, ni gasa había, los periódicos todos reportaban esta situación, huelgas y protestas, si una cosa sabíamos y conocíamos era de esa realidad, que como tantas otras, no tenía solución.

El hampa siempre andaba con “el moño suelto”, las noticias y los noticieros todos los lunes hacían la larga crónica. Problemas de las grandes ciudades, cosas que como otras tampoco tenían solución. Un oportunista se le ocurrió llamar a un policía neoyorquino que salió espantado cuando vio la cara al problemón.

El petróleo había que sembrarlo, sólo que no se nos dijo cómo. Por largo tiempo se sembró en los bolsillos de pocos que vivieron como la nata sobre la leche, porque tenían unos méritos que nosotros no teníamos ya que nuestras cualidades no alcanzaban la meritocracia, suerte de aristocracia inventada. Grandes entendidos explicaban de las maravillas que ellos hacían en una empresa que casi daba pérdidas, y que ellos con sus méritos y sus conocimientos salvaban día a día. Así lo aceptamos y así vivimos, total, daba para que nos pagaran nuestros modestos salarios.

Esta lista de desesperanzas aprendidas podría ser alargada, cada quien puede añadir una más, hagamos ese ejercicio, es bueno para comprender cuanto debimos desaprender, cuando Chávez nos planteó que era posible llevar a cabo el gran cambio estructural y de pensamiento y así se lo propuso al país y nos convenció que debíamos primero comenzar a pensar de otra forma, a sentir de otra forma, a mirar al otro en sus ojos y percibir que somos uno; a admirar todo lo que tenemos y todo lo bueno que podemos hacer entre todos y para todos; a conocer nuestras debilidades para poder superarlas; a internalizar que sólo otro modelo de desarrollo, que siendo humano, nos brindará la posibilidad de producir para que todos podamos consumir nuestros alimentos y satisfacer nuestras necesidades; a entender que mi destino es el destino de todos y que por lo tanto debemos luchar por una América Latina unida y solidaria; a sentir que sólo a través de un esfuerzo denodado, con la participación y con el protagonismo de todos, lograremos las soluciones que sí son posibles, porque sí es posible lograr una sociedad productiva justa e igualitaria de seres humanos felices.

Por eso amamos a Chávez, porque nos devolvió la esperanza, porque nos ha enseñado que sí hay salidas, porque es un ser humano con voluntad y decisión, porque nos enseñó a ver cara a cara al pueblo sin sentir miedo ni pena, porque nos enseñó que en cada carencia de ese pueblo hay un reto para nosotros, hay un proyecto de solución, hay un ser humano que espera recibir pero también dar.

Por eso amamos a Chávez, porque es sincero, correcto, trabajador incansable, lector asiduo, estudioso, porque siente y cree con convicción que todos pueden alcanzar sus sueños y forjar su destino.

Por eso amamos a Chávez, porque tiene defectos que sabe reconocer y busca superarlos, porque es bondadoso, porque es fuerte y sabe conducir, porque mira alrededor y busca los indicios que le da la vida, la gente, el Pueblo.

Por eso amamos a Chávez, porque cree en Dios, en el equilibrio universal, en la paz, en el respeto hacia los otros, porque con sólo verlo cuanto sufre frente el dolor del otro, me reconozco en él; porque ama a los niños y a los ancianos, porque su corazón se aflige ante el indigente y el desposeído. Porque nos ha enseñado:

Que sí es posible la Venezuela de nuestros libros infantiles: Libre y Soberana.

Que nuestros ideales de solidaridad y convivencia no son palabra vacías.

Que el trabajo es de todos, que ningún ser humano es superfluo.

Por eso amamos a Chávez, porque no es corrupto, porque quiere alejarse de la banalidad, el consumismo, la vanidad, porque quiere como muchos queremos ser cada vez más humano, porque siempre quiere enseñar pero como pocos, siempre piensa que los otros necesitan y pueden aprender. Porque lucha por ser un hombre humilde y sabe que la humildad es concederle la razón al desposeído, al maltratado, al desolado, al que nada tiene.

Y en este momento de Dolor Mayor cuando ese ser humano está pasando por este su destino, ese su dolor es nuestro dolor, esa su pena es nuestra pena. Chávez está sembrado en todos y cada uno de nosotros, es un sentimiento, que va más allá de nosotros mismos, que es una suma mayor a las partes que se suman.

Como dijo el poeta, nosotros los de entonces ya no somos los mismos, y nuestro pasado se ha trastocado en esto que somos hoy y que tenemos para seguir luchando y perfeccionando. Pero Chávez puede hoy seguir siendo solidario con su pasado, ese pasado de lucha y entrega lo define y lo definirá como a nadie, no tiene arrepentimiento de última hora porque no necesita cambiar su pasado.

En este momento millones definimos su vida y nosotros el pueblo estará allí para decir: ÉL ES, por lo que hizo y por lo que dejó. Puede que no esté ya como un hombre de carne y hueso, si se nos va, nunca dejará de estar, de ser, de vivir en todos nosotros y en su tierra en donde quedó su ombligo enterrado y se hizo Patria.

marujaromeroyepez@gmail.com


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Maruja Romero Yépez


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