Alquimia Política

Francisco Pi y Margall: “la revolución aún hoy es la paz”

Francisco Pi y Margall (Barcelona/España, 1824; Madrid, 1901) estuvo ligado a lo que históricamente se conoce como 1ª República Española, donde tomó partido como uno de sus principales impulsores. Con él se proclama la República Federal y de allí una serie de cambios enfocados hacia el pensamiento federalista-anarquista que propusiera a mediados del siglo XIX, el ruso Mijail Bakunin.

Pi y Margall teoriza toda una concepción federalista que le hace implantar un modelo federal inspirado en la libertad y en la igualdad social. Según sus escritos, la federación es un sistema por el cual los diversos grupos humanos, sin perder su autonomía en lo que le es peculiar y propio, se asocian y subordinan al conjunto de los de su especie para todos los fines que les son comunes.

El lado operativo de la Federación es, en apreciación de Pi y Margall, el establecimiento d una unidad sin destruir la variedad y sin menoscabar la independencia ni alterar el carácter de naciones, provincia o pueblos. Pi y Margall concibe las sociedades en dos círculos de acción: uno en que se mueven sin afectar la vida de sus semejantes; otro, en que no pueden moverse sin afectarla. En el uno son tan autónomas como el hombre en su pensamiento y conciencia; en el otro, tan heterónomas como el hombre en su vida de relación con los demás hombres. Entregadas a sí mismas se conciertan en el segundo con las sociedades cuya vida afectan, y crean un poder que a todas las represente y ejecute sus comunes acuerdos. Entre entidades iguales no cabe en realidad otra cosa; así, la federación, el pacto, es el sistema que más se acomoda a la razón y a la naturaleza. Pi y Margall, hace un enfoque político del Federalismo, pero advierte que esa visión política tiene su base en la sociedad. Esa base fundamental es para él la ciudad.

La ciudad, esgrime Pi y Margall, es un grupo familiar que se acercó a la necesidad de un cambio. Es una nación en pequeño. Tiene su culto, sus leyes, su gobierno, su administración, sus tribunales, su hacienda, su ejército; tiene su organismo, su Estado. La ciudad, prosigue el autor, es la sociedad política por excelencia, y no se resigna jamás a ser esclava. Esta autonomía, insuperable por los Estados o naciones más extensas y complejas, se debe a lo reducido de la variabilidad, tanto decisoria como de convivencia, en los objetivos generales que sustenta como fines la ciudad para subsistir. Esto permite una omnipresencia sobre los problemas y del mismo modo una respuesta directa que satisfaga las partes envueltas. Es decir, reducido a dimensiones pequeñas el problema es más controlable.

Esa concepción de localidad autónoma, se siembra en el pensamiento de Pi y Margall para edificar su idea Federal y así lograr modelos que aseguren la participación de más comunidades en el modelo federal de organización, así como la detección de posibles defectos que pudieran ser subsanados en nuevas experiencias. El ejemplo de la ciudad como célula inicial del principio federal se extiende, paulatinamente, hacia los niveles más elevados de los grupos sociales (de la ciudad a la Nación, de allí a la comunidad internacional).

El esquema planteado por Pi y Margall, en general, de la organización federal es el siguiente: “Partiendo de la Federación de los individuos en comunas (ciudades, municipios específicamente), se pasa a la organización de esas comunas en Provincias; de allí en naciones y de allí a una Confederación de Estados.”

Por de pronto, se sabe que la federación descansa en la naturaleza del hombre y la sociedad, y toda nación unitaria por el solo hecho de violar la autonomía de los diversos grupos que en su seno existen, está condenada a vivir bajo perpetua servidumbre o en continua guerra.

El pensamiento de Francisco Pi y Margall, está fundamentado en dos razones fundamentales: primero, que expone la concepción liberal de la idea Federalista desde una óptica moderna y diferente a los clásicos, (A. de Tocqueville en su “Democracia en América, por ejemplo); y segundo, es un ejemplo genuino del federalismo anarquista (específicamente el profesado por Mijail Bakunin).

En líneas generales, el federalismo en su marco teórico, constituye un modelo de organización de intereses comunes, dentro de la cual el Poder Federal tiene aquellas funciones generales que se refieren a los interese comunes de todos los Cantones o Estados, funciones que determina previamente una ley fundamental votada unánimemente por dichos Cantones o Estados, que conservan incólume su autonomía en cuanto atañe a sus intereses.

En otro orden y recurriendo a otra obra de Pi y Margall, el federalismo es libertad. La federación realiza, por una parte, la autonomía de los diversos grupos en que se ha ido descomponiendo y recomponiendo la humanidad al calor de las revoluciones y por el estímulo de los intereses; de otra, el principio de la unidad en la variedad, forma constitutiva de los seres, ley del mundo.

Pi Margall, refiriéndose a la obra Principio Federativo de Proudhon, dice: “es un libro en que, después de sentadas la libertad y la autoridad como los eternos y contradictorios elementos de la vida de los pueblos, se explican las vicisitudes y los sistemas a que han dado origen y se demuestra que la federación, última evolución de las ideas políticas, es la única que puede afianzar en las naciones la dignidad, la paz y el orden”.

En 1901, el mismo año de su muerte, visita Barcelona para abrir los juegos florales con un discurso famoso. Pi y Margall es ya el anciano venerable, respetado y admirado por todo el mundo, aunque seguido por muy pocos, tal como lo retrata Azorín (apodo de José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, 1873-1967, escritor español) en su ensayo “La voluntad”: “…El anciano está sentado en un amplio sillón. Tiene la barba blanca; sus mejillas están sonrosadas; los recios cristales de unas gafas tamizan el brillo de la mirada. Es menudo de cuerpo; su voz es incisiva y penetrante. Y conforme va hablando, sencillamente, ingenuamente, va frotándose las manos una con otra, todo encogido, todo risueño... En el tremendo desconcierto de la última década de siglo XIX, sólo este español se yergue puro entre la turba de negociantes discurseadores y cínicos.” A su muerte, un periódico aseguraba que será eternamente admirado allí donde haya hombres que abominen de la guerra y de la injusticia social, de la tiranía, de la desigualdad de clases, y que tengan por ideal la paz y el amor al prójimo. El amor santo que un día reconciliará las razas y las naciones en una federación universal. La honestidad y la coherencia personal que corre a lo largo de toda la vida de este hombre singular se refleja en la continuidad y profundidad de su pensamiento. Y como dijo hasta la saciedad: “Sostengo que la revolución aún hoy es la paz”.

azocarramon1968@gmail.com



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Ramón E. Azócar A.

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

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