Invasión Marginal

“Magullaste las cabezas del leviatán, y lo diste por
comida a los moradores del desierto”. Salmo 74,14



"Señoras y señores, les tengo que dar una grave noticia esta noche... Aunque parezca increíble, tanto las observaciones de la ciencia como la evidencia de nuestros ojos nos llevan a la inevitable conclusión de que los extraños seres que atemorizaron a los granjeros de Nueva Jersey esta noche, son la vanguardia de un ejército invasor del planeta Marte."



La noche del 30 de Octubre de 1938, una transmisión radiofónica emitía esta noticia a más de millón y medio de norteamericanos. El joven actor de 23 años, Orson Welles, estaba tras el micrófono y presentaba datos exactos de la reciente invasión alienígena, además de los testimonios de varios testigos y las grabaciones de los extraños ruidos y voces de los invasores. Cientos de miles de personas, presas del pánico y la desesperación, llamaron a sus familias y a las autoridades diciendo haber visto a los marcianos y a los terribles efectos de sus armas, algunos decidieron suicidarse.



Welles, utilizando la novela de ciencia ficción “La Guerra de los Mundos” escrita por HG Wells en 1898, develó el enorme poder de un nuevo leviatán, con porte de manso y alegre cordero, que tenía una capacidad de transfigurar el mundo que sólo podría compararse a la de una invasión extraterrestre. Se había detonado un arma de alcance masivo que producía estados de alineación mental en las incautas víctimas humanas. Welles dio la noticia de una invasión marciana, en realidad se trataba del comienzo de otra conquista, la de las almas. Décadas más tarde, la transmisión de Welles fue repetida en Chile, Ecuador y Portugal, produciendo similares resultados en los aterrados ciudadanos. De nuevo, las Criaturas Mediáticas Terrestres, no marcianas, provocaron suicidios, infartos y crisis de ansiedad y depresión.



Con toda esta evidencia, los propietarios de los mass media, los empresarios y los políticos, vislumbraron el excepcional instrumento de persuasión de las masas y de distorsión de la realidad con que contaban para sus fines comerciales, políticos y bélicos. Se desplegó entonces un enorme esfuerzo para desarrollar las técnicas y alcanzar la cobertura de los medios que empleara Welles en 1938. Y así, los medios de comunicación, que pudieron ser el camino más expedito para conducir a los seres humanos a una existencia más justa, pacífica y proclive al bien, se convirtieron en el arma de mercaderes y políticos inescrupulosos cuyo fundamental objetivo es la ganancia desmedida y el poder omnímodo. Miles de imágenes de violencia, vulgaridad y estupidez, y de mensajes plagados de mentiras y engaños, son vertidos continuamente en las mentes de millones de seres humanos en todo el planeta, destruyendo sus espíritus, sus culturas y sus estructuras sociales. La gran licuadora mediática va convirtiendo la multicolor diversidad de la humanidad, en un conglomerado homogéneo y gris de primates patanes, ignorantes, mercachifles y consumidores. Almas conquistadas y encerradas en el cerco del consumo voraz, el individualismo feroz y la religión del mercado.



Los grandes medios no se limitan a promover el consumo con su reconocida labor -¿marciana, Sr Welles?- del “lavado cerebral”. El Dios Mercado, cuyo cielo está en el Norte, tiene potenciales adversarios, sus víctimas, la mayoría de ellas habitantes del Sur, del tórrido infierno tropical. A estos eventuales enemigos, que son la mayoría hambrienta del planeta, no se les debe permitir que perciban la injusticia y la explotación que los condena cruelmente a la miseria, no pueden adorar a sus Dioses originarios. Los mass media, hacen su infame labranza en las almas de los desposeídos, sembrando odio y repulsa contra todo aquello que se resista al Dios Mercado, y haciéndoles creer que un día, si se esclavizan lo suficiente, podrán alcanzar el paraíso prometido.



De este modo, cuando los noticieros nos transmiten las imágenes de crueles exterminios de inocentes, que siempre son nuestros pares de pobreza (en Irak, Kosovo, Afganistán, Panamá, etc.), en lugar de sentir indignación y percibir la amenaza, logran que con alivio contemplemos las heroicas acciones de la “Santa Cruzada de la Libertad y de la Democracia total”. Los cuerpos mutilados de niños, mujeres y hombres inocentes son imágenes remotas, que vistas desde el confort de un sillón y bajo la perspectiva mediática, no son más que bajas necesarias o el sacrificio que deben pagar los malos de la película, casi siempre árabes “fanáticos y brutales”, africanos “salvajes”, latinos “narcotraficantes” o crueles “comunistas”. Estas bajas no tienen sepelios, ni actos colectivos de duelo, ni miniseries que relaten su dolor y heroísmo, porque estas víctimas, a diferencia de las fallecidas en las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York, no son más que los indios del General Custer, héroe nacional Norteamericano que decía: “el mejor indio es el indio muerto".



La impunidad con que actúan las grandes potencias para invadir y atacar países en franca desventaja bélica, arrebatándoles sus riquezas y soberanía, se deben por supuesto al vasto poderío bélico de estas potencias, pero en mayor medida a sus medios de comunicación de masas, que bien haríamos en llamar de “dominación de masas”. Los medios se encargan de desmoronar las bases morales y racionales de los grupos progresistas que se les oponen. Estos últimos, por la manipulación de las conciencias que efectúan los medios, se convierten en los extraterrestres de Welles, los que deben ser exterminados para que la supervivencia y bienestar de la humanidad -la que vive en el Norte- sea posible.



Irónicamente, Wells, el novelista, escribió “La Guerra de los Mundos” para ilustrarle a sus lectores europeos los terribles males que ocasionaba el imperialismo británico a sus colonias. Los marcianos en “La Guerra de Los Mundos” invadían la tierra, robaban sus riquezas, esclavizaban a los habitantes y les despojaban de sus creencias y valores, tal cual lo hicieron y siguen haciendo Inglaterra, Bélgica, Francia, Alemania, Rusia, Japón, España, Estados Unidos de Norteamérica y otras cuantas naciones “civilizadas”. En un pasaje de esta novela, en descargo de los marcianos, se dice: "Antes de juzgarlos con excesiva severidad debemos recordar que nuestra propia especie ha destruido completa y bárbaramente no tan sólo a especies animales, como el bisonte y el dodo, sino razas humanas culturalmente inferiores. Los tasmanienses, a despecho de su figura humana, fueron enteramente borrados de la existencia en una guerra exterminadora de cincuenta años que emprendieron los inmigrantes europeos. ¿Somos tan grandes apóstoles de misericordia que tengamos derecho a quejarnos porque los marcianos combatieran con ese mismo espíritu?"





Hoy, aquí en Venezuela, los medios de comunicación emplean nuevamente sus armas de enajenación mental para que veamos marcianos, que esta vez son una horda de zambos perversos, marginales, violentos, vulgares, irreverentes, sátrapas y “comunistas”; marcianos oscuros que tienen el atrevimiento de hablar de soberanía y justicia -¡válgame Dios!-; que quieren arrancar de su tierra a todas esas sanguijuelas que roban la negra sangre de su tierra (el Dios Mercado muere de mengua sin la sangre negra); que quieren ponerle coto a los excesos de los ilustres señores –empresarios, sindicaleros, políticos y demás miembros de la alta sociedad- que aristocrática y elegantemente desbastaron y corrompieron el país.



Para contenerlos, el gran Dios ya envió sus heraldos negros, y su primera fuerza de ataque es el leviatán mediático que desune al enemigo creando inmundos odios racistas y ofreciendo paraísos falsos cuando su oponente sea derrotado. Día y noche, por casi todas las radios, televisoras y periódicos, se acribilla al pueblo venezolano, al que es zambo y altanero y al que no lo es también, con técnicas más sofisticadas y penetrantes que las de Welles, para convencernos a todos de la “terrible invasión marginal que amenaza con destruir al país”; ya muchos miembros de la sociedad civil gritan despavoridos, y como los incrédulos radioescuchas de Welles, alucinan hordas marcianas conformando círculos armados cuando presencian manifestaciones de gentes humildes y pacíficas. El “líder viperino de estas hordas”, con el poder de la omnipresencia, causa toda clase de males por doquier: explosiones, masacres de inocentes ciudadanos, violaciones de derechos humanos, coerción de la libertad de expresión. ¿Cuántos inocentes ya habrán recurrido al suicidio?.



Sin embargo, y ¡por ahora!, aún resuenan las voces de Wells, el novelista. Aún hay almas inmunes a las tácticas histriónicas de Welles. Quedan todavía hombres y mujeres, que como Wells, creen y practican una ardiente fe por ideas ajenas al dinero y al consumo, gentes que aún conservan memoria de las palabras que siempre han hecho temblar al fiero Dios del Norte: justicia, esperanza, dignidad, misericordia, amor; palabras que resonaban en Cristo cuando expulsó a los mercaderes del templo, y el templo es nuestra alma.





Mérida, 10 de diciembre, 2002.



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Akbar Fuenmayor

Médico Pediatra


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