Recuerdos del bicentenario de Upata

Tenía yo nueve años aquel 1962 cuando Upata cumplió doscientos años de vida. Recuerdo muy bien los diversos actos e inauguraciones que ocurrieron entonces para celebrar el aniversario del pueblo. Era quien escribe, un típico “lagunero”, pues vivía junto a los demás miembros de mi familia en el populoso sector la “Laguna”, situado éste al extremo norte de la población, a la salida de la carretera que comunica con San Félix. Casi al frente de nuestra casa estaba la Escuela Morales Marcano, un portentoso edificio de dos plantas, con unas treinta aulas de clase, construido en tiempos del gobierno del dictador Marcos Pérez Jiménez; cursábamos allí la educación primaria unos mil estudiantes. Detrás se encontraba la monumental piedra de Santa María, un observatorio natural de roca granítica, de color muy oscuro, desde donde se divisaban cada una de las casas que constituían el pueblo; a este lugar subíamos en las tardes los muchachos a elevar los pagayos confeccionábamos por nosotros mismos, y a disfrutar también las horas del ocaso, cuando además la brisa aplacaba un poco el calor tropical. Lo cierto es que aquel año los upatenses estuvimos de fiesta. Nunca se habían visto tantas máquinas removiendo tierra por aquí, por allá; camiones vaciando concreto, piedra o arena; camiones cisterna regando agua en el suelo para aliviar tanta polvareda, mientras otros vertían el asfalto que, esparcido luego, cubriría las nuevas calles y avenidas. Hombres sudorosos vestidos de caqui llenaban las aceras caminando en distintas direcciones. Eran los trabajos de las numerosas obras que se inaugurarían con motivo del bicentenario lo que provocaba todo aquel revuelo. Muchos jóvenes y padres de familia encontraron oportunidad de enrolarse como trabajadores de las obras, lo que contribuyó aún más a incrementar el regocijo de los habitantes. Y así, en medio de estas provechosas circunstancias, llegó la tan ansiada fecha. El día esperado fue el 7 de julio de ese año 1962. Arribaba la población a sus primeros doscientos años; bastante recorrido había trajinado desde aquel 1762, cuando los misioneros capuchinos catalanes decidieron erigir en el Valle del Yocoima, la Villa de San Antonio de Upata, sitio donde ha estado desde entonces. Aquellas diez familias españolas originarias, con las cuales se inició la vida del poblado, se multiplicaron por cientos en el transcurso de esos dos siglos, pues contaba la población ahora en 1962 con unos veinte mil habitantes. Toda esta gente fue la que asistió ese mes de julio bicentenario a las distintas actividades celebratorias, la misma que se arremolinaba cerca de cada una de las personalidades nacionales asistentes a los festejos, y la misma que pugnaba por situarse en los primeros lugares cada vez que se cortaba una cinta de inauguración. No era para menos el regocijo popular, pues en esa ocasión se inauguraron numerosas y espectaculares obras, tales como: el primoroso Liceo Tavera Acosta, la anchurosa Urbanización Bicentenario, la encantadora Plaza Bolívar, las sinuosas avenidas: Bicentenario, el Cementerio, y Yocoima; las esplendidas carreteras: Upata-Aeropuerto, Upata-El Manteco, Upata-Caruachi; el formidable Obelisco; la portentosa iglesia parroquial junto a su correspondiente casa parroquial, el muy cómodo edificio sede de la biblioteca distrital, el magnífico y necesario Hospital; todas obras monumentales para cuya construcción se requirió previsión anticipada y acopio de cuantiosos recursos económicos. En verdad los gobernantes de la localidad, del Estado y del país fueron dadivosos con el pueblo de Upata esa vez. Estaba de presidente del Concejo Municipal de la localidad, el Ilustre ciudadano upatense, señor Virgilio Bártoli, un venezolano ejemplar, una de esas personas complacientes con su terruño. Nunca como en aquella ocasión la población de Upata tuvo suficientes razones para sentirse contenta, agradecida y esperanzada, pues los regalos recibidos fueron inmejorables. Luego, no ha habido otro momento parecido.

Todo esto lo recuerdo y hago público ahora, vísperas de cumplir Upata dos siglos y medio de vida, preocupado, como estoy, porque no observo en esta oportunidad ningún indicio de un plan de construcción de obras para beneficio de esta población sureña con motivo del venidero aniversario. Nada se vislumbra en lontananza que nos haga ser optimistas; ni comisiones organizadoras, ni planes, ni recursos, ni siquiera promesas se oyen decir por este motivo. Pasará el aniversario sin pena ni gloria; veremos, eso sí, la sempiterna tarde de toros coleados, el discurso de orden de algún conmilitón del alcalde, una ofrenda floral a la estatua del Libertador, y la correspondiente pachanga bailable con su diluvio de bebidas alcohólicas; eso será todo lo que organizará para esta fecha el actual regente del Municipio Piar. Muy seguro estoy de no equivocarme en mis predicciones, pues de aquí a diez meses, tiempo faltante para arribar al 7 de julio de 2012, es imposible construir obras memorables como las que requiere y merece el pueblo en este nuevo aniversario: nuevas calles y avenidas, un moderno y cómodo mercado municipal, un paseo peatonal, nuevas urbanizaciones, un complejo cultural, entre otras, obras muy necesarias, cuya inauguración provocarían mucho alborozo en los actuales habitantes de la ciudad, mismo regocijo que sentimos nosotros, los que vivíamos en la localidad hace 50 años y disfrutamos los festejos del bicentenario. En verdad, hacen falta ahora gobernantes municipales con pensamiento de alto vuelo, probos, honestos, dadivosos, amantes de su terruño, respetuosos de sus congéneres, tales como fueron aquellos que en 1962 llenaron con obsequios la vida de los upatenses en tan extraordinaria ocasión.


siglanz53@yahoo.es



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Sigfrido Lanz Delgado


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