No hay democracia sin independencia

En América Latina, el control estadounidense de los medios de prensa logró que se identificara eufemísticamente el regreso a manos civiles a los gobiernos, luego de las cruentas dictaduras militares promovidas por Estados Unidos en las décadas de los 60, 70 y 80 del pasado Siglo XX, como “retorno a la “democracia” o “apertura democrática”.

Hay que reconocer que, técnicamente, esto ha sido un gran logro de la propaganda imperialista porque las dictaduras militares salientes habían sido impuestas en tiempos que presagiaban un período de rebeldía independentista, precisamente porque los pueblos no soportaban más el orden reinante.

Los pueblos no se rebelaban entonces contra democracias idílicas como podría pensarse ahora cuando se habla de “regreso a la democracia” sino contra la humillante subordinación a los dictados de Washington que había dado al traste con sus sueños patrióticos de independencia. El triunfo de la revolución socialista independentista en Cuba estimulaba la esperanza de que aquel objetivo de sentirse dueños de su soberanía fuera viable.

En realidad, salvo en momentos históricos gloriosos – que por regla general acabaron cruelmente reprimidos- lo que había en estas tierras antes de que los cuarteles impusieran su orden a las oligarquías, eran tristes caricaturas de democracia. Eran, en verdad, enclaves semicoloniales encabezados por oligarcas serviles a Estados Unidos que el propio imperio reemplazaba por tiranías militares cuando veía peligrar sus intereses en el país dado.

A escala regional, la estrategia trazada por la élite del poder estadounidense partió de la consideración de que las oligarquías no estaban en condiciones de frenar la lucha popular generalizada que se avecinaba entonces, por lo desgastado que se hallaba el modelo político diseñado a imagen y semejanza del norteamericano e impuesto como el único democrático y aceptable en el hemisferio.

Aquellos partidos tradicionales sin base popular alguna y lastrados por la corrupción y el bandolerismo que protagonizaban el modelo nada tenían que ver con un sistema democrático.

Las mayorías latinoamericanas deseaban el regreso de los civiles al gobierno. Las cruentas dictaduras militares solo tenían apoyo del reducido segmento de la sociedad que engordó sus arcas en las condiciones de seguridad e impunidad que le propiciaba la represión de los trabajadores, los estudiantes y los intelectuales.

Pero las mayorías laboriosas, no pueden ver un “regreso” a la democracia en la vuelta a la situación de carencia de oportunidades de educación, trabajo digno y atención médica o la continuidad de la pobreza, marginalidad, violencia, corrupción, emigración forzada y tantos otros males. En todo caso, lo positivo ha sido la oportunidad de retomar las luchas cívicas de quienes les precedieron, truncadas por los golpes militares.

No puede hablarse de democracia (poder del pueblo) en países donde operan impunemente en defensa de intereses ajenos a los del país, la CIA, la DEA y demás conocidos cuerpos de inteligencia, espionaje y contraespionaje; donde las embajadas, consulados y demás oficinas estadounidenses, abiertamente, pagan adeptos, reclutan mercenarios y corrompen funcionarios y políticos.

Si América Latina pudiera exhibir un panorama de progreso, libertad y justicia anterior a la toma de los gobiernos por los cuarteles, cabría hablar de retorno a la democracia. Pero nada más lejos de la verdad.

La democracia verdadera es la que está por venir, la que significará, para el conjunto de naciones de América Latina, su segunda y definitiva independencia.

De hecho, ya esa democracia popular ha empezado a llegar y los países del continente que marchan en la vanguardia por esa ruta son aquellos que enfrentan hoy las más poderosas campañas mediáticas de descrédito, demonización, intrigas y amenazas.

A los que avanzan con cautela les aplican los sutiles métodos de la diplomacia “suave” a fin de desmarcarlos del contingente de punta, aunque sin renunciar al tosco método del golpe militar cuando la puerta permanece entreabierta y las circunstancias son propicias, como ocurrió en el vergonzoso caso de Honduras.

En casi dos siglos que América Latina ha vivido bajo el signo neoliberal del capitalismo, se ha cosechado muy poco desarrollo económico y social, y muchos vicios y vergüenzas que la han estancado respecto al resto del mundo, haciendo de esta región la más desigual del planeta.

La “democracia representativa” que nos ha impuesto el imperio es falsa, no es racional, promueve las diferencias, agranda las brechas entre ricos y pobres, propicia las guerras, la desunión y la discriminación por motivos de raza, credo, etnias y genero.

En América Latina, la democracia debe ser precedida por la independencia y la unidad de las fuerzas antiimperialistas internas.

América Latina necesita de una democracia solidaria que descanse en la igualdad y la amistad entre sus naciones, no en la competencia y la codicia. Ya se le ve venir.

manuelyepe@gmail.com


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Manuel E. Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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