A seis años de la muerte de Giandomenico Puliti

Llegaste cuando aquí todo era biliosa mentira, cuando escribir era para adular, para ocultar injusticias, para venderse y andar trajeado con privilegios fariseos. Llegaste y te dejaron hablar, y sobre el rastro de tu lucidez encendida apretaron el gatillo.

Te estaban buscando desde el primer día, Giandomenico: cuando abriste las puertas de la cultura a los desarrapados ansiosos de saber, a los humillados plenos de perdón, a los locos sin partidos, a los tullidos y mendigos de la creación olvidados de todos los tiempos y de todos los gobiernos.

Tu, que te entregaste al río de las Misiones.

No te lo perdonaron, Giandomenico.

Cuando comenzaste a decir lo que sentías y a arrancar máscaras y a descorrer velos y poses “revolucionarias”; cuando enfrentaste al gringo invasor y descuartizador de niños palestinos e iraquíes con tus llamados a marchas. Cuando dijiste: “también, la alta jerarquía de la Iglesia es culpable”, salieron y se buscaron un sicario, Giandomenico. Sicarios sobran en estas tierras andinas.

Te señalaron. Te marcaron.

Por tu noble don de perdonar y de sentir, fuiste señalado, Giandomenico.

El tiro en la nuca, fue la orden.

Pudo haber sido en la boca.

Andaban revoleando heridos y maltrechos, husmeando las claridades pródigas de tus virtudes y noblezas para acallarlas. De tu entrega a la bondad y al cariño de los de abajo.

Por tu ira frente al crimen de la derecha al que con decisión le plantaste cara, brotó el grito de la pólvora negra que hizo entenebrecer aún más aquella noche.

Cinco años frente al odio sin límites de la tiranía de los medios, los mismos que al ver tu sangre derramada, cual los cuervos de todas las horas, forjaron inventos y cantaron patrañas.

Cinco años entre turbas ricas envenenadas. Entre jarana de lacayos e iracundos lameculos. La misma hora en que planificaban matar al Presidente, la ráfaga que te llevó a ti de primero.

Libraste una gran batalla, Giandomenico: silencioso, sincero, amable. Nada te hizo perder el pulso ante el tronar de las hienas disociadas.

Cinco años entre las hordas que viven esperanzadas en destronar al tirano, Giandomenico. Cuántas veces en tu compañía se lanzaron en las noches eternas hacia Caracas, a darle la pelea a la burguesía, tus camaradas poetas, los artilleros descamisados de la Plaza Bolívar, los pintores de la calle, borrachos, grafiteros, muertos de hambre, artesanos de los montes y colinas, tullidos y desahuciados de todas las urbes y academias. Sin dejar espacios intermedios cada vez que el clarín llamaba; marchando con ellos y agitando cantos con el sabor del paisaje de las victorias entre duros brazos combatientes.

Compartiendo los dulces sueños de Bolívar.

Tú que no viniste aquí, Giandomenico, para que hacer carrera de maula, ni anotarte para escalar hacia nada, que cuando te llamaron a la retaguardia lo hiciste sin condiciones ni vacilaciones. Llegaste para hacer cumplir lo que decidiera el pueblo, “mi único comandante”, dijiste.

“El Comandante del comandante”, insististe.

Fuiste administrador, corrector de pruebas, líder comunal, caletero, editor, poeta, mascador de chimó, escritor en medio de un campo de batalla; filósofo mundano como cualquier vagabundo cuyo destino estaba vivir entre los pobres de la tierra.

Así como quisiste la vida te encontró la muerte: sin recelos, sin odios, entre el crudo verdor de la mañana y con el sabor de los sueños que se sueñan con los ojos abiertos. Contigo, como el abrazo hondo de los montes, de los páramos, de los vientos. Amigo del alma.

jsantroz@gmail.com





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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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