La lucha por los salarios está en la cartilla revolucionaria. No hacerlo corresponde a la derecha

Los maestros de antes y hasta las madres de uno, quienes solían ser muy buenas maestras, tanto que unas y otras casi siempre eran amigas y se dispensaban mutua confianza o gozaban de eso que llaman empatía, por compartir los mismos intereses, acostumbraban decirle a uno: "Bueno muchachos voy a leerles la cartilla sobre tal cosa". Podía ser eso acerca de los buenos modales y esa cartilla hasta estaba estaba en aquel Manual de Carreño.

Y en la cartilla nuestra estaba que, debíamos llegar aseados a la escuela y para constatar eso, el maestro o la maestra, estas eran mayoría, revisaba uno por uno de sus alumnos con una regla en la mano. Empezaba revisando el aseo general, los dientes, para saber si nos habíamos cepillado, el estado de la ropa y el guardapolvo, aquellas batas, como las usan las médicos y usaban los chicheros, las orejas, la cara y hasta el pelo para saber si este estaba bien peinado y limpio, sin piojos; los zapatos o alpargatas que debían estar en las mismas condiciones; limpios. Cualquier deficiencia, provocaba que la maestra nos diese un palmetazo o reglazo. De manera que, si uno era muy descuidado o lo era la madre nuestra, cada día, hasta que "cogiésemos el paso", podía recibir varios palmetazos o reglazos y la maestra, se veía en la obligación de llamar a nuestras madres y hasta visitarlas para hacerles las observaciones debidas. Aquello daba excelentes resultados, pues nuestras madres, dado el caso, procuraban no experimentar esa pena, con la maestra de su hijo y amiga.

Eso estaba en la cartilla. Pues esta suele estar impregnada de cosas elementales y hasta sencillas que, el humano, debe hacer como por obligación y placer o costumbre. Es más, por comportamientos casi mecánicos o instintivos.

Los curas, pastores y sus acólitos tienen sus cartillas sobre cosas sencillas, habituales que en nada dañan, al contrario, hacen bien, como persignarse y rezar, lo que implica pedirle protección a Dios pero a cambio de ello, comprometerse a hacer las cosas bien y cumplir la reglas de la convivencia, aunque al salir a la calle se haga todo lo contrario. Pero eso está en la cartilla, sólo que hay quienes creen que Dios es, digamos por el debido respeto, "un distraído" a quien uno puede engañar.

Por supuesto "los revolucionarios", según su cartilla, no deben esperar que Dios determine el ritmo y destino de su vida; son y deben ser tan desconfiados, que no deben o no aquella no admite dejar eso en manos de la providencia, Dios y mucho menos en un individuo que, crea o le hagan creer, ser eso que llamamos en el lenguaje coloquial, la "caja de machete".

La cartilla revolucionaria, esa vieja de los manuales, como el de "Carreño", dice que la lucha por el salario "es la bujía del cambio". Ella, contiene, entre sus rezos elementales, una vaina que llaman plusvalía de la cual se apropia el empresario o propietario porque pueden haber dos, existiendo al mismo tiempo y hasta corriendo en llave, el privado y el Estado. Y esa plusvalía, según la cartilla, en buena parte pertenece al trabajador, quien debe luchar para que se la entreguen por distintas vías y una de ellas es el salario. Entonces, así como la economía se mueve, crece la producción o la detienen los empresarios por estrategia, pues ellos también tienen su cartilla, los trabajadores deben estar permanentemente movilizados para reclamar lo suyo; esto está en ella.

Las sanciones gringas a Venezuela, aunque advierto a muchos países del mundo se les aplican, son una realidad. Y es mentira ese discurso de la oposición derechista y plegada, según el cual sólo están dirigidas a miembros del gobierno, personas, como Diosdado Cabello o el mismo Maduro y algún otro personaje, entre los cuales, nunca he entendido, por qué no está o estuvo, Rafael Ramírez, pero si hasta los familiares de Chávez están, y por ello no afectan al venezolano común, como aquel que es maestro, médico, enfermero, etc. y los jubilados del primer sector nombrado. Y es mentira, porque al impedir la reactivación de cualquier área, como la petrolera, mediante esas sanciones, sin negar con esto las deficiencias e incapacidades del equipo gubernamental y hasta los actos de corrupción de quienes toman el camino fácil de fugarse, hacerse opositores y pasar al bando de los santos, ajenos a sanciones y protegidos como Jonathan Marín, un curruña de Ramírez, dañan o disminuyen los ingresos del Estado y con ellos a los trabajadores. Todo esto es cierto. Pero "bueno es culantro pero no tanto".

El trabajador de la salud y el maestro, pese no pertenezcan a la nómina del empresariado privado, que los hay bastantes, influyen o contribuyen en gran medida en beneficio de la sociedad toda. Contribuyen en las ganancias de ellos y en las del Estado mismo que es un ente que vela por los intereses del empresariado. Esos trabajadores forman y cuidan la mano de obra de los inversionistas, propietarios y financistas. Y además el orden, la disciplina, el respeto por el derecho todo dentro del modelo, a aquellos beneficia en primer término. Una sociedad con una excelente escuela y buena salud, goza de excelentes trabajadores o muy buena mano de obra y eso opera en beneficio del inversionista.

Todo eso está en la cartilla. Y por ser una simple cartilla que generalmente demanda e impone ideológicamente "buenos modales", tiende a favorecer al modelo para que se mantenga estable.

Pero la simple cartilla revolucionaria, los simplismos aquellos emanados de los manuales del Estado soviético, que han manejado las "revoluciones proletarias", como de embuste-embuste hasta hoy, donde se le da al Estado el valor que en el capitalismo clásico tienen empresarios y sus entidades o juntas monopólicas, dice sin duda ni tropiezo, que los obreros deben reclamar siempre, por la justicia, en la repartición, pero esencialmente por eso que llamamos en la jerga de la cartilla, el movimiento o cambio. "La lucha por el salario es la bujía del cambio"; mediante ella, se lleva y empuja al trabajador hacia otras metas que en su conciencia no aparecen claras y hasta no están dibujadas. Es decir, a los trabajadores, su vanguardia y el Estado que se define como obrerista o revolucionario, todos los días, deben revisarle las uñas, orejas y el aspecto que emana de su figura, para que esté en disposición y actitud de salir a reclamar por el cambio y empujado por la bujía de la lucha salarial. Y aquellos, al hacer su trabajo, como manda Dios o mejor su cartilla, impulsa a los anteriores a hacer lo suyo, si no se anquilosan, burocratizan o se pasan para el enemigo.

La cartilla de la derecha dice lo contrario. Nada de luchar por salarios, porque aparte que eso va contra el derecho empresarial de acumular, no dispone a los trabajadores y a quienes están al frente de ellos, a meterse en la cabeza la idea de "pedir otras vainas", como más impuestos y hasta nuevas formas de ordenar la sociedad que en nada les conviene.

"Hay que paralizar las luchas por los salarios porque así, paralizamos todo intento de cambio y hasta congelamos los deseos o mejor aspiraciones justas dentro del modelo", es el discurso clásico de la derecha.

Y todo aquel, dentro o fuera del Estado, que se oponga a la lucha en favor de los salarios, se hace partidario de la inamovilidad, contra el cambio y sin darse cuenta se fosiliza e identifica con la derecha.

Por la simple cartilla, sin necesidad de leer a Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci o nuestro Ludovico Silva, uno no puede condenar y hasta enfrentar a los trabajadores sometidos a salarios de hambre y perder la oportunidad de, impulsados por la fuerza de su movimiento, plantear y concretar cambios que demanda la sociedad y estén, dialécticamente o, para decirlo de manera sencilla, dentro del mundo de lo real. Y esto es bueno repensarlo, porque no se trata de plantear cambios a lo loco o pretender dar saltos sin estar preparados para ello o las condiciones de distinta naturaleza no estén dadas y terminar hundidos en un foso.

Pero hay otra cartilla simple y elemental. Tanto que la anterior parece ante esta compleja. Cuando el Estado, que está pagando salarios de hambre, como que el pensionado del IVSS que, sólo depende de ese ingreso, que es una buena porción de venezolanos y además ancianos, el empresariado privado se siente complacido. Y lo está porque, ese salario, de 130 bolívares mensuales, salario mínimo, que al cambio actual, según la tasa oficial, es de 6 dólares, le permite a ellos, los empresarios privados, pagar salarios mensuales de 100 y 150 dólares mensuales, lo que exhiben como una gran cosa y hasta generosa, al comparar con lo que demanda la norma, mientras la misma derecha, al combatir contra el gobierno, por intermedio de sus agentes y hasta inocentes, exhibe tablas salariales de América Latina y el mundo, donde el salario mínimo es de 450 y 500 dólares mensuales. Es decir, sin darse cuenta se dan con sus propias espuelas y la mayoría de la gente, tal es el engaño, de eso no se percata.

De donde uno concluye que la lucha de los trabajadores todos, los revolucionarios, nacionalistas, progresistas, gente sensible y sensata, debe estar dirigida contra esos salarios miserables, los del sector público y privado y, al mismo tiempo, contra las sanciones que EEUU y sus aliados nos aplican. Separar una cosa de otra es parcializarse y atentar contra el cambio. Y un gobierno o una gente que se oponga a ambas cosas, particularmente contra la lucha salarial, en los sectores públicos y privado, por la simple cartilla, es de la derecha extrema y enemigo de la justicia y el equilibrio. La politiquería no justifica eso.

No sin justicia, se les reclama a trabajadores del Estado que exijan mejores salarios y ellos lo están haciendo, pero hay quienes no condenan las sanciones contra la nación venezolana y los nacionales todos. Además se pasa por alto que, el empresariado, con el cual el gobierno lleva excelentes relaciones, tampoco eso reclama y menos protesta; sólo ahora, un poco obligado por la realidad, comienza a tartamudear sobre este asunto, el de las sanciones.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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