Paris: cuídate de Francia… Francia: cuídate de Europa

Se mueve Francia, pero aún París no ha despertado despojándose de sus ojos las lagañas que le hacen ver a medias tintas. ¡De pronto!, estornuda París y Francia reclama que no la dejan dormir en paz. Algunos triunfalistas creen que en el espejismo donde se miran sus rostros está la madre de todas las victorias: ven a París revuelta y mezclada en el corazón de Francia o a Europa en el corazón de Francia. No existe una vanguardia que se recuerde emocionada de los comuneros de París de 1871 o de las consignas centrales del mayo Francés de 1968. Thier sigue estando en el espíritu de los oligarcas y de los militares franceses. Versalles continúa siendo elitesca.

 Los obreros están en las calles, los estudiantes están las calles, los intelectuales circulan por las calles y vuelven a los escritorios para escribir sus opiniones del conflicto, los partidos no salen de sus aposentos donde la doctrina está empolvada en las bibliotecas. No existe dirección revolucionaria como sí la hubo en la Rusia de 1917. La insurrección no está planteada en la conciencia de la dirigencia del conflicto que piensa y actúa mucho más por reivindicaciones económicas que de política clasista. Mucho valen más, para los oligarcas, que las almas de Proudhon y Blanqui influyan en las masas enardecidas siempre que no se reimprima de nuevo el Manifiesto Comunista.

 Las masas, por ahora, se encargan de las protestas pero el gobierno tiene la potestad de hacer valer las leyes del parlamentarismo francés en obediencia a los intereses económicos del imperialismo. En la Francia actual no existe una vanguardia que verifique la posibilidad real de una revolución proletaria. Ni siquiera hay un Montesquieu que la presienta, un Diderot que la predique, un Beaumarchais que la anuncie, un Condorcet que la calcule, un Voltaire que la prepare, un Rousseau que la premedite ni tampoco un Danton que entregue a las masas la bandera de la audacia, más audacia y siempre audacia. Ya no puede haber jamás una vuelta para una nueva revolución burguesa. El imperialismo sabe que Marx no se va a despertar de un cementerio inglés ni las cenizas de Engels se van a salir de un mar alemán para correr el mismo riesgo de los comuneros de 1871. No Hay grito de fiat lux en este momento que alumbre la conciencia de las masas en las calles de París ni en las regiones de Francia.”Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”, lo dijo Lenin y sigue teniendo razón. Sin partido revolucionario que cumpla la verdadera misión de vanguardia clasista del proletariado, todo intento de revolución corre el inminente riesgo de concluir sumergido en un farallón sin salida ni perspectiva de resurrección.

 No existe luz actual que electrice al proletariado de París. Por esa verdad tiene que cuidarse de Francia y Francia de Europa. Ningún movimiento social es capaz de insultar una pequeña victoria plena de embriaguez. No ha habido, desde hace décadas, una derrota que sea verdaderamente madre de una nueva victoria. Ninguna dirección orienta a los pies descalzos, a los brazos desnudos, a la “ignorancia” del momento hacia la conquista de un ideal redentor. Todo es reivindicativo en lo inmediato. París aún no enseña los dientes y Francia no es capaz de gruñir. Paris no es todavía la representación de un futuro distinto para Atenas y Roma, para Lisboa y Madrid, para Estocolmo y Londres, para Bruselas y Berlín pero tampoco para Amsterdam, para Budapest y Sofía, para Bucarest y Viena, y por nada del mundo quiere parecerse al Petrogrado de 1917. Europa no le teme, por el momento, al socialismo sino, con sobrada razón de racionalismo o pragmatismo, al dominio unipolar del imperialismo estadounidense en complicidad con la economía de exportación china. París sigue siendo el compendio de las civilizaciones del planeta pero Francia continúa siendo el reflejo de las barbaries del capitalismo.

 Sarkozy es sólo un De Gaulle de menor estatura. Cuando París se vuelve ingobernable, porque los de abajo no quieren que los de arriba los sigan gobernando como antes, se tambalea Francia y con ésta, el mundo entero. En ese momento es cuando la luz sanifica y amenaza con alumbrar un nuevo destino. No ha llegado ese instante electrizante de la historia.

Es fácil identificar a París en tiempo de revolución, porque de sus arrabales brotan los espíritus mayores de la rebeldía y se deja ver el reflejo fiel de su raza progresiva. Los filósofos tratan de inventar, no importa que los obreros y los estudiantes cometan sus errores. En la fraternidad de las calles más que en las fábricas se prodigan los alfabetos, se proclaman los derechos y se anuncian las buenas nuevas. Ya lo dijo hace mucho tiempo Víctor Hugo sin necesidad de ser marxista pero tampoco anarquista. Ojalá explotara el horno de esa condición.

 Para el proletariado de París, en la actualidad, lo indispensable son las reformas y no las transformaciones radicales del modo de producción, aunque pequeños grupos o movimientos tiendan su inclinación por lo desconocido. “El pensamiento, la meditación y la oración son fulgores misteriosos”, como lo decía Víctor Hugo, y sólo con un respetable nivel de locura colectiva las masas enardecidas por conquistar la esencia de su ideal liberador son capaces de hacer valer una luz que nazca y luzca para todos los explotados y oprimidos de su época. París será siempre un escenario de batallas de primera clase, aunque casi siempre el vencedor sea un gobierno de segunda clase. Llegará el momento en que París se hable a sí mismo hablándole a Francia y a través de ésta a Europa y el mundo. París vive actualmente un pandemónium de sofismas y de dudas. No ha llegado la hora del primero de todos los deberes del proletariado: romper el silencio que lo esclaviza al reformismo y barrer de su pensamiento revolucionario todos los conceptos y los hitos fronterizos gritando ¡vivas al internacionalismo!

 El Estado francés, vocero del imperialismo, dice: “Nadie tiene derecho a tomar como rehén a todo un país, a su economía y a sus puestos de trabajo”. Los derechos los determina la oligarquía imperialista y el pueblo debe cumplir con sus deberes de desenvolverse en la paz que lo explota y que lo oprime. Así funciona el capitalismo mientras existan esclavos que sobre sus hombros se echen la carga pesada del trabajo explotado pero productor de riqueza para los pocos que mal gobiernan el mundo.

 Algunas manifestaciones se han desplazado hacia el dorado domo del monumento de los Inválidos como buscando un despertar de Napoleón pero no de Marat ni tampoco de Robespierre. Marx y Engels soñaron para demasiado lejos cuando dijeron: los proletarios no tienen fronteras. Aún el proletariado no les toma en cuenta su sentencia histórica. Dos años de aumento para la edad de jubilación han despertado la ira de millones de manifestantes. No pueden esperar menos del capitalismo si éste es totalmente opuesto al máximo principio de la economía: lograr la economía de tiempo en el trabajo. Sartre no vive para brindar su solidaridad a los manifestantes ni Aragón tampoco para poner su revista a la orden de los objetivos de los trabajadores o de los estudiantes. Igualmente, no se han escuchado las consignas que recuerdan a Trotsky ni tampoco lo imposible es lo más posible. Nada hace oler a insurrección. Todo conduce a la reforma sin que ninguna organización política aparezca abanderada del reformismo. Los marxistas, reducidos a la mínima expresión cuantitativa, sólo toman notas para enriquecer el conocimiento en el futuro.

Europa está casi toda unida contra cualquier intento de revolcón del modo capitalista de producción y frustrar cualquier intento de economía planificada para el disfrute colectivo de la riqueza económica. París lo sabe. Francia se hace el toche. El proletariado europeo no tiene espíritu de solidaridad internacional. Aún sigue nadando a favor de la corriente capitalista. El sindicalismo no hace revolución, aunque señalarle sus primeros pasos. La revuelta de masas en Francia terminará siendo silenciada en París.

París bien valdrá una nueva misa cuando el himno de la Internacional sustituya para siempre a la Marsellesa. Sólo así romperá la barrera del sonido y caerán todos los obstáculos sociales aplastados por los brazos fuertes y poderosos del proletariado europeo sin fronteras. Mientras tanto las manifestaciones de protestas en París y en casi toda Francia, sin solidaridad del proletariado europeo, abrirán espacios para generar conciencia y organización revolucionarias hacia el futuro. Es todo, por ahora. La batalla actual la ganará el Estado francés con solidaridad de la aristocracia obrera y el idealismo de unas cuantas fuerzas políticas de izquierda.



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Freddy Yépez


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