Estados Unidos y el mito de la democracia

Ha sido filtrado a los medios el segundo informe de la llamada Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre, constituida por el gobierno de Bush II con el propósito de imponer un régimen colonial y el neoliberalismo más bárbaro en la isla. Aparte de un misterioso anexo secreto por “razones de seguridad nacional y efectiva instrumentación” y un aumento de la tajada para sus mercenarios en Cuba poco nuevo aporta el documento.

Bush ha adoptado ya medidas tan draconianas para recrudecer la guerra no declarada contra Cuba que para derrocar a la revolución sólo le queda el recurso impagable, pero nunca descartable, de una agresión militar directa. Y es que únicamente por la fuerza de las armas podrían aplicarse en la isla las siniestras recomendaciones de la comisión.
Al igual que el primer informe de hace dos años este es uno de los más crudos ejemplos de la desvergonzada injerencia estadunidense en los asuntos internos de un país soberano y del más absoluto desprecio por el derecho internacional. No es mi propósito refutar detalladamente tanta hipocresía y cinismo, como es la ayuda que ofrece al pueblo cubano en campos como la salud y la educación. Llama la atención al leer el denso y reiterativo texto el odio zoológico de Washington por la alianza venezolano-cubana. ¡Cómo irrita a los jerarcas del imperio el aliento sin precedentes a la unidad latinoamericana inspirado por Caracas y La Habana!

Pero hay una constante en el documento sobre la que merece la pena detenerse y es la desfachatez con que el gobierno de Estados Unidos se presenta como el paradigma de los derechos humanos y la democracia en el mundo. Por que es de primordial importancia derrumbar este mito en el que muchas personas en el mundo creen todavía. La gran mayoría de la humanidad se indigna con las torturas en Abu Ghraib y Guantánamo, con los vuelos de la CIA conduciendo secuestrados con la complicidad de los gobiernos europeos y con el arrasamiento de Irak y Afganistán. Sin embargo, todavía muchos albergan la duda de si estos desmanes no serán anomalías del sistema estadunidense no inherentes a su misma esencia.
No es casual que sea la historia la disciplina más manipulada por dicho sistema. Quien la estudia en textos serios se percata de que el genocidio y la discriminación racial yacen hasta hoy en los mismos fundamentos del Estado surgido de la revolución de las trece colonias de América del norte. Si uno lee a historiadores como Howard Zinn se entera que la expansión capitalista estadunidense se hizo a costa de la masacre meticulosamente planificada de los habitantes originarios de ese país o más adelante de la indómita población filipina, que se negaba a aceptar el yugo colonial impuesto en nombre de Dios, la democracia, la civilización y los derechos humanos.

En la manipulación de la historia una de las constantes inyectadas por la maquinaria mediática internacional controlada desde Washington es difuminar el hilo genocida en la conducta del imperio yanqui desde su nacimiento. ¿Puede proclamarse campeón de la libertad un sistema que no vacila en calcinar a Hiroshima y Nagasaki? ¿O que asesinó a millones de vietnamitas? ¿Cómo considerar respetuoso de la democracia y los derechos humanos a un régimen social que al paso de Katrina por Nuevo Orleáns demostró que la población estadunidense pobre y de origen africano continúa en una situación punto menos que comparable a la sufrida por los esclavos en las plantaciones del sur? ¿Sería posible la despiadada ocupación de Palestina por Israel si este no contara con el apoyo incondicional de Washington? ¿No son las políticas de saqueo y depredación de Estados Unidos en América Latina, Africa y Asia otros tantos Hiroshimas y Nagasakis silenciosos consumados cotidianamente? ¿Es compatible la democracia con la “economía de libre mercado” que machaconamente receta a Cuba la comisión de Bush? La prueba más contundente de que no son compatibles es el alzamiento de pueblos enteros, como el argentino, el boliviano, el venezolano o el ecuatoriano contra los criminales efectos sociales de las políticas neoliberales. El gobierno de Bush, resultado de dos escandalosos fraudes electorales, carece de moral para mencionar siquiera la palabra democracia. Hay que proclamarlo a los cuatro vientos: hoy la democracia –gobierno del pueblo tal como existe en Cuba- y el reino de los derechos humanos sólo pueden construirse en la lucha de las mayorías contra la dominación imperialista.

aguerra_123@yahoo.com.mx


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Angel Guerra Cabrera

Periodista, profesor en Casa Lamm, latinoamericanista, romántico y rebelde con causa. Por una América Latina unida sin yugo yanqui. Vive en México, D.F.

 aguerra21@prodigy.net.mx      @aguerraguerra

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