Además de las profundas cavilaciones que le demandaba la conformación de la Gran Colombia, la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá, la abolición de la esclavitud y eliminación de la mita feudal, así como el diseño de estrategias para obtener triunfos frente a los ejércitos enemigos, el Libertador Simón Bolívar también dedicó lapsos de su relampagueante existencia a la promoción de la ciencia y la técnica, las artes y oficios.
Entre sus amistades descollaron hombres de ciencia como Alejandro de Humbodt y Aimée Bompland, además del proverbial Samuel Robinson, innovador de primera línea en la Suramérica de su época. Los grandes contemporáneos del continente que incursionaron en botánica, química, astronomía y estudios matemáticos entre otras ramas, así como en artes manuales y mecánicas, todos tuvieron amistad al menos epistolar con el héroe caraqueño. Contaron con la deferencia del héroe figuras como Francisco Antonio Zea, Carlos Arvelo y José María Vargas. También trató Bolívar en la Europa de 1804 a Joseph Guy-Lussac, uno de los forjadores de las Leyes de los Gases y la aerostática.
Con Simón Rodríguez el joven Simón Bolívar aprendió elementos del método científico, el significado de la observación y repetición de fenómenos en condiciones determinadas. Con Humboldt adquirió el valor de la exploración e ir más allá de lo conocido. En libros de Locke y Condillac obtuvo conciencia del dato empírico. Y la obra de Helvetius debió contribuir a proyectar su conciencia sobre la importancia de los minerales. Así, los científicos a quienes trató, o cuyos trabajos leyó, debieron influir de distinta manera en la decisión del Bolívar estadista, cuando entre 1824 y 1829 emitiese sus decretos memorables sobre reforestación de áreas desérticas, régimen de explotación de minas y creación de escuelas de artes y ciencias (continuará).
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