¿Lo sabremos algún día?

Sigo sin verle el queso a esta tostada. Hoy leo que los muertos en el mundo han llegado a 8.000 desde que empezó la pandemia. No dicen que en ese mismo tiempo han muerto más de 18 millones de personas. Quizá para no ridiculizar y desprestigiar a las víctimas del coronavirus, que es la gran sensación mediática del momento (la gallina de los huevos de oro). Tampoco recuerdan que buena parte de los 8.000 fallecidos ya estaban con un pie en el otro lado debido a las graves enfermedades que padecían, diferentes a la del virus. Es decir, que podría ser que el virus les haya hecho un favor al recortarles el sufrimiento derivado de sus incurables dolencias.

Por otra parte, ¿cuándo le han importado al mundo 8.000 muertos? Hasta donde recuerdo, nunca. Solo en lo que va de siglo han muerto decenas de miles, incluso centenares de miles de personas en otras circunstancias sin que nadie pestañee. Así que, a otro perro con ese hueso.

Hay quienes dicen que todo el zafarrancho que se ha montado es para prevenir males mayores. ¿Mayores que el enclaustramiento de la gente, el cierre de sus fuentes de trabajo, la carga emocional (paranoia) que nos han inoculado, la quiebra de pequeños negocios, el cierre de fronteras, los miles de millones de pérdida en las bolsas, el rociado, día a día, de un miedo irracional, el comercio internacional patas arriba, la asistencia sanitaria congelada (aunque son pocos los hospitales saturados),…? Se termina por tener la impresión de que está siendo peor el remedio que la enfermedad.

Hay cifras que nos están avisando de que es muy extraño el manejo de esta crisis. En España, según El País, había hasta el martes 17 de marzo, 11.858 personas contagiadas y 535 fallecidas. Pero resulta que el año pasado, sin que la información desbordase la tele, ni nos metiesen el miedo con embudo, se registraron 490.000 casos de gripe, hubo 35.300 hospitalizaciones (que, al parecer, no colapsaron nada), 2.500 ingresos en las UVI (que tampoco se notaron) y, oído al tambor, 6.300 muertos. Todo ello según el Centro Nacional de Epidemiología. Es decir, ponemos el grito en el cielo por 535 muertos y pasamos de largo ante 6.300. ¿Qué lógica estamos usando?

Esta aparente sinrazón, junto a la sospecha de que hay algo detrás de todo esto, me recuerda lo que decía un político latinoamericano (creo que era el panameño Torrijos, pero no estoy seguro): “Para resolver un problema, primero tenemos que crear el problema”.

Y también recuerdo lo que hacia 1922 dijo “el sabio de Baltimore”, Henry Mencken: “Uno de los objetivos de los gobiernos es mantener atemorizada a la gente, ya sea invocando peligros reales o inventándolos, porque cuando la gente tiene miedo siempre busca un salvador. Y ahí es donde aparece al rescate de los pobres ciudadanos el mismo gobierno que les ha atemorizado, y les dice: “Yo soy la salvación, confiad en mí”.  

Así que, me parece oportuno recuperar la pregunta ciceroniana del otro día: cui prodest (¿a quién beneficia? o ¿quién se beneficia?) de todo esto?

Creo que nunca lo sabremos. 



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