Todas las discriminaciones sociales terminan en el comercio

En Valencia las relaciones entre sus habitantes se hallan rotas. La discriminación mantuana es palpable. Se están enarbolando paralelamente 2 (dos) banderas nacionales, la descontinuada de 7 estrellas y la vigente. Esta discriminación la podemos observar en la casa de la vieja y mantuana Logia situada en la esquina noroeste de las calles Carabobo con Rondón. En esta casa flamean de lo lindo el pendonete de la logia y la obsoleta bandera de la IV República.

Nada restaría y mucho agregaría que todos los trabajadores convivieran en un mismo desarrollo urbano, y que lo hagan con sus clientes, pacientes o poderdantes y contratistas en general, en una miscelánea de técnicos y profesionales, de tal manera que reduzcan sus diferencias personales, no tanto las referidas al volumen de sus ingresos, como a sus gustos en colores, en las plantas de sus jardines, sus músicas preferidas, sus propensiones deportivas, sus credos varios, cosas así.

Fuera de las fábricas y de las empresas de los intermediarios, los comerciantes y fabricantes andan por un lado y sus trabajadores y sus clientes por otros; estos burgueses son discriminatorios por naturaleza propia. Las únicas relaciones entre burgueses y proletarios se dan cuando los segundos fungen de compradores o sean solventes.

Porque la relación social directa, de persona a persona, no existe en esas fábricas; en ella sólo se relacionan las personalidades del capitalista con del asalariado. Entre vendedor y comprador rige la misma relación meramente comercial, entre personalidades y no entre personas.

Es que el trato directo o la coexistencia entre patronos y asalariados, fuera de la fábrica y de los establecimientos comerciales y bancarios, parece que no agrada a la clase que tradicionalmente consideró a los trabajadores como esclavos, sirvientes suyos o como personas de escaso valor.

Cuando los mantuanos contemporáneos reconocen méritos a algún trabajador y hasta con ellos hacen buenas migas, entonces eso ocurre porque estos profesionales y técnicos toleran ser domesticados, ignorando o silenciando que son usados, y que si esos trabajadores se ven favorecidos con $1.00 muy probablemente sus victimarios se llevan $100, $1000.00 y hasta más. Y en el supuesto de que estos domesticados terminen enriqueciéndose por esa vía, quede claro que no se trata de que ellos hayan engañado a sus contratistas, sino que a ellos sus servicios les resultan rentabilísimos.

Estamos hablando de una realidad inocultable, pero como en esa servilidad tales víctimas ven que aquellos les resuelven su personal problema, obviamente terminan desentendiéndose.

Como en las operaciones comerciales sólo priva el poder de compra, las relaciones entre fabricantes y sus clientes, y entre los intermediarios y sus clientes reina la más cordial relación de aparente amistad o conocimiento, siendo que por un lado cierra su tienda, el comerciante se le activa su otro yo, u otra personalidad que lo mantiene alejado de quienes son sus clientes, al punto de desconocerlo si le cruza por delante. Conste que no exagero, aunque hay excepciones que sólo niegan o manchan la relación comercial puramente burguesa.


[1] Entre estas discriminaciones se halla la que las parroquias El Socorro y Sn. José practican en el municipio Valencia, respecto de las demás parroquias. Sólo les falta partir este municipio en dos, de tal manera que tengan su propio alcalde, pero como las mayores rentas impositivas provienen de la zona Sur de Valencia…



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Manuel C. Martínez


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