¿Comunicadores o propagandistas?

En general, cuando planteo críticas a la Revolución soy objeto de coerciones o chantajes intelectuales, cuando no de censura pública. Justo es decir que nunca he recibido amenazas ni represión física. He aclarado que no busco tener la razón ni convencer a nadie, solo que como comunicador tengo un compromiso con lo que creo es la Verdad. Los errores son naturales en nosotros los humanos y nadie debe ser censurado por cometerlos. Hablo de errores y no de malandreo consciente, que también lo hay.

Los comunicadores deberíamos celebrar el Día del Periodista convocando debates sobre lo que hacemos, más que con una repartidera de premios, felicitaciones y mutuos elogios, formas de ejercer el narcisismo profesional. El comunicador tiene un papel que no puede confundirse con el del funcionario oficial o el del dirigente partidista. Hemos de ser conciencia libre de la sociedad, intérpretes de clamores populares, y no propagandistas que ya hay de sobra. En fin, que cada quien asuma su responsabilidad o su querencia.

Una de las cosas más apasionantes del oficio de comunicar es la posibilidad de ser una voz de advertencias, desnudeces y revelaciones, sin importar si somos grito en el desierto o si aramos en el mar. No debe interesarnos el éxito, ni lisonjas o prebendas: la Verdad, nuestro gran problema es la Verdad, aunque no seamos dueños de ella.

Hay quienes dicen que no es el momento de ser críticos, porque estamos bajo acoso del imperialismo. Entonces el momento es nunca, porque ese acoso fue ayer, es hoy y será mañana. En realidad, el momento es siempre, porque los gobiernos, todos los gobiernos, siempre cometen errores, aun los antiimperialistas y revolucionarios. Esto lo reconocen a menudo los mismos gobernantes, pero suelen disgustarse si otros lo señalan. Los gobiernos son como las personas: de mí di solo lo bueno y resérvate mis defectos. Así te querré bien y estarás en la buena conmigo.

Quise escribir esto, entre otras razones, porque ahora publico muy escasos artículos y de pronto sentí el temor de que mis pocos lectores consecuentes piensen que me estoy autocensurando o algo parecido. En realidad estoy por cumplir 72 años, así que he decidido concentrar mi mayor esfuerzo en la literatura, que es el oficio de mi gran amor inmortal. No creo que la poesía que escribo ahora vaya a ser muy leída ni tenga mayor éxito, porque es demasiado impertinente. Es que quiero parecerme cada vez más a mí mismo.



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Néstor Francia


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