Saliendo de la Amnesia

El realismo y la parodia: Las dos orillas del cine venezolano

Mi gusto por el cine es tardío, por supuesto no tiene que ver con el llamado “séptimo arte”, más bien es mi problema para permanecer en espacios cerrados. Mucha de mi admiración hacia el cine venezolano es producto de una toma de conciencia postdatada: han sido los últimos 15 años los que me han llevado a recordar, vivencialmente, una historia muy personal del cine criollo. También mi relación con compañeras y compañeros de la escuela de artes de la UCV, Sonia, María Elisa, Victoria y otros compañeros como Noel quien, aunque es educador, ha sido un consecuente luchador por la causa del cine como expresión social y como vehículo para la transformación.

Siendo yo un narrador, un cuentero como dicen mis compañeros de maestría, me ha atrapado el discurso cinematográfico, el audiovisual en general. No tengo noticia de una película que haya sido la inspiración de una novela o un cuento. Si alguien la tiene, por favor envíeme la información. Caso contrario pasa con el tránsito de lo literario al audiovisual. Lo que sí es ineludible, es la expresión (audiovisual o literaria) levantada sobre los constructos sociales. Al fin y al cabo ambos discursos reproducen en muchos casos y con excepciones producen una realidad mediatizada por el individuo en el seno de una sociedad determinada.

Es ahí donde está el punto de partida de nuestro homenaje al Cine Venezolano. Sin duda que desde sus inicios, con Especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa, y Muchachos bañándose en la laguna de Maracaibo, proyectadas el 28 de enero 1897, el cine venezolano asumió las dos vertientes que serían objeto de sus obras. Estas propuestas de lo cinematografiable no están alejadas en modo alguno de lo que pasa en lo litetario. Dos modos de asumir y expresar la realidad desde la óptica del realizador, algunas veces más apegada a lo que pasa y otras evasivas, donde no importa lo que se expresa sino cómo se expresa. Si aplicáramos estos dos conceptos a la prensa y a los medios de difusión en general, podríamos destramar las falsas ínfulas de objetividad y veracidad en nuestros medios, tanto públicos como privados, quienes son ficcionadores de realidades que tributan a los programas hegemónicos (caso industria cultural en el capitalismo) o contrahegemónicos (caso contracultura en el socialismo).

Sin llegar a los extremos del arte por el arte, ni a los del rígido arte soviético, que en nada pudo parar la caída del Muro de Berlín, creo que el cine como el arte en general, desde el académico hasta el arte popular, debe cumplir una función social. Las aspiraciones de una sociedad deben tener el acompañamiento de sus artistas, una sociedad igualitaria o que se enrumba hacia la justicia social debe, inevitablemente, tener eco en nuestras expresiones artísticas.

Por ejemplo, yo nací en 1966, ese año se estrenó La ciudad que nos ve de Jesús Enrique Guédez un medio metraje de 20 minutos de duración que tenía por escenario los barrios de Caracas en la década de los 60’s. Su evidente tono de denuncia la inscribe en la vertiente realista de nuestro cine y la hace una muestra cónsona con los tiempos de históricos de la lucha armada y del inicio de la socialdemocracia venezolana, con sus nefastos cuarenta años de traición a los intereses de la Patria.

En 1972 se proyecta Cuando quiero llorar no lloro, película donde Mauricio Walerstein nos deja su lectura de la novela del mismo nombre de Miguel Otero Silva, quien hasta hoy dudo sea el padre del actual dueño del nacional. Esa cinta recibió el premio a la mejor película en el Festival Internacional del Cine de Moscú de 1973 y su argumento, como el de la novela, expone en forma clara los conflictos de clase en la Venezuela saudita de CAP. Hay que destacar la participación de Pedro Laya (hijo de la luchadora Argelia Laya) y de un hoy irreconocible Orlando Urdaneta, antes de ser digerido y excretado por el “vientre de la bestia”.

Con Carmen la que contaba 16 años en 1978, el maestro Román Chalbaud recrea en las calles y entreveros de La Guaira la ópera Carmen de Bizet cuyo argumento trágico es reelaborado para dejarnos ver el mundo delincuencial de aquella época donde, también el contrabando era un negocio, claro pero todavía ni soñaba aparecer el chinito de RECADI. Mayra Alejandra, quien con el tiempo supe que era hija del excelente cómico Charles Barry, era Carmen.

En los 80’s la propuesta de Diego Rísquez (ver Orinoko nuevo mundo y Amerika terra incognita) nos plantea el énfasis del discurso cinematográfico sobre el argumento. La estética y el extremo cuidado de la imagen es evidencia del distanciamiento de la realidad. También la propuesta intimista en la taquillera Oriana de Fina Torres, nos refuerza la tendencia del cine nacional hacia introspección y el tono individualista, alejado de las historias colectivas sin dejar de tocar problemas muy humanos para más de orden psicológicos y por tanto más universales.

El humor como una variante en los argumentos está más que representada en nuestra historia del cine. La comicidad ha tenido una presencia sostenida en el cine venezolano. Desde Cantinflas, Amador Bendayán, Joselo y Simón Díaz, Napoleón Deffit, el camarada Ramón Hinojosa, antes de ser vetado por los canales privados, y otros grandes cómicos fueron los artífices de ese cine de humor venezolano que nos dejó películas como: Los Muertos si salen de Alfredo Lugo, La empresa perdona un momento de locura de Walerstein, Domingo de Resurrección, de César Bolívar con un Juan Manuel Lagua día ("Full Chola") como León Camacho. También hay que agregar las películas del excelente comerciante Guillermo González quien, con los refritos de un filme gringo de bajo presupuesto, logró poner en las salas de cine del país la franquicia Esta loca, loca cámara.

Sobre el cuento de Rulfo, Diles que no me maten, Freddy Siso recreó en nuestros páramos andinos la historia de Juvencio Nava y su lucha por la tierra. Aquí el maestro robinsoniano Asdrúbal Meléndez da una cátedra de actuación. Para aquellos que quieren ver un corte de nuestro cine nacional, de sus trabajos y sus días, les recomiendo que vean la película El Cine soy yo de Luis Armando Roche, una suerte de metacine. Ahí también nuestro querido Asdrúbal Meléndez da vida a un afanado personaje que se preocupa por que el cine llegue a todos los rincones de nuestro país y viaja, improvisando proyecciones en los más alejados pueblos de Venezuela, manejando un camión con forma de ballena, pintado con los colores de nuestra bandera.

Si tuviéramos que hacer un inventario de nuestro cine nacional yo ubicaría las dos tendencias, el realismo y la parodia, como extremos sólidos de nuestra cinematografía. Hay en esta lista omisiones que en próximos artículos sobre este tema tocaré. Por ahora, en este humilde homenaje al Cine Venezolano, es suficiente. Sólo me queda hacer la propuesta de la inclusión del cine en nuestros programas de estudio, sin importar área de concomimiento. Ya en los inicios de la UBV, tuvimos esa experiencia al facilitar la unidad curricular Cine Temático. Lamentablemente, esa “materia” fue eliminada de los planes de estudios de Comunicación Social, Gestión Social y Gestión Ambiental y por supuesto del resto de la oferta académica de la Universidad Bolivariana de Venezuela y la Misión Sucre. Creo que es el tiempo justo para retomar y utilizar eficientemente esa herramienta audiovisual para la transformación. Mucho tiene que aportar el buen cine al cambio de la sociedad de la violencia por la sociedad de la paz.

arcar660@gmail.com
@armandocarrieri


Esta nota ha sido leída aproximadamente 4668 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter




Notas relacionadas

Revise artículos similares en la sección:
Medios de Comunicación


Revise artículos similares en la sección:
Ideología y Socialismo del Siglo XXI


Revise artículos similares en la sección:
Actualidad